Por Ana Belén Passerini

Querido Félix,
Tal vez te sorprenda mi correo. Tengo serias dudas acerca de si estarás espiando ahora mismo estas líneas y hasta tanto no se descubra un sistema de envío a otro plano, pensé en comunicarme de este modo.

Sabrás que en el último tiempo estuve hurgando un poco en tu pasado y sentí que ésta era la excusa perfecta para explicarte el motivo.

Antes que nada quiero decirte que tenés un nombre hermoso, Juan Félix Salinas. Me costó bastante averiguarlo. Me da hasta un poco de bronca haberte nombrado siempre con apodo, aunque creo que no te molestaba. O tal vez sí, y nunca lo supe.

Con respecto a esto, desde que empecé a investigar me di cuenta de que este pueblo se divide en dos y no hablo de radicales y peronistas, aunque también. Acá la cosa tiene una raya clarita al medio: de un lado están los que te decían viejo y del otro, los que te decían loco y esa sí que es una grieta. Ni en casa había acuerdo. Papá te decía loco y mamá, viejo. Yo me incliné por el último bando. No sé, me parecía menos ofensivo decirte viejo que tratarte de loco y eso que vos hacías bastante mérito meta sube y baja por los cordones sin parar.

Te digo la verdad, no sé muy bien por qué lo hago. Siempre pensé en vos. Antes, de piba, te pensaba por diferentes motivos. Si llovía pensaba dónde estarías. Si hacía frío pensaba en tu cobija agujereada. Estabas ahí, siempre pacífico vos y tu universo. Hubiera jurado que nunca te enojabas, pero hace poco alguien me contó una historia. Me dijo que con los pibes del barrio te gritaban viejo mandarina y vos salías entre ligustros a correrlos gritando.

¡Ah! Porque hablabas, eso también fue una novedad. Yo pensaba que eras mudo, pero ahora resulta que hablabas con medio pueblo. La otra mitad dice que mienten, acá tampoco hay acuerdo.

Si yo me hubiera enterado antes, me habría tirado el lance y te habría preguntado muchas cosas. Por ejemplo, la verdad sobre las estrellas. Porque no conozco a nadie que haya mirado el cielo así como vos. Si hay algún secreto entre las nubes, yo estoy segura de que te guiñó el ojo. Sino mirá que te ibas a quedar ahí, tirado mirando para arriba tanto tiempo.

Desde que te fuiste, por acá sigue todo más o menos igual. Eso sí, levantaron un par de edificios altos y el tren tiene una vía nueva así que ya no pasa por el medio del pueblo.

El otro día conseguí tus fotos, te me habías despintado un poco. Para ser linyera eras bastante fotogénico. Están mal conservadas, pero creo que a vos te hubieran gustado así, medio rotas, medio manchadas. Capaz que en tu casa arbusto de la calle Escribano las hubieras colgado de una rama.

No sé, Viejo, no sé. No sé por qué te escribo y no sé porqué te pienso. Será que en el fondo siento que siempre fuiste el corazón del pueblo. La parte sensible. La que respetaba una elección diferente por unanimidad y la sostenía sin juzgar. Y de eso no hay tantos ejemplos.

Será que me estoy haciendo vieja, o que me di cuenta que endurecerse cuesta caro y ando buscando un vuelto. Será que prefiero tus miserias de cielo ancho que las mías de acomodado privilegio.

Será que me estoy volviendo un poco loca yo también y mientras escribo pienso que desde algún cuchitril que seguro armaste ahí en el cielo me estás mirando tranquilo, con tu mirada silencio.

Y si algún día descubro quién fuiste en realidad. Si un día me entero con qué baldosa tropezaste para quedar estampado en la vereda y no poderte levantar. Tal vez, entonces, te escriba otro correo que nunca leas. Tal vez elija no contarle a nadie salvo a vos y que sea nuestro secreto. Para no matar el mito. Ahí seguís vivo, latiendo.

O tal vez te haga relato juntando cada cachito, cada vecino un recuerdo.

Si cuando doblo por Juárez, me doy vuelta por reflejo. Siento que aún andás ahí, enredado en ligustrines, preparando tu atadito trashumante, desapareciendo.

Nos enseñaban de pibes que había que salvarte el cuero. Decían que era entre todos “porque no tiene a nadie, pobre viejo”. Qué equivocados estaban. Vos tenías un poco a todos. La mejor parte, de hecho.

Por eso empecé a escribir, a ver si un día me despierto y veo tu sombra en la calle, en un vecino, en un gesto. Trascender como lo hiciste tejiendo un hilo invisible entre tantos sin saberlo, para mí esa es la obra que debe tener monumento.

“Avenida Juan Félix Salinas” quiero que tenga mi pueblo. Que te devuelvan la calle, tu territorio, tu manifiesto. Quiero doblar esa esquina y al ver tu nombre impreso recordar aquello que somos cuando podemos ver más allá.

Fotos: Patricio Wallace
Fuente: Yo Amo Chascomús