Los carpinchos son la punta del iceberg de una forma de crecimiento urbano que entra en conflicto con el ambiente y tiene consecuencias sociales concretas. Nordelta, su historia y su actualidad, como reflejo de una dinámica urbana que no empezó ayer y que tiene al Estado como actor imprescindible.

Por Fernando Bercovich *

Si Carlos Marx reviviera en la Argentina de 2021, además de preguntarse unas cuantas cosas, seguramente incluiría en El manifiesto comunista un capítulo sobre los carpinchos intentando recuperar sus tierras en Nordelta.

Varias veces mencioné las consecuencias -ambientales, pero también sociales y económicas- de la proliferación de barrios cerrados en el territorio. La expansión de las aglomeraciones urbanas de Argentina durante los últimos años se dio en gran medida bajo la forma de estas urbanizaciones, y en muchísimos casos esos barrios aprovecharon formaciones naturales como humedales para hacer más atractivos sus paisajes. No sólo eso, incluso avanza sobre los cinturones frutihortícolas en las inmediaciones de la centralidad urbana, obligándolos a trasladarse más lejos y a aumentar sus costos de logística, lo que termina impactando en el precio de los alimentos.

Según CIPPEC, casi un 30% del crecimiento de los grandes aglomerados urbanos del país entre 2006 y 2016 se dio en forma de urbanizaciones cerradas. Pero en áreas metropolitanas como las de Buenos Aires y Córdoba, un 46% de la expansión corresponde a countries. En cambio, en otras aglomeraciones como Rosario (24%) y Santa Fe (10%), los barrios cerrados pesan menos en la expansión de la mancha urbana.

El caso de Rosario es particular. En 2010, una ordenanza impulsada por la agrupación política Ciudad Futura, prohibió que se desarrollen barrios privados dentro de la ciudad. Pero en la zona norte del AMBA la presencia de barrios cerrados es particularmente alta. En los partidos del conurbano donde más countries se registran es donde también hay mayores índices de pobreza y desigualdad. Pilar es, quizás, el caso más paradigmático: el que más territorio cercado posee y al mismo tiempo el distrito que ostenta el mayor índice de Gini del país.

En Tigre, casi la mitad del territorio continental ya está ocupado por este tipo de urbanizaciones. Nordelta es una de ellas, pero no es una más: es de las llamadas “mega-urbanizaciones” y contiene 24 barrios con distintas características. Es el conjunto inmobiliario cerrado más grande del país, a sólo 30 km. de la Ciudad de Buenos Aires.

Una ville nouvelle en el conurbano

Si bien Nordelta hoy puede ser señalado como lo opuesto a lo público, su origen está totalmente entrelazado con el Estado. En 1972, dos empresas (Dragados y Obras Portuarias Sociedad Anónima y Supercemento) le compran al Municipio de Tigre un predio pantanoso de 1.600 hectáreas. Las empresas no tenían demasiada experiencia en la construcción privada, sino que habían crecido al calor de la obra pública: habían ganado licitaciones para hacer acueductos, plantas potabilizadoras, gasoductos, hospitales y hasta grandes conjuntos de vivienda pública para sectores de ingresos bajos.

El primer masterplan de Nordelta confeccionado por Julián Astalfoni -el ingeniero detrás de Supercemento- en 1972 se parecía más a las ville nouvelles de la París de la posguerra, donde explícitamente se busca la mixtura social, que al barrio de lujo que es hoy. De hecho, los ingenieros que desarrollaron Cergy-Pontoise, una ciudad planificada en las afueras de París por arquitectos influenciados por el Mayo Francés, asesoraron a Astalfoni.

Recién en 1992 el gobierno de la Provincia de Buenos Aires (Duhalde) y la Municipalidad (Ubieto) aprobaron el masterplan de la ciudad. Pero los compradores no tenían los fondos suficientes para encarar toda la obra. Unos años después, en 1998, entra en escena Eduardo Costantini, fundador de Consultatio S.A., quien le imprime otro carácter a Nordelta y comienza a morir lentamente el plan de diseñar una ciudad jardín socialmente inclusiva. No era una idea tan novedosa. En San Pablo ya existía Alphaville, una ciudad compuesta por muchas gated communities.

Además de modificar la morfología de la ciudad pueblo y descartar la idea de un centro comercial funcional en el área central de la urbanización, el empresario propuso bajar las proyecciones de densidad poblacional que había propuesto Astolfoni. Si la baja densidad no era suficiente para pasar de la utopía casi socialista original a un barrio de lujosos chalets, el cierre perimetral, también propuesto por un joven y ambicioso Costantini, terminaría por sepultar lo que quedaba del proyecto original.

La tranquilidad de la naturaleza y la comodidad de la ciudad

Lo que también quedó sepultado con las inversiones que atrajo Consultatio S.A. es el gran humedal sobre el que se asienta Nordelta, el hábitat natural de los carpinchos que fueron noticia durante las últimas semanas. La antropóloga María Florencia Girola cuenta que “con la conformación de un equipo interdisciplinario encargado de elaborar el plan director de la nueva centralidad tigrense se sentaron las bases para la reconversión de un espacio que contaba con inigualables valores estratégicos: su proximidad a la ciudad central y sus cualidades paisajísticas (con los canales de agua como elemento distintivo)”. La conexión con la naturaleza aparece hasta hoy como uno de los valores positivos para atraer familias a los barrios de Nordelta.

La urbanización se concibió desde un principio como una ciudad pueblo, donde se rescatarían los valores y costumbres de los pueblos de antaño pero con las comodidades de la ciudad. El lema de Nordelta refleja esa combinación: la tranquilidad de la naturaleza y la comodidad de la ciudad.

Sonia Vidal-Koppman escribió sobre Nordelta y otros mega-emprendimientos similares: “En la estrategia armada por los emprendedores inmobiliarios se impuso a mediados de 2004 un objetivo muy firme: hacer ciudad. Esto significa no contentarse con construir grandes barrios cerrados, sino buscar un producto inmobiliario que emulara la ciudad abierta y que ofreciera condiciones de confort urbano, de seguridad y de calidad de vida superiores”.

Esa comodidad de la ciudad no se ve reflejada solamente en el equipamiento de Nordelta (escuelas primarias y secundarias bilingües, clubes, centros de salud, shoppings, supermercados, farmacias) sino en el acortamiento de la distancia con la Capital que propició, por ejemplo, el corredor Bancalari-Benavídez, que conecta el emprendimiento con el Acceso Norte y fue financiado parcialmente por el Municipio. Diego Ríos y Pedro Pírez, que estudiaron distintos barrios asentados en Tigre, mencionan además la relocalización y refuncionalización de estaciones de tren y fluviales, la construcción de caminos que dan acceso a los diferentes barrios, el mejoramiento de la ruta provincial 27, entre otras.

Pero volvamos a la relación con la naturaleza. El antropólogo y urbanista Ricardo Greene que escribió su tesis de doctorado (en inglés, pero pronto se va a publicar en castellano) sobre Nordelta, donde hizo trabajo de campo por más de dos años, señala que los nordelteños describen su lugar de residencia como un espacio que antes de su llegada estaba vacío, como una conquista del desierto. En esas declaraciones, Greene cree que hay dos movimientos: la negación de lo que había y la identificación con lo que está surgiendo. Uno de los videos promocionales de la mega-urbanización refleja esa idea: “El espíritu de los pioneros y el coraje de los colonizadores logró fundar una comunidad allí donde antes crecían pastos duros”.

Pero esa conquista de la naturaleza no es gratuita. El rellenado de las tierras pantanosas de Nordelta y muchos de los barrios cerrados provocan alteraciones en el ambiente que repercuten en la flora y fauna del lugar, pero también en los barrios aledaños que, por lo general, están habitados por familias de ingresos bajos. En este caso los dos barrios más afectados son El Garrote y Las Tunas, que se inundan constantemente desde la llegada de Nordelta. Es que los humedales, al ser rellenados, dejan de cumplir la función de esponja.

El siguiente dibujo lo ilustra muy bien. Lo vi por primera vez en este hilo de Jóvenes por el clima que siguen reclamando por una Ley de Humedales que, en diferentes versiones, hace más de una década se debate en el Congreso.

 

A falta de una legislación que proteja los humedales, la prevención muchas veces queda en manos de juzgados que excepcionalmente fallan en contra de los desarrollos inmobiliarios con alto poder de lobby como Eidico, que es la responsable de casi todos los barrios con nombres de santos. Hace casi dos meses, por ejemplo, un dictamen de la justicia federal frenó la construcción de barrios cerrados en 16 municipios, entre los cuales estaba Tigre, donde además se clausuraron dos emprendimientos -Venice y Remeros Beach- que estaban en plena construcción pero no tenían la declaración de impacto ambiental necesaria.

La huida de la ciudad

Los primeros pobladores de Nordelta empezaron a llegar en 2001, el año que se cristalizó la crisis del modelo económico y social que había guiado al país a grandes rasgos desde 1976. Durante la dictadura se habían dolarizado las propiedades y se había liberalizado el mercado de alquileres, dos elementos que pusieron en jaque -junto con la erradicación violenta de villas hacía el conurbano- la habitabilidad en la Ciudad de Buenos Aires. No sólo para las familias más vulnerables sino también para sectores medios que veían cada vez más lejos el sueño de la casa propia.

Ese encarecimiento de planificar la vida en la Capital estuvo acompañada por inversiones públicas como el Plan de Autopistas Urbanas, combo ideal para que las familias de ingresos medios y altos empezaran a pensar en mudarse a los countries que emergían en el conurbano al calor del Decreto 8912/77, que les había dado estatus legal. Esa dinámica se profundizó durante los noventa y de alguna manera Nordelta fue el corolario de esa profundización, como describe Maristella Svampa en Los que ganaron.

Costantini y compañía, dentro de ciertos límites buscaron -y buscan- atraer distintos perfiles y no sólo familias extremadamente adineradas. No es lo mismo vivir en La Isla, el barrio más exclusivo, que en Portezuelo, donde predominan los dúplex pensados para parejas jóvenes. De alguna manera entendieron que apuntar solamente al 1% más rico era un negocio con límites.

Así describe Ricardo Greene esa intención: “Nordelta ideó un plan de distribución de sus parcelas, dividiendo el área en 24 barrios, cada uno con su propio ‘sabor’ en relación a variables como tamaño de parcela, amenities, densidad, diversidad y estilo de vida (…). En Nordelta, la combinación particular de cerramiento y apertura se alinea perfectamente con los objetivos de permitir un cierto grado de libertad y diversidad, manteniendo los criterios de base del proyecto”.

Julieta, una de las nordelteñas que entrevistó Ricardo, cree que vivir cercada es, en parte, consecuencia de algo que la Ciudad de Buenos Aires dejó de darles a sus habitantes: “La gente de Nordelta es gente común y corriente, que vivía en Capital y de repente se da cuenta de que quería algo diferente para sus vidas. Las cosas cambiaron en Buenos Aires y por eso la gente se fue, porque se dieron cuenta de que sus hijos ya no podían jugar en la calle”.

*Estudió Sociología en la UBA y cursó maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York).

Fuente: Cenital