Elegante y presumido. Ese soy yo. El de las cuatro caras.

Reino en este enclave de dos calles principales desde aquel año 1939. Manos italianas me instalaron con una clara misión: encadenar el tiempo. Nací en el mundo del equilibrio, de la lógica de las cosas. Mi inmutable figura absorta, se debate en profundos interrogantes acerca de los misterios y secretos que habitan la ciudad.

Ermitaño sin ermita. Ese soy yo.

Encandilado por cientos de ojos brillantes, siento palpitar la vida junto a mí. Soberano del tiempo y del espacio, mis cuatro caras, estratégicamente ubicadas, saben de cuanta cosa pasa, de todo cuanto sucede, de cada momento que transcurre.

Corcel de segundos y minutos, galopo rebotando en el tiempo.

Cruzo calles y calles rumbo al Este, llego al suburbio y las veo.

Están ahí, son almas nobles cargadas de ilusión, secando sus lágrimas con trabajo y vibrando con la espera.

Tumultos de guardapolvos se desparraman en las calles y se juntan en las escuelas. Risas y voces prometedoras se persiguen.

Una repentina lluvia moja mi cuerpo. Cae con fuerza sobre mi rostro. Lo empaña.

El viento silba mientras los relámpagos vienen acuchillando nubes.

Más allá de la laguna, los pastos cuentan divertidas historias de su reino.

Mugidos, trinos de aves y pájaros se embarcan en la bruma de la lejanía.

La tormenta, cuchillo en mano, hiere las nubes y salpica mis ojos.

Siento escalofríos y una melancolía inexplicable, pero igual los veo: tumulto de ángeles guardianes de la muerte y muchas almas, esperan partir al más allá. Están reunidos en la oscuridad de la noche, rendidos al irresistible encanto del iluminado por la inspiración.

La poesía aletea y escapa de esta dimensión jugando a las escondidas entre cruces y ángeles.

Las flores aplauden, la voz de Baldomero Fernández Moreno invade el cementerio.

Esas imagines recogidas en plena noche las guardo en un lugar especial de mi alma.

Alta y Gallarda Figura. Ese soy yo.

Tal vez mi rostro orientado al norte sea el más mundano y seguramente el mejor Informado. Rodar de autos desde las primeras horas. Bares con aroma a café y melancolía.

Almas que vienen y van. Noticias que se divulgan al instante. Magia. Regalos, penas y risas, pasan de la mano, mientras la calesita da siempre la última vuelta.

Personaje importante de la ciudad. Ese Soy Yo.

Los colores del oeste me enceguecen. Rojos brillantes pelean con rosas tornasolados.

Azules y celestes que se prenden y apagan, grises que se entrecruzan y el negro final que se enseñorea en cada noche.

El tiempo intenta escapar bajo la bóveda celeste de los jacarandaes en flor pero no lo logra. Yo les cierro el paso. Todo queda en mi memoria.

Vi amontonarse cada ladrillo del Museo Pampeano. Asistí al ingreso de banderas rendidas y relucientes espadas que sueñan con salpicar sangre en amaneceres de nuevos e improbables combates. Me imaginé desde el principio los lugares de cada vitrina, de cada piedra y de cada moneda.; de todas las medallas.

Jinete Del Tiempo. Ese soy yo.

En mi eterno viaje de miradas observo la atenta vigilancia de los leones con sus melenas al viento; los cañones mudos y los árboles que se paran con elegancia.

Extraño la figura imponente del águila con hambre de gloria, empeñada en vaya a saber qué nuevo vuelo. Porque quienes la derribaron, en su ignorancia, no atinaron a darse cuenta de la nueva vida que le estaban insuflando.

Alas de plata cruzan la rambla florida, fragancia de magnolias y cerezos extranjeros, pero con carta de ciudadanía, juegan en el aire.

Suenan campanas de festejo: Es 30 de mayo, cumpleaños de la ciudad.

Analista de hombres y espacios. Ese soy yo.

Por veces me canso de tironear el tiempo y me detengo sin previo aviso, buscando, yo también, mis momentos de reposo. Es entonces cuando manos atrevidas me desvisten de los cristales, hurgan en mi cuerpo, en mis entrañas y en mi corazón. Y, otra vez a la conquista de la vida, segundo a segundo veo a los minutos que huyen espantados en clara pretensión de no ser aprehendidos. Escapan en olas sin mar y espuma de flores. Juegan a esconderse entre velas blancas y rojas, verdes y amarillas, que las aguas de la laguna pasean frente al sol. Mientras tanto la vida, esperando engañar a mi registro implacable, me cuenta secretos y milagros de todos.

Miro al cielo y a la ida de cada noche, me declaro culpable de haberla visto preñada de estrellas en todas sus direcciones.

Caballero de noble estirpe. Ese soy yo.

El viento, emboscado en las cabelleras verdes me hace mirar al sur. Es ahí donde me siento al cuidado de las cosas celestiales. Las dos torres, otra vez blancas, de majestuoso porte me saludan.

Suenan campanas invitando al rito de la salvación de las almas. Al tiempo que los fieles vienen llegando yo dejo de mirarlos.

Empieza a llegar la oscuridad. Voces jóvenes hablan sobre la necesidad de cambiar radicalmente el mundo.

Mientras tanto, la calesita marea a los viajeros de la niñez.

Miro más allá. Las ventanas y puertas de la municipalidad están iluminadas, los representantes del pueblo debaten acaloradamente. Los argumentos van de un lado a otro e insisten en manifestar su importancia en arduos asuntos.

Carcelero de palpitaciones de muchas Generaciones. Ese soy yo.

Los veo vivir y de tanto hacerlo siento que también yo me he vuelto casi humano. Me confundo y no entiendo los complicados movimientos que hacen en la calle y en la vida, como tampoco sé qué misión celestial van a cumplir los ángeles, que en este momento están pasando sobre mí cabeza.

Elba Aughy