En Chascomús ya estamos entrando en la Fase 5 de la cuarentena por la pandemia del COVID-19, vamos dejando atrás los días de intensa incertidumbre, donde esta realidad difícil de entender, nos dejaba sin saber cómo vivirla. La estructura de nuestros días, con corridas incluidas, que tanta seguridad nos daba, nos había sido quitada.

Si bien el impacto psicológico negativo es innegable, desde las vivencias individuales como también las dinámicas familiares, la intensidad del golpe no ha sido el mismo para todos.

Las familias han sido sacudidas, con tensiones, conflictos pero también pudieron sumar. Los tiempos lentos, presencia y conexión real, es la otra cara de la pandemia, que los que supieron o pudieron aprovechar, pudieron también ofrecer espacios de elaboración, expresión de miedos y fantasías de lo que estaba pasando, permitiendo clarificar y dejar fantasmas irreales de lo que estaba pasando fuera de la casa.

En salud mental, siempre hablamos que el socializar es uno de los grandes protectores, y como norma en este nuevo formato de vida estaba prohibido. Los que lograron adaptarse al nuevo espacio virtual de socialización, lograron en parte mitigar el sentimiento de soledad que venía de la mano de esta nueva realidad.

Los abrazos como el contacto físico, en todas sus modalidades, son fundamentales y necesarios, en la vida del ser humano, son incontables los beneficios desde todas las áreas. Los que viven en una ruidosa realidad con niños, que siempre los dan en abundancia, continuaron beneficiando de ellos, pero los otros los que viven solos, los que viven con otros pero aislados en sus cuartos, se han visto privados de este gran protector.

En las dinámicas familiares, el vivir puertas a dentro casi 24/ 7, tuvo el sello propio de las características que estas ya tenían, estilo de comunicación, pautas de convivencia, golpeando a cada hogar, acorde a los recursos y fortalezas previas.

Las familias que contaban con la gran capacidad de adaptación y flexibilidad han podido reacomodarse, repensarse y reorganizarse, gran fortaleza que les permitirá transitar la vida misma, que siempre es cambio, aunque, afortunadamente estos casi siempre se da de forma progresiva, brindándonos tiempo para que este proceso se dé de a poco, no como los que nos ha tocado vivir en pandemia, que nos exigió en poco tiempo, casi de un día para el otro, cambiar nuestros hábitos y rutinas.

Las familias donde las normas de convivencia y respeto eran claras, la comunicación fluida, donde los espacios compartidos tenían el sello de disfrute y refugio emocional, no han tenido el mismo de los escenarios de las familias donde la violencia, en mayor y menor medida, los castigos físicos, la tensión emocional constante era ya la norma.

El impacto emocional no ha sido el mismo en todas las familias, no todos los cuidadores han tenido la tranquilidad económica ni física de trabajar desde casa o con las comodidades y espacios óptimos que podrían acompañar la mayor armonía posible.

Muchos conflictos familiares pre pandemia podían resolverse estando el menor tiempo posible en casa. Muchos hogares, lejos de ser refugio, podían ser los grandes desencadenantes de ansiedad y conflicto, pero las salidas, otros espacios de pertenencia, ofrecían un descanso y reseteo que en este contexto vivido estaban negados. Se potenciaron situaciones que ya estaban, latentes, escondidas o negadas.

Cuáles son los factores protectores en situaciones adversas, que inexorablemente de una forma u otra nos puede traer la vida.

El dialogo, la comunicación, sincera, respetuosa, anclada en el presente sin reclamos permanentes ni preocupaciones por situaciones que aún no se han hecho presentes, entre muchos otros.

El disfrute compartido, poder reír, sobre la realidad que nos toca, el humor es otra forma de expresar el dolor.

Poder respetar los espacios compartidos (donde estamos todos juntos, conectados y disponibles), paralelos (compartiendo espacio físico, pero nuestra ocupación mental y física es individual) y privados (donde podemos estar sin la presencia del otro, donde podemos escuchar nuestros propios pensamientos y dedicarnos a una tarea sin interrupciones), entendiendo que todos son igual de necesarios, y deberían garantizarse para una convivencia armónica.

Esta situación que nos tocó vivir me hizo acordar a un experimento que se hizo hace muchos años con ratas, en el cual progresivamente en una caja iban incluyendo una a una, más ratas. Cuando era pocas y casi no se tocaban, donde cada una tenía su espacio, la convivencia parecía ser buena; cuando el espacio se hizo reducido por el tamaño de la caja vs. la cantidad de ratas, se observaron aumento significativo de la agresión constante e intensa.

Creo que a todos nos pasa que en mayor o menor medida, necesitamos nuestros espacios, para poder no sobrecargarnos de tensión, lograr responder conscientemente, no reaccionar desde una tensión emocional constante.

*María Carreras es psicóloga infanto juvenil, con especialización en autismo.