Hace unos días al profesor Julio Lokovich, ignoto docente de una de las escuelas de esta ciudad, se le encargó dirigirle unas palabras a la muchachada de sexto año que en este 2021 finalizará sus estudios secundarios. La alegría que tal encomienda le produjo fue tan grande como la responsabilidad que sintió. No es moco de pavo tener que hablarle a un auditorio joven que se halla en un momento tan importante y significativo. Sabedores de que no rehuiría tamaña responsabilidad, ANTI se acercó a la escuela con motivo de registrar su discurso, el cual se transcribe a continuación, tal como se oyó de boca del docente, para que el mensaje se multiplique entre los que no estuvieron presentes, cualesquiera sean sus edades y procedencias.

 

 

«Toda clasificación es equivocada o insuficiente pero sin embargo, hace algunos años, tropecé con una en particular que me gustó, no tanto porque fuera acertada, sino porque me resultaba y aun me resulta muy estimulante. Se trataba de una clasificación de todo lo conocido o lo que hay por conocer en el mundo en el que vivimos y en sus adyacencias, en los otros mundos y en todos los mundos posibles. Según aquello con lo que me topé hay en nuestra existencia y en el multiuniverso en el que vivimos cuatro clases de conocimiento y ésta es la lista que me interesó.

El primer tipo de conocimiento tiene que ver con lo que uno sabe que sabe, es decir, lo que sé que sé. Se trata de cuestiones en las que sabemos que podemos involucrarnos porque sabemos que lo sabemos. En mi caso, por ejemplo, aunque me costó muchísimo y a otros les puede parecer poco importante, pero en su momento me dio muchísima alegría verificar que había aprendido a hacerlo e incluso recuerdo el día que lo hice, sé que sé silbar. Durante años no lo supe y fue motivo de vergüenza, pero hoy sé que lo sé, de modo que estoy seguro que es algo que puedo hacer y, de hecho, fiu… fiu… lo hago, reitero, es algo que sé que sé. Seguramente cada uno podrá incluir en este rubro montones de actividades mucho más interesantes y valiosas que la mía, pero nadie me quita lo que sé que sé.

El segundo tipo de conocimiento que pretendía explicar esta clasificación se refería a lo que sé que no sé. Se sofisticaba un poco la cuestión, tenía que ver con esas cosas que uno conoce de lejos y sabe que no se metería allí a ser específico, a tratar de explicarle a alguien porque presume que va a tener problemas para desarrollar en profundidad o con precisión algún concepto o idea. Un matiz que interesa, por como continúa la clasificación, es que no se trata de cosas que ignoremos por completo, sino de aspectos que conocemos pero que sabemos que si nos metemos tendremos inconvenientes porque sabemos que no sabemos.

Se me ocurre un lugar común que mucha gente utiliza: para varias personas las matemáticas son difíciles y por eso creen no saber, pero no ignoran qué es la matemática. Y así podemos hablar de millones de cosas, en mi caso, sé que no sé chino y que no sé húngaro, entre muchas otras, que son casi todas, porque lo que una persona no sabe es infinito, lo que sabe es apenas un poquito.

El tercer tipo de conocimiento es lo que no sé que sé. Esto es un poquito más complicado, ¿cómo puedo no saber que sé algo? Hay montones de ejemplos que se me vienen a la cabeza pero voy a citar uno impropio y uno propio. El impropio es de una gran película y se me cae el documento al decirlo: Karate Kid. En ella, Danielsan, el muchacho que está aprendiendo la disciplina con el Señor Miyagi, en un momento le dice “basta hermano, me tenés puliendo el auto, pintando la cerca, etcétera y no aprendo nada”. Y entonces el tipo le empieza a tirar golpes y el pibe se defiende con los mismos movimientos con los que estaba puliendo los autos o pintando la cerca. Se da cuenta en ese momento que había aprendido a defenderse y que todavía no lo sabía. Hasta el momento en que lo ponen en la situación de tener que exteriorizar lo que estaba haciendo, él no sabía que sabía. Y hay montones de ejemplos.

A mi el otro día me quisieron fajar por la calle y salí corriendo, me corrieron tres cuadras y conseguí salir sin que me fajaran. Aprendí entonces que cuando tengo miedo corro rapidísimo, no lo sabía francamente. Ahora es un conocimiento que tomo en cuenta y con el cual reorganizo mi experiencia existencial para en todo caso volver a utilizar cuando me quieran correr para fajarme otra vez. Ese es el tercer rubro, lo que no sé que sé.

Y ahora viene el cuarto y último, que es para mi el más importante y el que le da sentido a la vida y el que además justifica esta charla. Tiene que ver con lo que no sé que no sé. Chan. Si uno hiciera el inventario de las cosas que uno sabe o que sabe que no sabe más o menos podría pilotearla. Ahora, como podemos hacer la lista de las cosas que no sabemos que no sabemos, si no lo sabemos. Alguien me puede decir “sos idiota, como querés que te diga lo que no sé que no sé”, pero justamente esa imposibilidad, no poder decir lo que uno no sabe que no sabe, es lo que hace de esta cuarta clasificación la más importante. Piensen en todas las cosas que podrían cambiarnos la vida pero que nos pasan por al lado, porque no las vemos, porque ni siquiera sabemos que las ignoramos, las ignoramos, ignoramos que ignoramos.

Yo, por ejemplo, podría haberme interesado por la pintura o la escultura, nunca nadie me llevó y me mostró qué era la pintura y qué era la escultura. Lo aprendí de grandulón y creí, en ese momento, que no, que esas cosas no me gustaban. Hoy podría decir también que la escultura no me interesa, pero tal vez me hubiera atraído o gustado si alguien me la daba a conocer.

Piensen en una persona y su relación con lo más nutritivo de la vida, los alimentos. Una persona que no conoce más que la polenta (y no va en desmedro de la polenta que es un gran plato y que aprendí a comer de grande, de chico no me gustaba) no podría pedir otra cosa, no sabría que las milanesas también pueden ser muy ricas, porque no las conoce. No tiene que ver con los gustos sino que su desconocimiento le impide acceder a ciertas cosas que pueden hacerlo feliz. Olvidémonos de la comida, pensemos en la cantidad de cosas que podrían cambiarnos la existencia pero no las conocemos, porque nos la han ofrecido de modos inadecuados.

Si unos marcianos vinieran a jugar a la pelota y no conocieran el juego del fútbol y los llevo a un campito y les muestro como se juega pienso que les va a gustar. Pero entonces les hago armar una barrera y les comento que vamos a empezar por esto. Arman la barrera y les empiezo a dar pelotazos en el cuerpo, seguro van a decir que si esto es el fútbol no les gusta y no es que formar una barrera y recibir pelotazos no forme parte, pero si quisiera interesar a alguien por este deporte nunca empezaría por ahí. Sin embargo, esa gente pensaría que no les gusta, cuando a lo mejor los podría haber enloquecido, solo que se los enseñé mal. Empecé por donde no debí hacerlo.

Hagamos una multiplicación de todas las cosas que nos perdemos, que deben ser muchísimas, simplemente porque no sabemos o no nos enteramos que existen, que están fuera de nuestro radar, nos pasan por al lado, de lejos a veces. Para eso, es importante mantener la curiosidad, pero además estar pendiente de todo lo que se nos pasa, aunque eso es imposible.

Me interesaría que al menos mantuvieran la perplejidad de ser conscientes de que hay montones de cosas que podrían cambiarnos la vida pero no nos enteramos de su existencia. Es decir, lo que no sabemos que no sabemos. Me desespera y pretendo con esta charla participarles esa desesperación, que debería redundar en una curiosidad por todo lo que circula alrededor. Creo, en defensa de todos esos saberes, pero sobre todo de esta cuarta y última clasificación, lo que no sabemos que no sabemos, es que debemos mantener la curiosidad propia de las personas y seguir adelante con el estudio.

Desgraciadamente las personas se acostumbran mucho a cuestiones que son absurdas, los niños preguntan todo el tiempo por qué, por qué, por qué… y se dice que, más o menos, a los 15 años, a veces lo vemos tristemente en adolescentes, la gente se acostumbra a la vida y a sus situaciones. El ejemplo paradigmático es la escuela, que es un territorio muy absurdo, extraño, estamos ahí, ordenados de cierta forma, bastante rara, cuestionable y, sin embargo, estamos acostumbrados, habituados a una realidad que ameritaría diez millones de observaciones, desde sus formas, pero nos acostumbramos a lo raro, todos estamos parcialmente alienados, de lo que se trata es de no transformarnos definitivamente en una mesa, no alienarnos completamente.

Quiero mantener viva esa curiosidad e invito a ustedes a que mantengan y ejerciten esa curiosidad. Después, por supuesto, puede haber otros motivos para estudiar, que ya los sé, el tema de la palanca social, el tema de crecer, de tener una mejor calidad de vida, y no digo que no sean atributos válidos y sólidos para continuar estudiando, pero lo mío es más existencial, estudiar nos alimenta y nos llena de curiosidades, nos acerca a todo eso que no sabíamos que no sabíamos y en ese sentido nos mantiene vivos, porque nos mantiene pendientes de buscar, de indagar, de ir por ahí, aunque sepamos que no vamos a saber gran cosa cuando termine nuestra vida, que puede ser hoy, mañana o dentro de 40, 50 o 60 años.

En cualquier caso no interesa tener el conocimiento como un contenido, pero sí interesa esa intensidad que uno siente cuando uno encuentra cosas que le vuelan la cabeza, como suele decirse y es importante ir sumando cosas que nos vuelen la cabeza y le den sentido a nuestras existencias. La continuidad del estudio puede ser una buena estrategia. Ojalá no se aburran nunca de la existencia, porque ya de por sí el mero hecho de estar vivos es medio extraño como para no sorprenderse y que, en todo caso, puedan seguir cultivando esas sorpresas de aquí en más. Esa es la mejor invitación que se me ocurre para que no se detengan, hay que estar en movimiento, les deseo suerte y que todo vaya del mejor modo posible».

Chascomús, octubre de 2021