Si veinte años atrás alguien me hubiera consultado sobre cómo diseñar un plan de acción para avanzar hacia la legalización de la marihuana en Argentina, le hubiera dicho que se encontraría ante el desafío de modificar no sólo una ley, sino todo un paradigma. Y que por ello, la única forma de avanzar en un proceso de flexibilización normativa en materia de drogas sería remodelando el imaginario social y el sistema de creencias en torno a esa sustancia. Todo lo demás sería consecuencia de ese primer movimiento de ajedrez.

“¿Por dónde empezar?”, me preguntaría ese alguien.Hegemonizando el discurso público sobre la temática, para que lo que hasta el momento era considerado desviado comenzara a dejar de serlo (y viceversa).

 
“¿Y cómo darle credibilidad a un hecho discursivo ciertamente disruptivo, que llegaría para colisionar contra la forma en la que la sociedad tradicionalmente decodificó el tema drogas?” Disfrazando la ideología debajo de un manto de derechos, libertades y progresismo. Acuñando la frase “perejiles” para referirse al transa. Haciéndole creer a la gente que se pierde mucho dinero en las políticas de reducción de la oferta, y que el enfoque criminalizador sólo logró que las cárceles estén atiborradas de consumidores y no de narcos. Y algo fundamental: dejar de hablar de marihuana, por su connotación negativa. Lo correcto será decir cannabis.“¿Y la opinión pública? ¿Y las voces adversas?” Debilitando al conjunto de instituciones que dan validez al paradigma “prohibicionista”, limitando el acceso de ciertos actores a los medios masivos de comunicación, demonizando el pensar distinto y comprando voluntades, todos se acallarán con el correr de los años. Todos. Porque no quedará nadie que desee expresar públicamente su oposición a lo inevitable, para no quedar en off side. Así funciona la espiral del silencio.

Siguiendo con la hipótesis de esta conspiración cuasi novelesca para modificar el estatus jurídico de la marihuana, una revista de venta libre en todos los kioscos (cual house organ del movimiento cannábico) sería una buena tribuna de opinión apologista para ir rompiendo el hielo. Será fundamental lograr la adhesión de reconocidas figuras del ambiente del espectáculo que militen el cambio cultural desde sus tapas. Periodistas, actores y vedettes entradas en años, propiciando la banalización absoluta del, hasta ese entonces, fruto prohibido.

No olvidar a funcionarios del poder ejecutivo nacional que se embanderen con estas consignas, habiliten una suerte de “doble comando” en las políticas nacionales sobre drogas, y propicien espacios de transformación institucional. Diputadas que inviten “a portarse mal”. Jueces garanto-abolicionistas que comiencen a desestimar, de forma automática, cualquier causa por tenencia (algo así como una despenalización de facto). Madres del Paco que no son madres.

Una vez que en la sociedad comience a vislumbrarse un pensar distinto llegaría el momento de la gran estocada…. En garde! El primer paso sería tomar un caso testigo (Arriola) y forzar un posicionamiento de la Suprema Corte de Justicia, que retome los argumentos de Bazterrica (1986) y siente nuevamente jurisprudencia en torno a la inconstitucionalidad de penalizar la tenencia de cualquier droga para uso personal. El vocero de ese triunfo será un ministro de la Corte proclamando alegremente la libertad de la ciudadanía a tener una plantita de marihuana en el balcón. ¿La mayor evidencia de su efectividad comunicacional? Una baja en la percepción de riesgo, una mayor tolerancia social y un aumento del consumo en la franja adolescente en las mediciones estadísticas subsiguientes.

A la par, se comenzaría a pergeñar una nueva ley de salud mental que incluya el abordaje de las adicciones en su articulado y que demonice, bajo la conceptualización de monovalentes, a las comunidades terapéuticas y demás instituciones especializadas, les imponga una fecha de cierre, e instale la torcida idea de garantizar derechos humanos mientras por debajo los cercena. Erradicar del vocabulario la palabra “adicciones” y sustituirla por “consumos problemáticos” sería otra recomendación de suma utilidad para continuar edificando el nuevo paradigma relativista. Y la reducción de daños como prioridad, claro.

¿Y si todo eso fallara? ¿Y si la concatenación de resultados no fuera tan lineal como fue planificada? “Siempre hay un plan B”, le respondería a mi interlocutor.

Entonces habrá que emplear la antigua artimaña del troyano, llevar la discusión al campo del derecho a la salud, y asignarle a la marihuana atributos panaceicos, la cura para todos los males de la humanidad. Recomendaría en esa instancia un cambio de imagen, un velo para volver a desorientar, un lavado de cara sobre toda la simbología y parafernalia de las marchas cannábicas. Bajar las coloridas banderas jamaiquinas y disipar el humo. Atenuar la virulencia del reclamo por la libre tenencia de esta droga, para que la foto para la tapa de todos los diarios y portales sea la de las madres que cultivan cannabis y elaboran preparados caseros para paliar la enfermedad de sus hijos. ¿Quién sería tan desalmado de no abrir su corazón ante esta demanda?

Es probable que los precámbricos adalides de la prohibición logren poner algunas trabas en el tratamiento del proyecto de ley de marihuana medicinal. Que la norma que finalmente se promulgue no sea más que una mera herramienta para impulsar la investigación y la búsqueda de evidencia científica en torno a las potencialidades terapéuticas de algunos cannabinoides presentes en la planta, y que el caballo de Troya del autocultivo quede fuera de la sanción. Será apenas una piedra en el camino. Quizás la última.

Mientras tanto, ocuparía mi tiempo en desguazar lentamente a la SEDRONAR, quitarle funciones, limarla hasta su desaparición. Continuar silenciando voces, apagar micrófonos, censurar opiniones contrarias en cualquier seminario o foro especializado en la temática. Asfixiar a las comunidades terapéuticas y otras organizaciones de la sociedad civil con la guillotina de la ley 26657, desfinanciarlas en paralelo. Desandamiar el precario sistema público de atención de adicciones, desamparar a enfermos y familiares, y que se salve sólo quienes puedan hacerlo. Que a esta altura ya nadie dude que la marihuana sirve para curar desde el cáncer hasta el coronavirus. O que la política de drogas de Uruguay es un exitoso modelo a imitar.

Para el año 2020 el terreno estaría allanado para reintentarlo de nuevo…

Fuente: www.estebanwood.com


*Esteban Wood es
licenciado en Comunicación Periodística, magíster en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social y especialista en la problemática de las drogas, adicciones y el narcotráfico