La noche descansa en los caminos, silencio nuevo de las estrellas bajo un cielo sin gloria empapado en histeria, todo es mentira salvo el veneno eterno de la envidia que brota de tus ojos de piedra. Busque en silencio el alivio para mi dolor, la voz de mi padre que imagino ausente, en el bosque se pierde el lobo macho buscando nueva hembra, apareo nuevo para mostrar al mundo su fortaleza, el viento descansa sobre una palabra que cabalga senderos de sed y magia. Me convertí en ave para despabilarme en el aire entre los sueños de las montañas, construí desde arriba un mundo de espejos donde miraba mi cuerpo desvanecerse de tristeza.

La rueda del viaje, motor incansable de la sangre derramada sobre el agua, fue así que de niño fui caracol durmiendo en los árboles, recorriendo tranquilo el tallo breve de la tarde que se espanta sobre el asfalto, y la caricia traicionera de aquel que está de paso escondiendo la miseria bajo sus zapatos. Me canse de niño ser ese caracol que espera, y ante la mirada atónita de mi madre quise ser pantera, mirada penetrante y temple de acero, cuerpo desgarbado que bailaba como las marionetas del viejo teatro, pantera que se lleva la voz sobre el silbido de mi llanto, murió de repente en aquella habitación opaca de belleza solitaria, tan húmeda como la pena que se dibuja en mi cuerpo. Redonda luna de papel crepe, belleza de primavera y risas austeras de los que ya no están.

Maté aquella noche a la pantera para convertirme en perro, ladrido de soles y espinas, bordando hilos de belleza sobre el tibio río de luz; escupí mi sombra que se me extravió en la senda, cambié hambre y lluvia por la mirada del mar y arenas allí donde arden las vertientes de tus secretos. Donde deje mis huellas, las busque en los balcones de oro de la ciudad que me sigue los pasos, camine sin rumbo pensando cuando fui puma, desplegando mis garras para que el jardín andariego no me olvide, suena de fondo una pobre canción que retarda mis pasos a lo lejos, sobreviví soportando los golpes y azotes de este circo del olvido, sobre calles manchadas de gritos callados por el temor a no volver.

Busque refugio en sus brazos, caminamos juntos bajo un sinfín de lunas y atardeceres y ella me regalo la sonrisa de mi cachorro tiempo después, la construcción más sincera de amor y libertad, compañeros de baile por el resto del tiempo este, tan fugaz y determinante como sus corazones en el mío.

Por Lisandro Rivas, periodista y escritor.