Los trastornos del espectro autista no se circunscriben a la infancia y tienen distintas presentaciones. Andrés Crampton, después de varias sesiones psicológicas y consultas psiquiátricas, tuvo el diagnóstico a los 24 años. Hasta entonces no lo creyó posible, pero el trabajo interdisciplinario en el Fleni de Buenos Aires y el resultado de una serie de test determinaron el cuadro, “el diagnóstico me liberó y alivió, explicó muchas cosas, mi vida mejoró considerablemente a partir de ese día”, expresó en diálogo con ANTI.

“No tengo recuerdos de la infancia, solo lo que cuentan mis padres. Sé que en el jardín no me gustaba hacer la ronda, evadía situaciones con personas alrededor y no soportaba los ruidos fuertes. No había una explicación o no la buscamos en ese momento, pero nadie sospechaba nada respecto de esas actitudes”, comenzó explicando Andrés.

Lo que más presente tiene de aquellos años es la intensidad con la que abordaba cada tema: dinosaurios, mitología y videojuegos, sobre todo. De carácter solitario, habitué a pensar en sus cosas y darle nuevas miradas. Temeroso de los ruidos fuertes, como las explosiones y las sirenas, “con el tiempo acepté que esas cosas podían suceder en cualquier momento y tenía que aprender a superarlo”, evocó, pero no fue tarea sencilla.

Es que estas primeras señales infantes se agudizaron con el correr del tiempo y lo que fue optar por la soledad en un principio, se convirtió en cuadros de depresión y ansiedad en la adolescencia. Comenzaron las consultas y los profesionales mencionaron “mucha capacidad intelectual, pero poco desarrollo emocional”. Andrés no quedó conforme.

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El menor de los Crampton solicitó entonces audiencia en el Fleni de Capital Federal, donde la psicóloga Natalia Schattenhofer, con la anuencia de otros profesionales, le realizó un test específico para llegar al diagnóstico, “se trató de una serie de preguntas y actividades cuyas respuestas permitieron detectar características intelectuales o emocionales propias del trastorno del espectro autista. Sentí que habían cuestionado y planteado situaciones nuevas, me costó procesarlo, pero fue la primera revelación de que quizá verdaderamente tenía autismo”, narró.

“Este diagnóstico me liberó y alivió. Cuando una persona autista se apabulla por la cantidad de estímulos se bloquea, se siente realmente muy mal, llega incluso a la autolesión, golpes en el propio cuerpo, es un patrón repetitivo que permite calmarte. Con el diagnóstico entendí todas estas crisis sensoriales. Es difícil poner en palabras, pero significó encontrarle explicación a muchas cosas que me pasaban, había encuentros sociales en los que me ponía tan nervioso que lloraba”, agregó.

En este contexto, además de los profesionales del Fleni, mención aparte mereció la familia, Carlos y Angélica, padre y madre; Jimena y Simón, sus hermanos: “el acompañamiento de ellos y de mis amigos fue genial, tanto desde lo emocional como desde lo económico. Comprendieron cada una de mis crisis sensoriales”.

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Una vez diagnosticado el cuadro de autismo, la doctora del Fleni decidió realizar también un test de inteligencia, con parámetros vinculados a la percepción, la memoria, la lógica y la matemática, la puntuación dio alta. Sobre una media de entre 95 y 105, Andrés se apuntó 122, “sé que la inteligencia es subjetiva, pero me hizo entender que si bien tengo limitaciones puedo hacer y llegar lejos en otros ámbitos”. Con este empoderamiento intelectual comenzó a dar clases particulares y descubrió que tiene “la capacidad para guiar a las personas hacia lo que les gusta y quieren hacer. Cuento con muchas tácticas a la hora de leer, estudiar y resumir, intento transmitirlas a la gente, sacar su máximo potencial y ayudar, esa es una de mis motivaciones principales”.

Esas facilidades las incorporó cuando cursó tres años psicología en La Plata, carrera que debió abandonar por sus cuadros clínicos, entonces asociados a la depresión y la ansiedad, “no fue una buena etapa, mi salud mental empeoró, tenía muchos problemas y no sabía muy bien lo que sentía”. No se desanimó, comenzó con el apoyo particular y le agregó actividades vinculadas a las letras: “me dicen que lo hago bien, realicé narraciones inspiradas en Cortázar, Lovecraft y Poe, me atrae ese estilo. Quiero provocar emociones, buscar las relecturas, cada texto incluye mensajes escondidos y referencias a otros autores. Proyecto en breve escribir un libro de cuentos”.

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Hace poco menos de un mes Andrés reveló su condición en redes sociales, sintió la necesidad de liberarse, “demostrar la emoción de encontrar la respuesta a ciertos aspectos de la personalidad y ayudar a la gente que lo padece para que lo haga público. La diversidad existe y no está profundizada. No somos todos iguales, hay personas con ciertas características y saber de qué se trata hace bien, además le enseña al otro a ser tolerante”, opinó.

“Sentir que te pasa algo y no podes explicar es incómodo, intranquiliza. Estás en la búsqueda constante, triste, ahora que lo sé tiene mucha relevancia, me siento pleno”, agregó. Por último, recomendó a los jóvenes que pasan un mal momento acercarse a un profesional porque “la salud mental es importantísima, si se sufre de depresión o ansiedad hay que darle interés y en caso de que el diagnóstico no convenza hablar de autismo y de la posibilidad de tenerlo. La neurodiversidad existe, somos diferentes psicológicamente, pero valemos todos igual”.