En estos tiempos de COVID y pandemia, la conceptualización de salud pareciera haber quedado circunscripta únicamente a la mera ausencia de un mal, afección o enfermedad, y no como un estado de bienestar físico, mental y social completo. Hemos quedado prisioneros de una jaula invisible, sometidos a los vaivenes informativos de la pandemia. Picos y mesetas de casos sospechosos, hisopados positivos, personas aisladas, defunciones y estadísticas. Contagiarse o no contagiarse es la dicotomía que hoy pareciera definir el enfoque sanitario predominante, tanto desde lo asistencial como desde lo preventivo. La promesa de una pronta vacuna es la luz al final de este largo túnel en el que ingresamos allá por mediados de marzo.
Mientras tanto, y producto de este excesivo “virus centrismo”, hay un iceberg por delante que no estamos visualizando: el de la salud mental, las adicciones y los consumos problemáticos. Una temática que, históricamente, ha estado históricamente invisibilizada y postergada en las agendas de gobierno más allá de contextos, leyes, proclamas y promesas. Y del mismo modo, aquello que no es visto por el conjunto de la sociedad como una problemática a resolver no ingresa al espectro de temas que ameritan intervención desde las políticas públicas.
La salud (o su ausencia) no puede estar determinada simplemente por la manifestación de síntomas o el padecimiento de una enfermedad, como en este caso el coronavirus. Lejos de cualquier alarmismo desestabilizador, quienes trabajamos hace años en el campo de las adicciones y la salud mental estamos obligados a hacer un llamado público de atención sobre una temática sumamente compleja y multidimensional, que hoy parece sumergida bajo otras prioridades de la agenda pública pero que, cuando la pandemia llegue a su fin, seguramente aflore.
Existe un consenso a nivel mundial sobre la importancia de visibilizar los trastornos mentales como la depresión, la ansiedad, el estrés, la autolesión e incluso los suicidios. A nivel local, de acuerdo con datos provistos por el Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), existe evidencia que sugiere que la cuarentena estaría asociada a trastornos psicológicos significativos y otras problemáticas de salud mental. Los hallazgos revelados por la investigación develaron que el porcentaje de personas en riesgo de trastorno psicológico se incrementó significativamente, en especial en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), alcanzando cerca del 10 por ciento de la población. En igual sentido, según un trabajo del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), ocho de diez jóvenes del país tienen síntomas de depresión leve, moderada y severa. Y más del sesenta por ciento de la población tiene síntomas leves, moderados o severos de ansiedad.La ONG Proyecto Suma realizó un relevamiento entre profesionales y pacientes para saber qué sucedió con la atención de la salud mental en la Argentina desde el inicio de la pandemia. Aproximadamente la mitad de los tratamientos ambulatorios se interrumpieron. Y aquellos que migraron a modalidad remota no presencial tuvieron un impacto negativo debido a problemas técnicos para establecer las comunicaciones y mantener sesiones remotas. De forma pareja, 50 por ciento de los profesionales y de los usuarios percibieron que los cambios en las pautas de interacción habían sido bastante o extremadamente difíciles. Y en simultáneo, nueve de cada diez profesionales de la salud mental manifestó que tanto los ingresos en las internaciones como las altas habían sufrido cambios, asociados a la limitación de alternativas para la atención en la comunidad.
En el campo del uso de sustancias psicoactivas y los consumos problemáticos, el panorama también se presenta complejo. Según datos de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, cuatro de cada diez personas incrementó la frecuencia de consumo de drogas legales durante el aislamiento, y un 33 por ciento consume mayor cantidad.
Una encuesta del Instituto de Investigaciones Gino Germani arrojó que el 45 por ciento de las personas consultadas dijo tomar más alcohol que antes del aislamiento, que se triplicó la cantidad de personas que bebe todos los días (en especial la franja de 35 a 44 años), y que hay una progresión en el consumo de bebidas de menor a mayor graduación alcohólicas. La investigación también pone de manifiesto que el incremento en la ingesta de alcohol tendría relación con la desorganización (más tiempo libre y ausencia de rutinas estables) y con la afectación emocional producida por la cuarentena. No obstante, es revelador que pese a los cambios en los hábitos y patrones de consumo, nueve de cada diez personas que manifestaron beber más durante el período de aislamiento no interpretan que este incipiente consumo problemático afecte alguna esfera importante de sus vidas (salud, vínculos o trabajo).
En el trabajo “Estudio de Opinión sobre hábitos y tabaquismo en tiempos de cuarentena”, la Consultora Julio Aurelio-ARESCO presentó una radiografía sobre lo que sucedió con otra droga legal durante estos meses de aislamiento social y obligatorio. El 41,6 por ciento de los fumadores reconoció estar fumando más que de costumbre, y otro 39,3 por ciento dijo seguir haciéndolo con la misma frecuencia que antes. Resulta sugestivo que en un escenario de desabastecimiento, con dificultades para conseguir cigarrillos, y con un sostenido incremento en el precio de venta, sólo dos de diez fumadores redujo o abandonó el hábito.
Otro dato a tener en cuenta es el significativo incremento de la venta de ansiolíticos, antidepresivos y medicamentos para inducir el sueño a raíz de la pandemia y el impacto del aislamiento social obligatorio en el país. De acuerdo con el Observatorio de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), entre marzo y julio subió un 10 por ciento la venta de ansiolíticos, y entre un 5 y un 9 por ciento el uso de antidepresivos (comparación 2019-2020). Sólo en mayo, en farmacias de la Ciudad de Buenos Aires se produjo un aumento del 60 en la prescripción de clonazepam (recetado para casos de ansiedad, ataques de pánico el insomnio causado por estrés). Y para la consultora IQVIA, la venta de antipsicóticos subió un 12 por ciento durante el segundo trimestre de este año con relación al mismo período 2019.
Sirvan estas líneas y estadísticas como advertencia para que podamos comenzar a mirar más allá del contexto desde un enfoque socio-sanitario integral, sin sesgos ni anteojeras que limiten las intervenciones, enhebrando redes de solidaridad con base comunitaria, y con estructura, dispositivos, recursos y presupuesto suficientes para llevar adelante la compleja tarea de disminuir el uso de sustancias y sanar la mente después de tantos días de distanciamiento, soledades y estrés.
*Esteban Wood es licenciado en Comunicación Periodística, magíster en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social y especialista en la problemática de las drogas, adicciones y el narcotráfico