Me desperté y ya no estabas en casa, enseguida supe que trabajabas. El día pasó y no volviste, entendí que algo malo ocurría. Tuve el presentimiento de siempre, “lo va a dar todo y se va a contagiar”. Y pasó, pusiste el alma y la pandemia te atrapó.
Me acuerdo cuando decías que tenías miedo, te hacía reir para que se te pasara y en verdad la muerta de miedo era yo. Siempre pensé que los padres eran fuertes, pero esta enfermedad cambió los roles, a los hijos nos toca ser valientes.
De ninguna manera tuviste la culpa, estabas en tu trabajo, conocías los riesgos y por algo elegiste enfermería. Entiendo este aislamiento, eso hacen los padres, protegen a los hijos. Estás alejada de tu hogar, tu comodidad, tus hijas, el amor, las cenas juntas, solo con la intención de cuidarnos.
Gracias por hacerme entender lo difícil que es ser vos. En este mes que no estuviste en casa cambiaron las cosas. La hija mayor es la que organiza, la del medio (quien te escribe) hace las compras, la comida, administra los ingresos y la menor trae el caos, pone nuestra paciencia al límite, pero a la vez nos hace reir mucho. En este tiempo compredí lo importante que es tener una familia unida. De esta manera nunca me siento sola y siempre estás presente.
También hay cuestiones que me ponen triste, los comentarios malvados de algunas personas. Siento pena por ellos, no saben lo que estamos pasando y lo separadas que estamos ahora por culpa de esta enfermedad. Entiendo de todas formas, en una situación así a la gente la domina el miedo, se apodera de sus pensamientos y las inmoviliza. Mamá, a mí eso no me pasó, lo vencí, como vos al COVID-19. Nunca me sentí débil, es mi turno de ser fuerte.
De vos aprendí que las críticas se pueden tomar o dejar, es decisión propia. Como cuando era chiquita y peleamos juntas contra el monstruo de la oscuridad, en este caso es invisible y nos quiere dominar, pero la esperanza es lo último que se pierde. El miedo no nos puede paralizar, no tenemos que darle el poder de actuar.
En mi caso decidí ignorar comentarios que harían daño, puede que no sean con el fin de herir, pero hay palabras que duelen, lastiman y nos hacen sentir vacíos. No culpo a nadie por pensar distinto, pero antes de hablar hay que saber la verdad. Esta situación me recuerda al juego del teléfono descompuesto, cada uno entiende lo que le parece. Por suerte también están las personas que nos dan ánimo, fe, confianza, a quienes en ocasiones no conozco, pero que me hicieron sentir que estamos juntos en esta. Me protegen, cuidan y debilitamos unidos al monstruo invisible.
Mamá, no estás sola, están mis hermanas, la familia, los amigos, gente que comprende la situación y, por supuesto, yo. Unidos y con vos. Ahora entiendo más que nunca cuánto te necesito, comprendí que no estoy preparada para llevar adelante una casa y menos una nena de ocho años que depende de nosotras todo el tiempo. Sé lo que es desear que se calle porque te estalla la cabeza, o cuando le digo que no y para ella siempre es si. Tuve que organizar mis días para acompañarla y de esa forma la situación mejoró.
Mamá, ansío mucho que vuelvas. Entiendo que la recuperación es lenta, pero te necesitamos con nosotras. Todo el tiempo estás en mis pensamientos y antes de dormir le pido a Dios que no te suelte la mano y que te trasmita todo el amor que siento por vos. Celebro que seas esta mujer, valiente, guerrera, fiel, sincera y, sobre todo, mamá. De esta manera me despido de vos, junto fuerzas para que todo termine y que pronto pueda llenarte de amor. Te amo hasta que dejemos de ser humanos, muchos cariños,
Martina soler