Por Adrián Paenza
Cuando uno se encuentra con alguien conocido en la calle piensa inmediatamente: ¡Qué casualidad! O si se encuentra con una amiga en una reunión, y ambas usan el mismo vestido. O una pareja que se encuentra con otra en un cine, viendo la misma película (obvio), pero el mismo día y a la misma hora. Coincidencias. Casualidades.
Naturalmente, algunas son más fáciles de procesar por nuestro cerebro, pero hay otras que no. Si usted vive en San Rafael, en Mendoza y una amiga suya que fue compañera del colegio primario vive ahora en Posadas, en Misiones, hace 30 años que no se ven, y se encuentran sentadas asiento de por medio en un avión que las lleva a Vigo en España, es otro tipo de casualidad, digamos que menos probable que suceda.
Quizás usted está tentada/o de ofrecer sus propios ejemplos… y está muy bien que así suceda, pero la pregunta es: ¿es realmente casualidad? ¿O es que la probabilidad de que cierto tipo de acontecimientos sucedan simultáneamente parecen menos probable de lo que en realidad son? En todo caso, los humanos nos llevamos bastante mal con el azar. Acá quiero contar dos historias (breves) sobre situaciones que parecen extrañas. ¿Lo son verdaderamente? Si lee el artículo hasta el final, no comparta mis conclusiones porque las escribí yo. Piense usted y ofrézcase a usted misma/o sus propias reflexiones. Acá voy.
Quiero presentar acá dos historias. Me ocupé específicamente de comprobar que cada una de ellas estuviera validada con suficientes ‘fuentes’ que garantizaran su veracidad.
Corría el año 1995. Una pareja, Alex Voutsinas y su novia Donna, estaban a punto de casarse. La ceremonia sería en Boynton Beach, una ciudad de menos de 70 mil habitantes ubicada cerca de West Palm Beach, en el estado de Florida. La semana previa al casamiento, estaban en la casa de la madre de Donna buscando fotos de cuando ella era aún una pequeña beba. La idea era completar las que había aportado Alex, de manera tal de poder armar un álbum con fotos de ambos a medida que habían ido creciendo y después, generar un video que presentarían antes de la cena, tal como es habitual en una buena parte del mundo. Hasta acá, todo ‘normal’.
Mientras estaban revolviendo uno de los cajones y las fotos pasaban de mano en mano, Alex pegó un grito, como sorprendido:
– “Pará, pará!!! Dejame mirar esa foto que tenés en la mano (le dijo a su futura señora). “¿Podés creer?”, siguió diciendo él.
– “¿Qué tengo que creer?”, aportó Donna.
La foto estaba sacada en Disneyworld, en Orlando. Donna estaba posando con uno de los personajes de Disney, junto a sus dos hermanos, tal como se ve en la foto que acompaña este texto. Lo que motivó el grito de Alex no fue ‘esa parte de la foto’, la que le había dado origen, sino lo que se veía más atrás, en un segundo plano, sobre la izquierda. Varias personas paseaban ignorando lo que sucedía con quien sacaba la foto. En particular, se ve a un señor empujando un ‘cochecito’ que lleva un niño.
– “No lo vas a poder creer, pero ese señor se parece a mi papá!!”, siguió Alex
– “¿Cuál”, dijo Donna
– “El que está empujando el cochecito ¿Sabés qué sucede? ¡El que está en el cochecito… soy yo!
Mientras el padre de Donna sacaba la foto de sus tres hijos con uno de los personajes de Disney, más atrás, en un segundo plano, el señor que empujaba el cochecito, quien paseaba con su hijo, era el padre de Alex. Todo sucedía… ¡simultáneamente! Uno está tentado en concluir que… ¡esta boda tenía que suceder! ¿Predestinación?
La foto fue sacada en 1980. Alex logró que su madre encontrara fotos de ese mismo viaje (sin Donna, claro está), pero con el padre y él vestidos de la misma forma pero sin el personaje de Disney. Además, Alex es canadiense y Donna es norteamericana y es la que aparece en uno de los círculos. Se conocieron en 1994 cuando los dos empezaron a trabajar como empleados en un hotel. Se casaron en 1995, 15 años después de la foto.
Aquí, una pausa. Yo sé que parece increíble pero me apuraría a decir que era esperable que sucediera. Leyó bien: esperable. No me refiero a que les pasara a ellos dos en particular, pero sí, que suceda en alguna parte del mundo. La probabilidad de que esta escena suceda es ciertamente muy pequeña, muy baja… ¡pero no es cero!
Y esta es la parte que me interesa destacar de la historia. Si uno piensa en la cantidad de fotos que se sacan en todas partes del mundo en todo momento cuando ahora que ni siquiera es necesario llevar una cámara específica para sacar fotos sino que viene incluida -casi- en cualquier teléfono celular, la cantidad de imágenes que se registran en todo momento en todo el mundo es increíblemente grande. Es tan grande, que la probabilidad de que haya pasado lo que pasó, es más grande que ganar la lotería y no creo que nadie se sorprenda porque alguien gane o haya un ganador -casi- todas las veces que se juega. Ahora bien, hay una diferencia importante: que haya dos niños en una misma foto cuyas familias no se conozcan es altamente posible especialmente en Disneylandia o en la Torre Eiffel, pero la probabilidad de que dos de ellos se casen, si bien no es cero (como queda claro), es ciertamente muy baja.
Para terminar: ¿tiene algún álbum de fotos usted? ¿Se fijó quiénes están alrededor suyo cuando era niño/a en un segundo o tercer plano?
Otro ejemplo. Uno de los actores más reconocidos y prestigiosos de esta época es Anthony Hopkins. Cuando tenía 35 años y todavía no había alcanzado el reconocimiento mundial que tiene hoy, se peleó con el director del Teatro Nacional de Londres mientras estaba representando Macbeth. Hopkins ocupaba el papel principal, pero renunció. Mientras tanto, Hopkins luchaba con episodios severos de depresión que lo llevaron a consumir una gran cantidad de alcohol. Se transformó en un alcohólico.
Casi en simultáneo, recibió una oferta para trabajar en una película: “The Girl from Petrovka” (“La Niña de Petrovka”). La película se basaría en una novela escrita por el autor norteamericano George Feifer. La acción se sitúa en Moscú. Allí, un reportero norteamericano que se enamora de una bailarina rusa. Hopkins quiso leer el texto antes de aceptar y empezar el rodaje. El problema con el que tropezó es que nadie parecía tener el texto original, cosa que desesperó al propio Hopkins.
Empecinado en encontrar el libro, comenzó a recorrer librerías londinenses cada vez más frustrado porque no la podía encontrar. Empezó por las más importantes, pero terminó en librerías que vendían libros de segunda mano, usados, antiguos. En uno de esos viajes, ya fastidiado por su mala suerte, se metió en un subte, en la estación de Leicester Square, en el centro de Londres. (Una pausa breve: ¿se imagina dónde voy, no es así?) Mientras esperaba que llegara el subte, en uno de los bancos de la estación, alguien había olvidado un libro.
Y sí, tal como usted presumía, el libro que apareció en el banco… ¡era la novela que buscaba Hopkins! Pero no era una copia cualquiera. Era un ejemplar, leído, subrayado, que tenía resaltados múltiples párrafos de libro que buscaba: “La Niña de Petrovka”. En los márgenes había anotaciones que terminaron ayudando a Hopkins en su trabajo actoral, algo que él siempre reconoció. Pero hay más.
Después de casi un año, cuando empezó la filmación, Hopkins estaba verdaderamente preparado. Ese mismo día Feifer -el autor del libro- se acercó para presenciar cómo habrían de darle vida a lo que él había imaginado. Además de Hopkins, el papel protagónico femenino lo representaría Goldie Hawn.
Cuando se hicieron las presentaciones de rigor, Hopkins lo llevó a Feifer hasta su camarín, y le contó la historia que había vivido con el libro. El que se quedó sin palabras esta vez fue el propio Feifer. Tomó el libro, y lo recorrió de principio a fin, sin levantar la vista. Permaneció en silencio durante un buen rato, tanto que terminó incomodando a Hopkins: “¿Pasa algo?”.
Feifer le contestó que sí, que ‘pasaba algo’. Esa era una copia de él, de Feifer. Como era fácilmente observable, Feifer había escrito en los márgenes todo lo que él creía que debía ser agregado si es que alguien terminaría haciendo una película sobre el libro. Le había prestado el texto a un amigo, con un encargo especial de que no perdiera esa copia, porque contenía todo lo que él creía que era importante y que le había llevado mucho tiempo en hacer todas las observaciones que figuraban allí.
El amigo, había perdido la copia…. Y esa copia fue el texto que terminó encontrando Hopkins en la estación de subte. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? ¿Azar? Usted… sí, usted… ¿qué piensa?
Fuente: Página 12