Encuentros, desencuentros y embrollos con lo incalculable en el amor.
Por Lic. Ramiro Tejo
Se podría decir que la vida es una sucesión de conjunciones y disyunciones. De encuentros y separaciones. En toda biografía hallamos el detalle de las veces en que alguien en el camino se ha encontrado con algo o alguien y de las veces en que se ha separado: instantes, momentos, acontecimientos que producen desvíos, cambios de dirección.
Algo que se hace presente ya sea en el amor, en la amistad, en el pensamiento o en el cuerpo, que hace que las cosas tomen un impulso o un matiz diferente. Lo indeterminado que inscribe una ruptura en la causalidad, irrumpe como “acontecimiento imprevisto”[i], pudiendo sacudir la dimensión del deseo. A eso que “acontece” y que repercute en el campo del deseo bajo el modo del encuentro o del desencuentro, el sujeto responde: ya sea por el lado de la disponibilidad, en el sentido de hacer lugar a eso, o por las diversas formas que puede tomar el rechazo.
En esta misma línea aprendemos de quienes escuchamos que en el territorio del amor, donde “el goce pulsional puede admitir ser descompletado, carecer de algo, para verse embarcado en los asuntos del deseo”[ii], el encuentro y el desencuentro para el sujeto en cuestión no siempre se juegan a todo o nada.
Encontrar sin buscar
Entiendo que cuando Lacan cita la frase de Pablo Picasso “no busco, encuentro”[iii] hace hincapié en cómo se servía de lo contingente a la hora de intentar dilucidar alguna cuestión relativa a la teoría. No se trataba de lo que ya sabía, sino de hacer uso del hallazgo para poder iluminar algo opaco. La apertura al encuentro con lo que no se busca, se trata de una apertura a lo incalculable y dar lugar a eso es, podríamos decir, una de las grandes dificultades para el sujeto. Sin embargo, podemos agregar, que tanto el encuentro como el desencuentro en el amor son siempre del orden de lo contingente. Su ocurrencia es inesperada y ningún algoritmo ha podido hasta ahora preverla.
Cuando exploramos algunas de las formas que toma el padecimiento, hallamos cómo innumerables veces, el rechazo a lo incalculable en el campo del amor, el deseo o del goce; configura una amplia gama de presentaciones. Cabe aclarar que esta presencia de algo que al sujeto “le acontece” viene siempre a perturbar cierta homeostasis, trastoca por un instante su rutina, aún cuando la respuesta sea por el lado del enlace o del desenlace; o por ninguna de las dos.
Tomemos por ejemplo a un sujeto que localiza que con alguien le sucede algo especial pero “no se quiere enganchar”. Ubicando allí un posible partenaire amoroso, pero simultáneamente indica que de consentir a esa primera elección pondría en crisis algún término de su vida actual, al que no está dispuesto a renunciar.
O aquel que sosteniendo una relación advierte que ya no elige a ese partenaire, como en el recientemente estrenado film de Charlie Kaufman “Pienso en el final”, donde la protagonista encuentra la frase que da título a la película como una presencia incógnita, antes de que pueda comprenderla, extraer consecuencias o actuar en la vía de una separación.
Algo del encuentro o de la separación, se configuran en un primer tiempo, tomando la forma de un deseo o de algo que ya no se quiere. Se hace presente, no sin que intervenga ya allí algo del orden de una elección inconsciente, pero a lo cual se puede en un segundo tiempo rechazar o consentir.
Esto que irrumpe en los asuntos del deseo no es del orden de la búsqueda sino del encuentro. Se presenta como existente y obliga al sujeto a responder.
Buscar sin encontrar
En un hermoso cuento de Julio Cortázar, llamado “Manuscrito hallado en un bolsillo”[iv] el protagonista se pasea por el metro de París siguiendo un orden prefigurado de antemano. Establece como condición para el encuentro con alguna mujer la concreción de una “coincidencia” en los recorridos y combinaciones del tren subterráneo por diferentes estaciones: un circuito determinado de antemano, sería el molde donde pueda alojarse a través de la coincidencia, una elección. El narrador apela a un saber que programe el encuentro. Este se prefigura convocando a la “casualidad,” pero a su vez intentando calcularla, una casualidad calculada en la que el protagonista se aparta de cualquier certeza subjetiva que pueda “acontecerle” por fuera de los moldes. No obstante ello, en uno de sus paseos ocurre que el protagonista se siente concernido en un encuentro singular con una mujer y hace valer este otro tipo de causalidad “contingente”, justamente para ir al encuentro de ella, consintiendo a ello y debiendo transgredir la ley que regía el juego. Hasta allí, la transgresión al juego (a lo que se buscaba) produce un encuentro fortuito al que ambos hacen lugar. En el cuento, una vuelta más complica las cosas: el protagonista le cuenta a la mujer las reglas del juego y ambos entienden que para que su encuentro sea “legítimo” hace falta volver a encontrarse siguiendo las reglas del mismo, movimiento por el que intentan escribir ese encuentro como necesario.
En ocasiones esta ley que rige el juego, toma el valor de un Ideal que puede ser cualquiera, que se satisface en la medida en que el sujeto toma distancia con ese encuentro contingente, tal como ocurre en el cuento, que habiendo dado lugar al acontecimiento los sujetos comienzan a retroceder. Lo que descubre el psicoanálisis es que vía ese Ideal (regla del juego del Otro) algo también se satisface en forma paradojal para el sujeto. Es decir que el sostenimiento de dicho juego encarna la respuesta a una demanda por la que se sacrifica algo de la causa del deseo.
Rechazos y consentimientos
Si postulamos que en el encuentro y en el desencuentro interviene lo contingente y que lo que se hace presente pone al sujeto en relación o en disyunción con una causa, agregaremos que el sujeto afectado no tiene margen de maniobra para borrar lo que ya aconteció. Obligado a responder, el sujeto lidia con lo contingente, muchas veces queriendo pegar el jarrón que ya se ha quebrado o separarse de eso a lo que ya se está enlazado, llegando a soluciones de compromiso sintomáticas.
La elección posible
Del lado del rechazo podemos localizar “el no querer saber nada de eso”[v] que no por ello desactiva la eficacia del acontecimiento y que retorna en el padecimiento propio.
Allí se inscriben toda una serie de presentaciones vinculadas a la inhibición, al acto interrumpido, a una elección que no se termina de concretar, donde se elige lo que no se desea o se desea lo que no se elige.
Del lado del consentimiento podemos situar el “hacer lugar” al acontecimiento. La disponibilidad que habilita una elección posible para poder hacer algo con eso que ya está allí, y que ya sea por el lado del encuentro o por el lado del desencuentro testimonia de una manera singular de gozar. Entre la causa a la que se consiente y un acto posible, podemos alojar la invención de cada quien.
Por ello, parecería que el consentimiento al encuentro con lo incalculable habilita un margen de elección, pero el rechazo lo inhabilita. De la diversidad de respuestas de cada quien, deducimos que juntos o separados en el lazo amoroso, no son territorios tan circunscriptos y que en ese entre, se alojan una serie de padecimientos ligados al desacople entre el amor, el deseo y el goce.
[i][i] Miller J.A. “Los usos del lapso”. Pag. 225. Paidós. Buenos Aires. 2010.
[ii] Miller J. A. “El partenaire-síntoma”. Pag. 157. Paidós. Buenos Aires. 2008.
[iii] Lacan J. El Seminario Libro 11: “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Paidós. Buenos Aires. 2006.
[iv] Cuentos Completos/2. J. Cortázar. Alfaguara. Argentina. 1999.
[v] Lacan J. El Seminario Libro 20. “Aún” Paidós. Buenos Aires. 2008.
*Ramiro Tejo es psicoanalista y psicólogo del Hospital «San Vicente de Paul» de Chascomús. Docente del Servicio de Asistencia a la Comunidad del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires.