Por Jorge Capsiski, Revista Siete Días, Nº 855, del 2/XI al 8/XI de 1983, págs. 20 a 25.
No es una biografía. Es la semblanza de un hombre que inició en un pequeño pueblo una trayectoria que lo llevó a la Casa Rosada.
“Tengo pruebas del pacto sindical”.
“En 24 horas terminaré con el hambre y la corrupción”.
“Los gremios no nos pararán el país”.
“No permitiré que la C.G.T. actúe como un partido político”.
Tiene un idioma atípico para un radical.
Sus opositores dicen que es un provocador y lo acusan de estar vendido al imperialismo yanqui, a las multinacionales. O sencillamente de haber recaudado todos sus fondos del socialismo europeo. Y por lo tanto ser un representante de la zurda.
Lo que nadie puede negarle es haber transformado la vetusta estructural radical. Y haber generado una nueva presencia en las calles, la de los que “habitualmente se quedaban en casa”.
Su innegable carisma, su atrevimiento y su discutida denuncia sobre el preocupante “pacto sindical militar” produjo la polarización política más formidable de las últimas décadas. Y ahora, sin entrar a averiguar si se trató de una hábil maniobra electoral o si era una “realidad por demás evidente” –como luego aceptaron los moderados radicales–, hay que admitir que a partir de semejantes denuncias a la parte más “susceptible” y más dura de sus adversarios, el país entero comenzó a advertir que se enfrentaban a un nuevo tipo de liderazgo. O que había nacido –en todo caso– un contra-líder capaz de encabezar el tercer movimiento político, capaz de enfrentar a las Fuerzas Armadas con la misma violencia del populismo, pero con banderas que reivindicaran la libertad y la justicia, sin estructuras “típicamente verticalistas” y sin aquel “costumbrismo” folklórico que tanto irritaba a los sectores tradicionalmente antiperonistas.
En 1927 Latinoamérica se solidariza con Sandino, patriota nicaragüense que encabeza la lucha contra los invasores norteamericanos. Ese año matan a Sacco y Vanzetti y en Argentina el 12 de marzo, nace Raúl Alfonsín (es diez años menor que Italo Lúder.) Y como él proviene de una familia que ejercía una suerte de liderazgo económico en su pueblo natal.
Es que su padre era uno de los socios de la firma “Alfonsín Hermanos”, un almacén de ramos generales donde también podían comprarse desde aperos hasta alambradas de púa. Su padre –don Serafín– caracterizado republicano y antinazi, le hizo vivir los avatares de la guerra civil española, con esa suerte de sentimentalismo furibundo, socialista y antimilitarista.
Su madre, Ana María Foulkes, lo mimó como a todo primogénito que además resulta ser el primer sobrino de la familia y el primer nieto.
Vivían en una vieja casona de la calle Lastra, en Chascomús, un lugar privilegiado de la pampa húmeda que cuenta con la laguna más grande de la Argentina.
Después llegarían otros cinco hijos, pero “mamá” reservaba para el primogénito el mejor de los futuros. Por eso propició que ingresara al Liceo Militar General San Martín, donde el pequeño Raúl tuvo el privilegio de tener por compañeros a un muchacho llamado Leopoldo Fortunato Galtieri y a otro muchacho llamado Albano Harguindeguy. En esos años este hijo de almaceneros tuvo la certidumbre de que su vida no estaba hecha para las armas… y se decidió a ser abogado de su pueblo.
Alternaba sus estudios en la Universidad de La Plata con los bailes en la terraza de la municipalidad de Chascomús.
Nadie puede decir que durante sus años de juventud haya sido un tipo brillante. Flojo en matemática (5,50 de promedio), dicen sus compañeros que se mantenía al margen de las peleas que habitualmente se celebraban a la salida de la escuela. No descolló en ningún deporte. Su “destape” –si alguna vez existió– ocurrió a los 17 años, cuando ingresó a la Facultad de Derecho y comenzó a militar en el Movimiento de Intransigencia y Renovación, un sector radical liderado por Arturo Frondizi, Ricardo Balbín y Moisés Lebensohn.
Por ese entonces, muchos de sus amigos pensaban que era un “chupa-cirios”. Omar Goñi, unos de sus mejores amigos de esa época, nos explica el motivo: concurrían a jugar al ping pong y a la paleta (único deporte que practicó el candidato) al Centro de Jóvenes Católicos, donde era necesario comulgar una vez por mes.
Típicamente provinciano (todavía admite que sólo se corta el pelo en Chascomús) Alfonsín sigue los rituales propios de los pueblos. No presta mucha atención a su atuendo. Jamás lleva mucho dinero en los bolsillos. “Y el pechazo de cualquier viejo amigo lo puede dejar seco” –relatan los que lo conocen de hace años.
Bailador de tangos y boleros, jugador de tute y de mus, consuetudinario contador de chistes, como era de suponer conoció a su novia en un baile de Carnaval.
El romance se consolidó durante los paseos por los alrededores del Club de Regatas. Ella, María Lorenza Barrenechea tenía 17 años… y noviaron hasta que cumplió 21 (y él 22). Como en todas las historias de pueblo, los dos contrayentes se casaron en la misma iglesia donde habían sido bautizados y donde habían tomado la comunión.
Hoy, que Chascomús tiene 30 mil habitantes, 80 llevan el apellido Alfonsín. Y el viejo almacén de ramos ha cumplido cien años. Ese sentido de clan permitió que de los 3.800 votantes que tuvo el radicalismo en la interna en las últimas elecciones, solamente cuatro no votaran por don Raúl.
El los conoce perfectamente. Y son sus amigos. “Dos de ellos –dice– tienen una estación de servicio. Nunca los pude convencer”.
Por eso no hace falta ser un gran investigador para encontrar testimonios de su infancia a cada paso. Está aquel compañero Orlando Diani que todavía recuerda el día “en que Raúl encajó un pelotazo en la cabeza al director de la escuelita”.
O su primera maestra –Zulma Mezzola– que hoy evoca: “Cuando llegaba después de haber sonado la campana, se ponía tan, pero tan nervioso, que tropezaba y se le caían los libros por el piso”.
Se recibió de abogado en 1950 (año del Libertador). Es decir en pleno esplendor del régimen peronista. Casi todos los órganos de difusión de masas estaban controlados por el Estado. Y por supuesto, parte del programa que lo habilitó como jurista incluía La Razón de mi Vida y el Primer Plan Quinquenal. Antes de recibirse debió memorizar los artículos de la Constitución de 1949, que curiosamente había redactado su adversario político, Italo Luder.
Sus primeras armas como abogado las hizo en Mendoza. Pero las cosas no le fueron bien. O mejor, le fueron bastante mal.
Como decía Papá Fierro, “Vaca que cambia de querencia se atrasa en la parición”. Por eso el matrimonio regresó al protector feudo de Chascomús, donde nadie lo había olvidado. Quizás por su “aire entrador”. Quizás porque ya tenía una incipiente vocación de líder… y en lugar de las clásicas parrilladas conservadoras, organizaba vernáculas fritadas de pejerrey (un manjar local que aún lo deslumbra). O quizás porque su despedida de soltero –realmente inolvidable– había durado una semana. Y como dice Omar Goñi, “mejor que no le cuente como terminamos”.
Era la época de la U.E.S., del renunciamiento histórico de Eva Perón en el Cabildo Abierto del Justicialismo, ubicado en el mismo sitio donde este último 28 de octubre cerraría su campaña Lúder. Era la época de Benny Goodman, y de Smith y sus Pelirrojos. Pero los radicales sólo hablaban de los contratos de la California Argentina que, según ellos, enajenarían gran parte de la Patagonia.
El abogado Alfonsín pateaba las calles de Chascomús, porque era el único abogado que no tenía coche. Siempre llevaba su mano izquierda cercana a su sombrero, presto a saludar a quien se le cruzara por delante.
Era una tradición que siempre anduviera seco. Jorge Nimo, un ayudante de su estudio jurídico da su explicación: “Era una especie de consejero de todo su pueblo. No cobraba por las consultas. Salía gratuitamente de garante a todos los que se lo pidieran. Y era muy vulnerable a los pechazos.”
En 1952 fue concejal. En el ’56, ya era presidente del comité local. Muchos correligionarios recuerdan que en un acto le ofrecieron una rifa beneficio y tuvo que pedir dinero prestado para no pasar vergüenza.
Dos años después, cuando la Revolución Libertadoras reabrió con proscripciones las compuertas de la democracia, don Raúl (ya era llamado así) fue diputado provincial.
En 1959, la Unión Cívica Radical Intransigente –aliada al peronismo– ya había defraudado a gran parte de sus votantes. “La entrega del petróleo”, las “enseñanza libre” que permitió el acceso de “universidades confesionales” y el celebérrimo “Plan Conintes” (o conmoción interna de Estado), una superación maquiavélica del estado de sitio inspirado por las Fuerzas Armadas, las mismas que a lo largo de 38 golpes de Estado “a medio concretar” postularon la ruptura con Cuba, se escandalizaron por la visita del “Che” Guevara y buscaron la alianza con las “fuerzas vivas” para voltear al jaqueado gobierno.
Nunca resultó tan fácil ser opositor. Y Alfonsín era un tipo de agallas. Por eso, si bien los “moderados de siempre” solían poner “escollos tranquilizadores” a los que “procuraban subir en ascensor”… en el año 1963 –cuando asumió Arturo Illia con sólo el 25 por ciento de los votos– don Raúl ya era diputado nacional. Un año después lo eligieron presidente del Comité Buenos Aires.
“Es consciente de que a veces le sale el gallego de adentro –repetía su amigo, el Vasco Goñi– pero sabe reconocer cuando se pasa”.
Cuando le preguntan si es un líder carismático, sonríe. –No –responde divertido–. Yo soy el “anticaudillo”.
Pero aquí mezcla una sutil combinación de seriedad y humor que le permite afirmar –por ejemplo– “que la política es un oficio insalubre”, “que nunca da satisfacciones”…Y que, a lo sumo, deja la “satisfacción del deber cumplido”.
En los preludios del derrumbe
Era la época de Isabel. Ya había pronunciado Ricardo Balbín sus memorables palabras ante el cadáver de Perón. Ya habían sido asesinados Arturo Mor Roig, Silvio Frondizi, Rodolfo Ortega Peña y hasta el jefe de policía. La triple A paseaba impunemente por las calles y ya no se sabía qué muertes correspondían a cada bando. Los sindicatos peronistas se enfrentaban con el gobierno.
Las fuerzas armadas ya habían sido autorizadas para encargarse de la lucha antiguerrillera. Y los servicios públicos se incrementaron en forma increíble. El crack económico amplió la crisis. Celestino Rodrigo aplicó su estrategia.
El peso fue drásticamente devaluado y el costo de la vida subió hasta las nubes.
El 29 de mayo de 1975, Raúl Alfonsín acusó de traición a todos los hombres del gobierno que alguna vez habían prometido desterrar la injusticia.
Urgió la creación de una comisión investigadora “de todos los crímenes que se cometen bajo la actual situación” (por decir mucho menos que esto, el diputado Héctor Sandler debió refugiarse en el Congreso).
Alfonsín fustigaba sin piedad.
“En 550 días, el gobierno no localizó a ningún integrante de los comandos de la muerte. No sabe dónde están, ni cómo circulan los automóviles sin chapa.”
El 16 de diciembre –cuando ya estaban madurando las brevas del golpe y Martínez de Hoz ya se había reunido muchas veces frente a esa mesita hexagonal con los comandantes en jefe, diseñando lo que sería el Plan Económico del proceso 1– Alfonsín pedía:
“Tiene que desaparecer la omnipotencia de López Rega en la esfera del gobierno. Es una constante fuente de irritación.”
El 3 de febrero de 1976 –cuando era evidente que ya estaba todo perdido y que “se venía la maroma”–, Alfonsín abogaba por “una nueva síntesis política para salvar al gobierno de la ineptitud exasperante en que sigue absorbido por sus luchas internas”.
Desafiante y desafiado
El 5 de junio de 1981, cuando en uno de sus conocidos y acostumbrados exabruptos el presidente Galtieri afirmó que “Las urnas estaban bien guardadas”,Alfonsín no demoró en contestarle.
“Los militares deben recordar que son servidores de la República y no sus amos. Y en vez de guardar las urnas deben guardar mejor el patrimonio nacional y los derechos humanos.”
Durante toda la época de Martínez de Hoz había reclamado en todos sus discursos en contra de la importación superflua.
En 1979 –cuando todos los políticos silenciaban lo que ocurría en el país– denunció: “Existen verdaderos voceros del odio capaces de desprestigiar a cualquiera que levante la voz en pro de los derechos humanos”.
Al mismo tiempo acusó a la conducción balbinista de “rehuir actitudes críticas y silenciar errores.”
¿Un líder carismático?
Es subteniente de reserva. Hincha de independiente. Tiene un solo sobretodo (que por suerte es reversible).
Lleva 35 años de casado. Tiene seis hijos y 13 nietos. Estuvo preso durante la época de Perón. Fue periodista y en Chascomús fundó un modesto periódico local: “El imparcial”.
También tiene pretensiones de escritor. Una vez mandó al ciclo “Cosa Juzgada” (que dirigía David Stivel) una obra teatral de innegables connotaciones políticas.
Empedernido fumador, llegó a consumir tres paquetes diarios. Terminó con una laringitis crónica que prácticamente no lo dejaba hablar. Hoy ha dejado de fumar. En cuatro meses ha pronunciado 200 discursos. Parece incansable. No obstante, desmiente las publicaciones que afirman que se levanta a las seis de la mañana y dice que necesita –por lo menos– siete horas de sueño y que le encanta hacer la siesta… Cuando dice un discurso empapa de sudor su camisa y su saco. Se baña dos veces por día. No usa colonia y se afeita con hojitas descartables de doble hoja.
Por supuesto, todas estas enumeraciones le hacen sonreír. Pero se niega a responderlas al periodismo.
En cierta ocasión un periodista de Siete Días le preguntó una serie insufrible de frivolidades:
¿Nunca fue piropeador? ¿Qué opina de nuestra revista? ¿Qué hace un político durante las vacaciones? ¿Mastica chicles? ¿Qué le preguntaría a Mao Tse Tung? De cambiarle el nombre a Mar del Plata, ¿cómo se llamaría?
Alfonsín lo miraba con paciencia y respondía con monosílabos. Por fin nuestro talentoso colega le preguntó “¿Qué es lo más frívolo de su vida?”
Aquí el candidato lo miró burlonamente y le respondió: “Estar aquí parado contestando su reportaje”.
No obstante –gracias a la aparente superficialidad de esa encuesta nos enteramos de:
Que Raúl Alfonsín nunca pudo remontar un barrilete. Ni fue piropeador, porque jamás dejó de ser tímido. Que pensaba llamar Alfredo Palacios a la ciudad de Mar del Plata.
Que no tiene casa de fin de semana, sino “casa-de-toda-la-semana”. Que le gustan los helados. Que cuando era joven “fue un timbero bárbaro”, y que “por eso, desde entonces no pisó un solo casino”.
Juega al ajedrez. Cree que las características reales de un buen presidente deben ser (en este orden): ser honesto, tener coraje para enfrentar situaciones, humildad para no creerse infalible, receptivo para saber escuchar y auténtico para no caer en ambigüedades.
Sus últimas definiciones
–Se acaba la inmoralidad y la prepotencia.
–Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrero. Se acaban las fábricas muertas.
–Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de producción.
–Los argentinos merecemos volver a ser los dueños del país.
–No es suficiente levantar las banderas de la justicia social… Esta hay que construirla y hacer que permanezca.
–No alcanza declamar la libertad. Hay que hacer ejercicio de ella para poder asegurarla.
–Que la lucha electoral no nos confunda. Que no confunda a nadie. Y que nadie se equivoque. No hay dos pueblos.
–No son los objetivos nacionales lo que nos diferencian del justicialismo, sino los métodos y los hombres para alcanzarlos.
Y antes del cierre de su campaña: Hoy los más altos dirigentes justicialistas han dicho que las elecciones no las ganará ningún candidato… sino que las va a ganar Perón, así como el Cid Campeador venció muerto en batalla. Por eso me pregunto, come se preguntan millones de argentinos: ¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo pregunto al igual que millones de argentinos… porque todos recordamos muy bien todo lo que ocurrió cuando murió Perón.
Y esta última parrafada entronca admirablemente con una frase que repitió muchas veces: “Nosotros nos hemos equivocado feo. Me autocritico. Pero el otro partido debe terminar con la soberbia, como si nunca se hubiera cometido un error en la Argentina”.
Fuente: El Historiador