Martín Moreno en la adolescencia quería pilotear aviones, hasta que un amigo de su padre le habló de la escuela naval. Cambió el chip, se hizo hombre de mar y conoció el mundo en la Fragata Libertad. Primaria en la 5, en su barrio natal, secundaria en el ICM y después la Armada, intensa formación y a girar por el globo.

Cuando estas líneas se den a conocer y el lector sepa de las travesías en barco del chascomunense Martín Moreno él estará, una vez más, mar adentro, como hace más de quince años. Ya no como miembro de la Armada, fuerza en la que aprendió los secretos para dominar el agua, sino en la Marina Mercante, flota de carácter comercial que lo recibió tras su alejamiento en 2013 de la escuadra naval nacional.

La Armada y la Marina Mercante no es lo mismo, “son vidas completamente distintas”, expresa Martín para resumir la carga simbólica de la actividad de una, vinculada a la defensa del mar, el impedimento de la depredación de los recursos naturales o la de garantes de la investigación científica, contra el aspecto material propio de la segunda. ¿Coincidencias? Los objetivos de las dos determinan ausencia y tiempo lejos de la familia.

“Cumpleaños o fiestas estoy acostumbrado a no celebrar, las tomo como un día más, quizá sea la forma de predisponerme para que no me afecte. De hecho ahora voy a pasar Año Nuevo embarcado, pero intento mentalizarme en el trabajo. Hay otros que les cuesta más y ahogan penas en alcohol, clásica imagen del marino borracho”, cuenta y sonríe.

La vinculación de Martín con la Armada proviene de un amigo de su padre Alberto, Rafael “Lucho” Picchiello, quien le contaba anécdotas de la fuerza y lo invitó a conocer la escuela naval, “desde entonces me apadrinó e incentivó en los estudios, la preparación para entrar es difícil y no eran los libros lo mío en ese momento”, narra respecto del promotor, ya fallecido, pero con legado palpable en esta historia.

“Uno viene acostumbrado de la casa y el régimen de la Armada es duro. Ya sea la formación militar como la académica, a la mañana mucho contenido y a la tarde deporte. En el primer corte o filtro de reclutamiento ingresé pesando 77 y bajé 10 kilos. En casa comía en escuadra, te acostumbran y presionan tanto respecto de las buenas costumbres que estaba trastornado”, recuerda de aquel primer año.

Y agrega que “el ingresante debe trotar en todo momento, tiene tiempos para bañarse, cambiarse y lavarse los dientes. Si alguien se manda alguna, la noche es agitada y a la mañana siguiente hay clases. En los años superiores, ya de instructor, me bajaron puntos en la foja de servicio por no haber puesto sanciones en todo el año, prefería dialogar y conciliar”.

“El marino tiene que ser buen caballero y si sabe navegar mejor”, es una de las frases de cabecera en la fuerza, “hacen hincapié en las buenas costumbres, la amabilidad y el respeto de la palabra del otro. La realidad es que formamos parte de una sociedad y como pasa en todos los ámbitos hay cosas buenas y malas. Después, cuando estás en el mar navegando, sentís que todo vale la pena”, dice.

Dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo

“Cuando estás en el mar navegando, sentís que todo vale la pena”, parece hacerse un eco, la simple expresión le provoca placer, el mar es parte de su vida. Sin embargo, la primera experiencia no fue tan buena, “me embarqué a Ushuaia y vomité todo el viaje. Sirvió para conocer la vida y rutina del barco, los roles de cada uno y qué hacer en caso de imprevistos, lo bueno vino después”, rememora.

Esa buena racha incluyó la expedición a la Antártida en el rompehielos ARA Almirante Irízar y dos años después la vuelta al mundo en la célebre Fragata Libertad, nueve meses de viaje recorriendo Sudáfrica, Seychelles, Mauricio, La India, Filipinas, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Chile, entre otros.

“La Antártida provoca miedo, el hielo te corta y hunde. Recuerdo estar siempre con el chaleco salvavidas a mano, de gusto porque si caes te congelas en minutos”, ríe y agrega que “la Fragata es un barco antiguo, noble, no genera mayores problemas, solo en el sur de África tuvimos que atarnos a la cama para poder dormir sin caernos”.

Más que “un amor en cada puerto” Martín colecciona anécdotas: “En Seychelles alquilamos auto y como el volante está del otro lado entramos a una rotonda, perdimos el control y volcamos. No salió nadie herido pero el coche no sirvió más. El abogado de la Armada solucionó el problema”, narra.

“En Australia estábamos en la puerta de un bar buscando wifi y un muchacho le pegó una patada a la computadora de un compañero y le lastimó la cabeza. Tuvo que quedarse internado y alcanzarnos en Nueva Zelanda. Los gastos corrieron por cuenta del agresor”, continúa.

Las embarcaciones incluyen personas de intercambio de diferentes lugares y “se hacen lindas amistades”, comenta. De la India, EEUU, Sudáfrica o Chile, “cada vez que llegamos al país de origen son los encargados de encabezar la recorrida turística. Estuve en África, Europa, América, mares como el Caribe, seis días en cada puerto, lo cual permite hacerse pantallazos de cada ciudad”.

Más allá del agua

Después de una nueva campaña a la Antártida, donde las condiciones del barco “no fueron las óptimas”, solicitó una serie de reparaciones. La incomodidad continuó y al poco tiempo decidió irse a navegar como mercante. “Uno sabe y es responsable, más con gente a cargo. La intención es no hacer locuras, por supuesto que se asumen riesgos, pero cuando pasa a ser peligroso es diferente”, explica.

El tema del hundimiento del ARA San Juan se impone y Martín opina: “No conocí gente más profesional y preparada, eran una fuerza de elite. Con Eliana Krawczyk –primera submarinista de Sudamérica– nos graduamos juntos; el comandante del buque, capitán de fragata Pedro Fernández, fue jefe mío en la travesía con la Fragata Libertad. La Armada es así, el riesgo se  administra y cada uno sabe hasta qué punto del hilo tirar. La responsabilidad pesa sobre el que decide salir, pero todos son conscientes y suben porque les gusta, lo sienten y apoyan al compañero”.

La tragedia reivindicó en parte el rol de las fuerzas armadas, desvalorización que para Martín proviene de la propia política que “no ejecuta presupuestos acordes y no tiene los barcos en condiciones”, después “la mirada de la sociedad es algo que desde adentro no se analiza”. A su criterio, “lo importante es plantear objetivos y otorgar fondos acordes”.

Con un pie en el barco de la Compañía Sudamericana de Dragado, empresa en la que presta servicios desde su salida de la Armada, reflexiona que la fuerza “te da mucho, pero llega un momento que la aventura deja de ser tal y suceden cosas que frustran, pero bueno, la vida se acomoda”.

Y cierra: “El tema familiar cada vez cuenta más, mi hijo es grande y entiende que uno se va a trabajar, pero me pasó de volver de navegar y que no me conociera, no poder alzarlo por dos o tres días, es cuando ves que esto no está tan bueno. En la actualidad, trato de hacer seis meses y seis meses, que es lo que corresponde. De esa forma puedo hacerme tiempo para disfrutar”.