La medicalización de la mirada en la pandemia y la decolonialidad.
Por Gustavo Meeks*
Muchos son los obstáculos, dificultades, problemas e inconvenientes que se han ido sucediendo a lo largo de estos últimos meses a causa de la pandemia planetaria que nos viene aquejando. Y, en muchos casos, agobiante; pues muchos sectores de nuestra sociedad han perdido sus empleos, su sustento diario, y en todos los rincones nos encontramos con experiencias mortales causadas por este nuevo virus. Mis respetos y condolencias para aquellxs que han perdido un ser cercano y querido, familiar o amigux. Y toda mi compasión activa con aquellxs que están sufriendo una situación sanitaria y/o socioeconómica límite.
Este ensayo no se refiere a estas experiencias, sino a otras. Este rodeo intenta repasar algunos ejes del universo social, político y simbólico pertenecientes al período de la prepandemia y les hace algunas preguntas, los pone entre signos de interrogación, para desenmascarar estrategias de poder que tal vez no sean nuestras, que posiblemente provengan de intereses que pocas soluciones nos dejarán encontrar y que mucho pueden obstaculizar nuestras miradas, cuando [me parece] las salidas a esta situación y las vías de solución surgirán de la cooperación, la correspondencia y la mutualidad.
Este ensayo es fundamentalmente filosófico, por ello abre a interrogantes y no da tantas respuestas. Lxs filósofxs damos rodeos a ciertos temas para problematizarlos, al mismo tiempo que fundamentamos nuestras preguntas; es decir, exponemos los «por qué» hacemos esas preguntas y no otras. Esta es la manera de romper con la tranquilidad/trampa del saber y enfrentarnos a aquello que no sabemos, que ignoramos y que en muchísimas circunstancias se nos aparece como abismal. Y la herramienta que poseemos para esta tarea son las preguntas.
Este instrumento nos permite ubicarnos en un territorio intermedio; ya que aquella persona que pregunta «sabe» algo acerca de aquello que interroga, y -al mismo tiempo- «no sabe» algún elemento sobre su objeto. Si alguien hace una pregunta [salvo aquellxs que -con actitudes cínicas- ya tienen la respuesta preparada de antemano] se está en una posición intermedia entre la sabiduría [el saber] y la ignorancia [y el no saber]1 . Y este es el territorio dxl filósofx. Este es el espacio en el que me iré moviendo en la medida en que avance con el texto.
Además, la pregunta es la herramienta que nos permite pensar. No salirme de ella evitará que sólo exponga prejuicios, pues la tarea consiste en expresar ideas al tiempo en que las cuestione. Sólo así podrán servir luego para otras indagaciones o simplemente para abandonarlas. Pues de lo que se trata en Filosofía es del «¿qué?» y del «¿por qué?»; es decir, de los significados y los fundamentos [aunque en ocasiones no los encontremos].
Mucho hemos visto y escuchado en esta cuarentena [necesaria y agobiante -imagino que todas las cuarentenas en la historia de la humanidad habrán sido así]. Muchas imágenes y monólogos televisivos se fueron sucediendo hasta el hartazgo: estadísticas, fórmulas, cantidades, mediciones, protocolos, reglamentaciones sanitarias, suspensiones, aislamiento, distanciamiento, infectadxs, fallecidxs, recuperadxs, casos en estudio, prevensión, barbijo, sanitizantes, desinfectantes, fiestas clandestinas, experiencias modelos que algunos creen dignas de imitar [sobre todo las escandinavas], trabajadorxs esenciales, grupos de riesgo, clases virtuales, etc., etc., etc.
Sin embargo, existe una categoría que no es nueva, ni provocada por la pandemia. Que periodistxs, políticxs, empresarixs, analistas y muchas personas en la calle la usan para referirse a esta novedosa situación: «la nueva normalidad». Hace pocos días, haciendo la cola del cajero automático, escuché a dos señoras conversando acerca de la finalización de esta situación con este concepto como clave para vislumbrar un horizonte posible. La pregunta que una de ellas le hizo a la otra las alentó para hablar un largo rato, a saber: «¿cuándo volvemos a la normalidad?».
No escuché el desarrollo de la conversación, pues me quedé pensando en el concepto central de esa pregunta: «la normalidad». En ese instante caí en la cuenta que hacía mucho tiempo que escuchaba esa categoría; sobre todo en la televisión y en la radio, pero ahora estaba en la calle [cosa que para mi es mucho más importante que las empresas comunicacionales]. Y, como prometí más arriba, tendré que preguntarme [y preguntarles] ¿qué es la normalidad? Aunque también puedo preguntar ¿por qué hablamos de normalidad? Y si de algo sirve, también ¿de dónde viene el uso de esta palabra para referirnos a soluciones sociales y sanitarias?, ¿venimos de una realidad [a la que podríamos llamar pre-pandemia] que era normal?, ¿por qué me parece importante cuestionar esta “normalidad”?, ¿qué estamos diciendo cuando hablamos de normalidad?, ¿es esta categoría la única que puede ayudarnos a mirar soluciones socio sanitarias posibles, o bien existen otras categorías que nos ayudan a ampliar nuestras miradas y acceder así a panoramas más amplios y más concretos?
«Normalidad» es una palabra que proviene de «norma». Y habitualmente la usamos para referirnos a «todo aquello que está incluido en las normas, o normativas, ajustándose a lo que la mayoría considera frecuente y/o acostumbrado, aceptado o naturalizado conforme a la conducta que se espera de los miembros de un grupo o sociedad». Este sentido general del término comprende usos variados que suponen aplicaciones en diversos ámbitos de nuestras actividades, por esto decimos que existen varias clases de «normas», v.gr: jurídicas, educativas, morales, religiosas, de seguridad, etc. Incluso, hasta hace algunos años, muchos establecimientos educativos nacionales en nuestro país se los llamaba “Escuela Normal”.
Pero ahora, tal vez, la pregunta que me puede ayudar a dar un paso más en la reflexión es la siguiente: ¿de qué hablamos cuando decimos que lo real es anormal y que estamos esperando una realidad normal? Y aquí se da mi sospecha con todo este asunto: ¿no será que este hablar de «normalidad» [cuando pensamos nuestra pandemia] se puede asociar con otra cuestión? Dudo mucho que este uso sea natural [aunque bien lo hayamos naturalizado]. Me parece que es una disposición [entre otras] que forma parte de un dispositivo; pues lo que hacemos cuando decimos «esto es normal [o anormal]» o «[esto que estamos viviendo o haciendo es una] nueva normalidad» es clasificar a la realidad en general como humana o inhumana, entendiendo a lo humano como el conjunto de conductas que se pueden realizar y a lo inhumano como en conjunto de conductas que no se pueden realizar. Pues bien, sospecho que a través del uso que hacemos de la palabra «normal», para referirnos a la realidad en general, se activa un dispositivo de poder y no la habilitación de una conducta específica dentro de un contexto determinado por cierto reglamento tratado por especialistas y -consecuentemente- en constante revisión [como puede ser -por ejemplo- el ámbito educativo, el contexto laboral o la esfera jurídica, entre otras].
Pero antes de continuar podemos preguntar lo siguiente: ¿por qué dispositivo de poder? Porque me refiero a un conjunto de disposiciones [=prácticas] que nos dictan qué «se puede» y qué «no se puede» hacer, sentir, pensar, mirar, imaginar, hablar, proyectar, organizar, institucionalizar, intercambiar, vivenciar, etc.
La medicalización de la mirada
Michel Foucault [filósofo francés, n. en Poitiers 1926 – m. en París 1984] fue uno de los tantos pensadores que en el s. XX se planteó [y nos planteó] la pregunta acerca del poder. Dentro de esta gran problematización también trazó [y nos trazó] la pregunta por la “normalidad”. En sus investigaciones acerca de la historia de la locura, la medicina, el nacimiento de la clínica en las sociedades occidentales, el surgimiento de las ciencias humanas, las prisiones, el encierro y la sexualidad, encontró un vastísimo material sobre este tema y acerca de los pliegues de lo que llamamos con la palabra «normalidad». Sobre todo cómo nos ha ido sujetando a ciertos discursos y a ciertas prácticas que nos hacen ser lo que somos.
En su obra “El nacimiento de la clínica” [1966] postula que en un determinado momento del s. XVIII la mirada médica cambia, o sea, comienza a dejar las enfermedades de las especies para dirigirse hacia las enfermedades de los individuos. De esta manera la asistencia se fue generalizando hasta que la sociedad se convirtió en la beneficiaria. Así, la práctica médica comienza a empalmarse sobre el principio productor de la riqueza: el trabajo [el trabajador]. La medicina comienza a ligarse con un Estado que practicará una política constante y general de la asistencia médica en las sociedades occidentales, pues era mucho más económico cuidar de la salud del trabajador y su familia que reemplazarlo en la fábrica por uno nuevo. La medicina es la “encargada de una tarea constante de información, de control y de sujeción”2 .
En esta época los médicos formaban parte de un ministerio al que se lo llamaba «Policía» [el cual tenía un significado muy distinto al que hoy le damos hoy a esta palabra]. En aquel tiempo el ministerio de “Policía” se encargaba del bienestar de la sociedad. Entre sus funcionarios se encontraban los médicos. Sus funciones tenían que ver con clasificar los síntomas, medir la cantidad de enfermos, controlar las epidemias, registrar nacimientos y muertes, etc. Poco a poco la palabra “normal” comenzó a usarse entre los médicos para diferenciar al individuo sano del individuo enfermo. De este modo se medicalizó salud/enfermedad desde la normalidad/anormalidad.
Y es importante aclarar a esta altura que esta estrategia a la que llamamos medicalización se dio dentro un proceso histórico que no sólo nos antecede, sino que nos ha marcado. Y también dentro de las funciones sociopolíticas del Estado, del gobierno de las poblaciones. Por lo que la normalidad y la anormalidad también son términos históricos que nos vienen sujetando a ciertas maneras de mirar la sociedad y a prácticas políticas que organizan nuestros modos de convivir, compartir, aceptarnos o rechazarnos, repelernos, excluirnos; es decir, cuando hablamos acerca de lo real en general y lo calificamos como «normal o anormal» estamos poniendo en juego al poder: normales son aquellos que poseen el poder sobre los otros que no poseen poder porque son anormales, un poder que los habilita para imponerles qué hacer, pensar, mirar, sentir, etc. Los normales son los que producen y los anormales son aquellas personas improductivas, a quienes hay que volverlos normales, o sea: curarlos [práctica médica]. Los curables, a los que hay que cuidar y de los que hay que cuidarse son ¿los locos, los enfermos, los delincuentes, los pobres, los homosexuales, las lesbianas, los transexuales, los jóvenes, los niños, etc.? ¿Los anormales son todxs aquellxs des-ordenados?, ¿lxs que están fuera del circuito de la producción, por ejemplo los pobres o desempleados? Hoy, tal vez, ¿los que están fuera del circuito del consumo?, ¿o aquellas personas que tienen un color de piel distinta a la blanca, o usan gorrita, o tienen cierta apariencia o prácticas sexuales diversas a la norma heterosexual [=héteronorma], o simplemente porque han nacido y se han criado en países latinoamericanos vecinos [pues hay extranjeros a los que se venera]?
O cuando escuchamos opiniones distintas a las que sostenemos decimos fácilmente “este/a está loco/a” [en más ocasiones si es una mujer la que se expresa que si lo hace un varón]. ¿No estamos medicalizando la diferencia?, ¿no estamos sujetando al otrx al espacio de lo des-ordenado atravesándolx con la anormalidad?, ¿no estamos creyendo que los únicxs que tenemos poder somos los normales, los que pensamos de la manera correcta? O cuando afirmamos “es perversx” o “es delincuentx” [cuando no hubo diván o juicio justo de por medio que justifique nuestro veredicto], ¿no estamos medicalizando nuestra mirada y achicando nuestra capacidad crítica? Expulsar al otrx de la naturaleza humana es un acto anti-político, pues no está dirigido hacia un cambio en las condiciones injustas en las que con-vivimos, sino que está orientado a determinar lo real desde nuestros intereses negando los del otrx. Y estas disposiciones no nos permite acceder a los mecanismos crueles con los que el machismo, el patriarcado, la sociedad adultocéntrica, la violencia institucionalizada o naturalizada en las desigualdades materiales y sociales, etc., se sirven a diario. Estas disposiciones, si no nos detenemos a reflexionarlas, invisten un enorme atractivo para anclarnos en ciertas prácticas que nos llevan hacia el dominio y no nos permiten cambiar para mejorar nuestros vínculos, nuestros lazos sociales; que son la trama en la que se tejen nuestras vidas.
Hablar de normalidad achica nuestra mirada, dado que nos hace poseedores del poder; cuando en realidad el poder se ejerce, nunca se posee. ¿Y si se ejerce: siempre que haya un poder habrá otro que se le enfrente? La respuesta es si, porque para que haya poder siempre tendrá que haber una, o muchas, resistencia[s]. ¿No es éste uno de los principios de la democracia?, ¿no es la resistencia a los poderes lo que nos aleja del poder soberano del rey [quien posee el poder] y nos acerca al del ciudadanx, aquel que se hace cargo de sus iniciativas [ese colectivo que ejerce el poder y se saca chispas mientras se expresa, o se moviliza mientras hace público en la calle sus reclamos]? Alzar un discurso y esperar que todxs me hagan caso no es pensar, tampoco es poder; sino dominio. Ejercer el poder y saber que no hay un poder sino muchos es justamente lo que nos condiciona como sujetos y nos lleva a la intersubjetividad, a la capacidad para vincularnos unxs con otrxs, entre iguales, sin privilegios sino como sujetos de derechos. El dominio es antipolítico, pues en el fondo se tratará de un credo y no de ideas o de prácticas sociales diversas, plurales y decolonizadas.
Decolonizar nuestras miradas
Antes de continuar con el análisis del dispositivo de normalización en esta pandemia que estamos atravesando, tengo que detenerme en una pregunta que dejé colgada: ¿de dónde proviene la categoría «nueva normalidad»?
Esta categoría comenzó a usarse luego de la crisis del 2008 en el mundo de las finanzas de EEUU. Algunos economistas instalaron este concepto para referirse a los efectos producidos por la recesión económica y financiera causada por las burbujas creadas por grandes grupos especulativos con base en grandes bancos. Estos científicos sociales comenzaron a plantear que casos económicos anómalos del pasado ahora se volvían corrientes, habituales, cotidianos, o sea: «normales». Por ejemplo, que el crecimiento de una economía “x” se diera por debajo de la media era considerado como «la nueva normalidad» [tal como comenzó a ocurrir a partir del 2009 en muchos países organizados económicamente de una manera enormemente compleja, en expansión y con un desarrollo tecnológico muy especializado] 3 .
Con la pandemia del covid-19 y la progresiva adopción de la cuarentena comenzaron a reorganizarse las actividades socioculturales y económicas. Muchos gobiernos, incluido el nuestro, comenzaron a instalar la categoría de «nueva normalidad» para comunicar y hacer comprender a la población de qué se trataba todo esto. Paulatinamente, en el lenguaje político, al menos aquí se fue abandonando el término. No en otros países, sobre todo con la postcuarentena del invierno europeo y estadounidense. Estos países continúan haciendo un uso indiscriminado de la categoría «nueva normalidad» para referirse al retorno a diversas actividades económicas que se venían desarrollando en la pre-pandemia ¿como si no hubiese pasado nada? Nos estamos enterando cuáles son los resultados de mirar a nuestro alrededor desde esta perspectiva. A muchxs entusiastas de la experiencia europea y/o norteamericana les debe molestar que algunos países de esa zona del planeta tengan sus sistemas de salud colapsados o tengan records de mortalidad e infectadxs.
Nuestra mirada sobre la pandemia, la cuarentena y las proyecciones que nos imaginamos en diversos ámbitos, incluso en la calle, están cruzadas por categorías que nos son ajenas. Incluso provienen del ámbito financiero, no solamente médico. ¿Sabrán estas mujeres que escuché haciendo la cola del cajero de la existencia de Miller o de Benjamin? Tal vez si, tal vez no. Pero lo importante aquí, me parece, es reflexionar críticamente la propia mirada, pues no tengo nada en contra de lo que en otras latitudes se amase intelectualmente, o financieramente; sí me ocupa, y mucho, lo que nosotrxs nos planeamos. Y aquí entra la decolonización como metodología que nos puede ayudar a resolver nuestros problemas. Tal vez no todos, pero sí a elegir los nuestros.
Decolonizar nuestras miradas tiene que ver con una apertura ética y epistemológica, tanto territorial como epocal. Por un lado, es territorial porque con-vivimos y nos hacemos mutuamente en Nuestramérica [no en Latinoamérica, puesto que si hacemos hincapié en el eje lingüístico «latino», entonces no todos los pueblos que habitamos este sector del planeta forman parte, dado que hablan otros idiomas que no son latinos – Español, portugués o francés-]. Además, ya hace un par de siglos que Nuestramérica se independizó del colonialismo “centroeuropeo” [DUSSELL, Enrique.].
Y, por otro lado, es ética porque si bien hemos declarado nuestras independencias, todavía mantenemos conductas de “colonialidad”, es decir: nos conducimos en la vida cotidiana plasmando proyectos que están fundados en un proceso de control hegemónico y de imposición de conocimientos, prácticas y formas culturales que nos vienen desde fuera, sobre todo vinculados a una mentalidad eurocéntrica, presente aún en todos los campos de la vida social [DE SOUSA SANTOS, Boaventura].
Por éstos motivos el desafío no es de-construir-nos, sino de-colonizar-nos. La deconstrucción es un método pensado, ideado, parido en Europa para problemas europeos. Y con eso acuerdo. Pero nuestro desafío en Nuestramérica hoy es la decolonización de nuestras prácticas. Por eso comencé analizando el dispositivo normalizador.
Por ejemplo, si sabiendo que la «nueva normalidad» está comprendida en prácticas, formas culturales, conocimientos que tienen como objetivo el control hegemónico de nuestro universo sociocultural y hasta económico. ¿Por qué no elegimos hablar de otras cosas, haciendo eje en nuestras prácticas, en nuestros saberes y tradiciones? Sin dejar de observar lo que se piensa, dice, proyecta en otros lugares del planeta y que tienen que ver con el horizonte de soluciones [por ejemplo, las vacunas; aunque no son soluciones definitivas], ¿por qué no universalizamos lo local? Y en este sentido, ¿por qué nuestros proyectos y políticas sociales, tales como un período de aislamiento o un período de distanciamiento, no pueden estar atravesados por saberes provenientes de los sectores populares, de los jóvenes, de las estrategias adoptadas por nuestrxs antepasadxs originarixs [que tantas epidemias y pandemias traídas desde Europa atravesaron durante más de 500 años], por las estrategias adoptadas para sobrevivir de lxs nuevxs marginadxs del actual mercado laboral en nuestros lugares?
Decolonizar no sólo consiste en dejar de hablar de normalidades, también es acercarnos a hablar de nuestras prácticas concretas, que alimentan nuestras maneras de hacer política con un sentido colectivo, cooperativo, mutuo, valorando experiencias y rutinas que nos hagan ser más lo que somos y aparentar menos lo que jamás vamos a ser. Hablar de normalidades no nos deja expresar-nos. Para ello, me parece, tenemos que elegir bien nuestras palabras, para que nos dejen sacar lo que en el fondo somos y cómo queremos mejorar-nos.
1 Ver PLATÓN. “El Banquete”. Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871; págs. 338-340. Ver ARDILES, O. “Ingreso en la Filosofía” [Parte II – El Filósofo como amante de la verdad]. Ed. Sils María. Córdoba. 1976; págs.. 17-18.
2 FOUCAULT, M. “El nacimiento de la clínica”. Siglo Veintiuno Editores. Madrid. 1999 [decimoctava edición].
3 Cf. Publicación del BLOOMBERG NEWS [18 de mayo de 2008]. MILLER, R. – BENJAMIN, M. “Post-Subprime Economy Means Subpar Growth as New Normal in U.S.”
*Gustavo Meeks es licenciado y profesor de Filosofía.