La propagación del virus COVID-19 en el mundo vino a poner en evidencia grandes problemáticas globales: la pobreza, la vulnerabilidad habitacional y sanitaria, el hacinamiento urbano, la contaminación del ambiente, etc. Pero a su vez esta pandemia dejó ver una faceta de nuestra especie que veníamos olvidando: nuestra conciencia colectiva. Esta conciencia es el motor que nos impulsa a cooperar en sociedad para ir busca de grandes metas.
Hoy estamos obligados a abandonar el individualismo y la competencia, para cooperar juntos en un objetivo común: “aplanar la curva” de contagios. Sabemos que lo que afecta a uno, nos termina afectando, en mayor o menor medida, a todos sin distinción de clase social, sexo o pensamiento político. Nos vemos forzados a mirar lo que pasa en el mundo y confirmar que formamos parte de un todo.
La conciencia colectiva, aunque es intangible, transforma y modela las ciudades. Las sociedades que fortalecen esta característica enriquecen su identidad y tienden a proteger y valorar más los espacios públicos y el medio ambiente que los rodea.
A lo largo de la historia esta conciencia nos ha llevado a cooperar cada vez entre mayores cantidades de individuos y fue la clave para grandes logros como la llegada a la luna o la división del átomo.
En la naturaleza, únicamente el 4% de todas las especies animales, incluida la nuestra el homo sapiens, han podido evolucionar desde la vida en solitario a una vida en sociedad que coopera para sobrevivir. Y es esta minoría la que juega un papel absolutamente dominante en todos los hábitats.
Las hormigas son un claro ejemplo de esta característica. Estos insectos sociales, tienen como base de su éxito la cooperación, la especialización y la comunicación química. Habitan en todos los continentes del planeta, salvo la Antártida, y se estima su población en unos diez mil billones frente de a los siete mil setecientos millones del ser humano (10.000.000.000.000.000 vs. 7.700.000.000).
Frente a un problema no actúan individualmente sino como un superorganismo, una entidad única que trabaja colectivamente en apoyo de la colonia. En función de este sistema hace ya 130 millones de años que habitan la tierra (período Cretácico) y hasta sobrevivieron a la Gran Extinción (Cretácico-Paleógeno).
A diferencia de las hormigas los humanos podemos cooperar de manera flexible, es decir, que podemos reinventar nuestros objetivos y rediseñar nuestros sistemas sociales, sin necesidad de cambios genéticos. Esto nos permite adaptarnos para resolver mayor diversidad de problemas.
Es el momento de profundizar esta cooperación para mitigar dificultades globales como el cambio climático, en donde todo el mundo tiene que hacer su parte: los gobiernos, el sector privado, las sociedades civiles y los ciudadanos.
Una vez controlada la pandemia todos habremos perdido algo. Pero lo mejor que nos puede dejar haber vivido esta pesadilla, es la posibilidad de repensar nuestras prioridades y la certeza de que la cooperación a gran escala es la clave para enfrentar las dificultades que tenemos por delante.
(*)Facundo Campos es un joven arquitecto referente de PACHAMAMA (Ecología) en ANTI