Por Esteban Wood*

Las elecciones que hacemos al comunicar condicionan la forma en la que la sociedad termina comprendiendo determinados fenómenos complejos. Que el símbolo más emblemático del encuentro entre jóvenes sea una cerveza y no un mate tiene que ver con toda una construcción en nuestro imaginario. Es la rotunda victoria de Quilmes, que supo arraigar a fuerza de repetición durante décadas un slogan que nadie discute porque está incorporado en el acervo popular. Al mismo tiempo, es una nueva capitulación del Estado y de las políticas públicas en el campo de la prevención del consumo de #alcohol entre adolescentes, una nueva cesión de terreno, otra concesión más a la banalización de ciertas conductas. Es seguir desplazando los límites de lo debido e indebido, es reafirmar la idea de una sociedad abandónica en la que los adolescentes cada vez están más solos para cuidarse entre ellos.

En el campo del uso y abuso de sustancias, especialmente en lo que respecta al alcohol, algunos desean hacernos creer que no todos los consumos deben problematizarse y que debe quedar una franja de tolerancia en la cual el Estado debe autoexcluirse de intervenir. Son los mismos que nos plantean que la ingesta de bebidas alcohólicas entre adolescentes es algo inevitable, o que se trata de una conducta que debe ser comprendida en el marco de sus derechos, incluso tamizada bajo el paraguas de la igualdad de género. Los adalides de la naturalización del consumo de alcohol, que militan su relativismo progresista desde diversos espacios institucionales (incluso los educativos), pretenden imponernos la torcida idea de que todo está perdido, que no hay lugar para epopeyas, y que debemos limitarnos a asumir un rol contemplativo.

Decía Galeano que “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. En este complejo escenario que les describo, los utópicos (así nos califican) seguimos apostando por torcer este rumbo, cambiar todo un sistema de creencias profundamente instalado y devolverle el sentido perdido a las cosas. Creo que de eso se trata la educación y la prevención (también la esperanza).