Por el Dr. Andrés Gárriz *

Aproximadamente 10.000 años atrás la humanidad logró domesticar distintos cultivos. Desde entonces, la agricultura se fue modernizando poco a poco, lo que permitió obtener mejores rendimientos y propició, en última instancia, el crecimiento poblacional.

El período donde se observó una mayor modernización se vivió entre las décadas de 1940-1970 con la llamada “Revolución Verde”. Esta transformación agrícola se relacionó al uso intensivo de los tan famosos y (muchas veces mal) denostados agroquímicos tales como fertilizantes, pesticidas y herbicidas, a la aparición en el mercado de cultivos modificados genéticamente, y la optimización de los sistemas de manejo.

Al promover el incremento en la producción de alimentos, se calcula que permitió salvar a miles de millones de personas del hambre. Pero las prácticas asociadas a la Revolución Verde no son la panacea. Por ejemplo, requieren mucha energía fósil (contribuyendo a la generación de gases de efecto invernadero), el rendimiento de los principales cultivos eventualmente alcanzó un nuevo límite, y, además, tienen un impacto negativo en el medio ambiente. En particular, esto último se debe al uso de productos contaminantes y a sistemas de manejo de suelos que llevan a su erosión y degradación.

Es un gran problema, enorme, en particular si consideramos que la demanda actual de alimentos debe aumentar (según los reportes más optimistas) un 50% para el 2050 a fines de alimentar nada menos que a las cerca de 10.000 millones de bocas que seremos por ese entonces (si, un 1 seguido de 10 ceros ¿increíble no?).

Afortunadamente, la ciencia ya le puso el ojo al problema y se están logrando grandes avances. Hoy se habla de una nueva revolución, o para ser más exactos, de la “Revolución Verde del siglo XXI”. Esta nueva tendencia, a excepción de la primera, valora la importancia que tiene el microbioma para mantener la fertilidad de los suelos y asegurar la sanidad y el desarrollo de las plantas.

El microbioma corresponde al enorme universo de microorganismos que viven en el suelo en forma libre o asociada a las raíces, tallos y hojas de las plantas…¡o incluso dentro de ellas! Este conjunto, principalmente conformado por hongos y bacterias, participa colectivamente en el reciclado de materia orgánica, facilita la adquisición de nutrientes por las plantas, produce compuestos antimicrobianos (reduciendo el crecimiento de patógenos), e incrementa la tolerancia de las plantas a situaciones de estrés, entre otras bondades.  Por lo tanto, conservar esta gran diversidad de microrganismos (que por cierto, es muy afectada por la agricultura intensiva) resulta de gran importancia.

Hoy en día es innegable el potencial que tienen las comunidades de microorganismos en fomentar el desarrollo de los cultivos de forma más amigable con el medio ambiente, ya que la promoción de su crecimiento actúa en desmedro del empleo de agroquímicos.  De hecho, el sector industrial que busca establecer las mejores combinaciones de especies de microorganismos en pos de mejores rendimientos es uno de los que más rápido está creciendo en la actualidad.

Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer. Existen hoy en día distintas tecnologías que nos permiten conocer fácilmente la identidad de las especies que encontramos en una muestra biológica (no es poca cosa, en tan solo un gramo de suelo puede haber miles y miles de especies distintas), pero entender cómo se relacionan unas con otras y cuanto influyen en el desarrollo de las plantas es todavía una tarea difícil.  Sumemos a esto que tampoco conocemos cuánto puede verse afectado el microbioma por el cambio climático actual.

Esto constituye un enorme desafío que necesita de la interacción entre distintas disciplinas científicas y el sector agropecuario. Pero está claro que debe ser abordado, para lograr nuestra seguridad alimentaria debemos cuidar de los microorganismos que nos rodean.


*Bioquímico, Investigador Adjunto CONICET, Profesor Adjunto UNSAM