El contexto de excepcionalidad en que vivimos en esta cuarentena varios millones de seres humanos conduce muchas veces a la reflexión.

Y en ese repensar el trabajo, los vínculos, la educación, etcétera, la historia suele ser una gran aliada.

Existen numerosos ejemplos históricos de epidemias que alteraron la vida cotidiana y provocaron cambios en la estructura social y económica. Solo mencionaré dos, que además han sido de gran utilidad para hacer trabajos comparativos en el ámbito escolar.

La primera, que ha sido muy nombrada, es la epidemia de la «peste negra», que arrasó con un tercio de la población europea en el siglo XIV e introdujo prácticas como la cuarentena: los 40 días que debía pasar sin síntomas una tripulación para que le permitieran desembarcar en algunas ciudades. También hubo un primitivo barbijo, aunque era más bien una mascarilla y bastante tétrica, que usaban quienes atendían a los infectados. Junto con una serie de supersticiones y curaciones poco efectivas que se implementaron. Superada la pandemia y la crisis, Europa ya no fue la misma: el poder de los señores feudales se había limitado y empezaban las transformaciones que conducirían a un cambio de época, el Medioevo transitando hacia la Modernidad.

Difícil es saber con certeza si la actual pandemia tendrá el mismo alcance. En principio hay que decir que en un mundo interconectado como el actual, el coronavirus circuló con mayor rapidez que la peste negra por todo el globo, aunque gracias al gran desarrollo de la ciencia y la medicina, que no existía en aquellos tiempos, contaremos con tratamientos más adecuados y seguramente en poco tiempo con vacunas. Pero indudablemente el parate productivo que significa el aislamiento (y que evita una mortalidad tan grande como la de la época medieval) conducirá a grandes cambios en la economía, y en el rol de los Estados en su regulación. Ya se habla, de hecho, de una nueva normalidad y es realmente un gran signo de pregunta el futuro.

Mas cercana en tiempo y espacio, puede mencionarse una epidemia que se dio en Argentina en 1956, de la que Chascomús no fue ajena, y que es recordada por muchos mayores de 70: la poliomielitis.

Era una enfermedad que atacaba principalmente a bebés y niños, provocando dificultades respiratorias y parálisis en las extremidades. Si bien ya era conocida y su vacuna había sido desarrollada un año antes por Thomas Salk, esta no era todavía de uso masivo.

La gran propagación de la polio en Argentina generó alarma y solidaridades adentro y afuera. Distintos países ayudaron al nuestro con capacitaciones para médicos, insumos, y luego con facilidades para la adquisición de las vacunas. Pero también los argentinos se movilizaron para recaudar fondos para comprar pulmotores y otros elementos para los tratamientos.

Y obviamente proliferaron remedios caseros. En pequeñas entrevistas que hicieron estudiantes secundarios a sus abuelos, casi la totalidad de ellos recuerdan los supuestos paliativos, como llevar bolitas de alcanfor colgadas del cuello, bebés que eran envueltos totalmente dejándoles libre solo la cabeza, y el pintado de cordones, muros y árboles con cal para espantar la enfermedad.

También muchos mencionan que distintos allegados o conocidos contrajeron «la polio» y sufrieron severas secuelas; a la vez que destacan el alivio que significó la aplicación de vacunas. Primero la Salk y luego la Sabin, oral.

Evidentemente, lo antedicho ha dejado huellas profundas en la memoria colectiva, y al conocerlas uno tiende a imaginar qué es lo que recordaremos de esta pandemia, y cuáles de los cambios en nuestra cotidianeidad se mantendrán en el tiempo.

Ojalá que no tengamos que contar que tuvimos allegados y conocidos que contrajeron el Covid19, y que nos quede sólo la anécdota del tiempo de encierro, de las bocas tapadas, de extrañar a nuestros afectos, de nuevas formas de vincularnos que por suerte el avance tecnológico nos permite.

Seguramente, y vuelvo al ámbito educativo, las «promociones 2020» se acordarán con pesar que su último año no pudieron disfrutarlo como los egresados de años anteriores. Pero posiblemente no queden demasiadas huellas en ese sentido en la memoria de los más chicos, como tampoco han quedado muchas de la demora en el inicio de las clases que supuso la polio.

Quiero suponer, por otra parte, que internalizaremos hábitos de higiene más exhaustivos, como sucedió en las dos epidemias mencionadas (de hecho, he visto 40 años después de la epidemia de polio árboles que seguían pintándose con cal, aunque se supo que surtía ningún efecto), pero pueda ser que consigamos mantener la latina costumbre de abrazarnos.

 

Por Lucio Alfonsín, Profesor de Historia.