El 2 de abril de 1982 el gobierno de facto argentino disponía el desembarco militar en las islas Malvinas y comenzaba la guerra con Gran Bretaña. Rodolfo Braki y Sergio Salas, ex combatientes nacidos en Chascomús, recuerdan y narran sus sensaciones a 39 años del conflicto.
El Ministerio de Defensa de la Nación informa con solemne y prolija prosa que en la guerra de Malvinas participaron más de 23 mil combatientes y fallecieron 649. Además, estima que pos conflicto bélico hubo 38 suicidios en el Ejército (fuerza terrestre) y 14 en la Armada (fuerza marítima), pero los veteranos contradicen la cifra y calculan entre 300 y 500 el número de víctimas. Las estadísticas, los datos, los detalles técnicos importan, pero detrás de esta mirada burocrática hay historias, quien quiera oir que oiga.
“Desde Córdoba me vine a dedo, tenía el certificado de ex combatiente, pero igual no me levantaba nadie”, cuenta Sergio Salas para resumir la indiferencia de buena parte del pueblo argentino hacia los soldados que recién terminaban de combatir en las Islas Malvinas. Misma ciudadanía que meses antes había ovacionado a Leopoldo Galtieri y su célebre frase «si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla», apelando a recuperar la soberanía sobre el archipiélago y de esa forma conservar el poder.
Sergio formaba parte del Grupo de Artillería Paracaidista Nº 4, con base en la provincia serrana, el cual combatió hasta agotar municiones y fue reconocido, incluso, por las fuerzas británicas. “Aquel último día fue de adrenalina y cagazo, con heridos y fallecidos. Nos llevaron a unos galpones como prisioneros, estuvimos algunos días enterrando soldados argentinos en fosas comunes y desactivando bombas, después nos liberaron”, expresa. Córdoba – Campana en camión, Campana – La Plata con otro buen hombre, La Plata – Etcheverry en micro de línea y una vez en la ruta 2 directo a Chascomús, “tardé como dos días en llegar”. Tenía 18 años y una guerra encima.
Rodolfo Braki es otro de los ex combatientes locales, categoría 1963, un año menos que Salas. En 1982 tenía solo 30 días de instrucción cuando lo mandaron a combatir, pero 39 años después no maldice, “uno se pone grande y entiende que forma parte de la historia. Me tocó y ya está, no reniego. A los milicos no los quiero para nada, pero fue ponerse al servicio para defender la bandera y la patria. No me gusta que digan los chicos de Malvinas, yo me siento un soldado y estoy orgulloso”, dice.
“Tenía 18 años, el miedo estaba presente pero no tomaba dimensión, pura inconciencia. Como cuando cruzas a un pibe en moto a fondo, nos peleábamos con el diablo en 1982”, agrega. “Remo” estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento de La Tablada y con un mes de preparación le tocó realizar el trayecto Palomar, Río Gallegos, Malvinas, camino a la absurda guerra, “no entendíamos nada, hacía muchísimo frío. Caminamos, tomamos posiciones y a esperar, los primeros días de mayo fue el primer bombardeo que viví, estaba sobre la bahía, llegaban los barcos y nos tiraban, tuve susto, pero después te vas haciendo”.
Volver a casa
“Estuve dos meses encerrado” dice Sergio, respecto de su llegada a Chascomús en junio de 1982, cuando terminó el enfrentamiento. Después de una breve experiencia como albañil, vivió dos años en Buenos Aires hasta que regresó para trabajar en Emepa durante 5 o 6 temporadas. Pero este CV no describe las secuelas de la guerra: “no duermo de noche, fui al psicólogo y me dio pastillas, trato de tomar lo menos posible porque te dejan pelotudo. Recién ahora, casi 40 años después, puedo pegarle 4 o 5 horas seguidas. Cuando suena la sirena de los bomberos salto de la cama, tuve que blindar mi casa y la cosa mejoró”.
Para “Remo” la vuelta fue más benévola y por eso se muestra “agradecido de la gente de Chascomús, cuando necesité una mano me la tendieron”. Y agrega: “al principio fue bravo, uno no quería decir que era ex combatiente, muchas personas nos habían metido en la misma bolsa que a los militares y era difícil”. Todavía recuerda cuando una maestra le dijo “ustedes, los de la Dictadura” y debió ubicarla, “nooo, nosotros no somos la Dictadura, usted se equivoca”.
“Hice mis macanas, no lo voy a negar, caminaba por arriba de los cables y estaba re loco, pero gracias a mis viejos, mi hermana, los amigos y el trabajo pude superarlo”, narra. El automovilismo, el correo, el taller, aspectos de su vida cotidiana que ayudaron, “la guerra fue quedando atrás y mejoré”.
Malvinizar
Desde el año 2000, el 2 de abril se conmemora el Día del Veterano y de los caídos en la guerra de Malvinas, mientras que en 2006 se establece feriado de carácter inamovible. Es un día de reflexión y memoria, un llamado a “malvinizar” la sociedad, como dicen los propios veteranos.
“Los chicos de las escuelas y tus propios nietos te preguntan, entonces tomas dimensión que formas parte de la historia” repite “Remo”. A la vez, agradece “estar vivo para pelear por la memoria de los compañeros caídos” y sonríe cuando recuerda los encuentros entre veteranos: “es un orgullo y una forma de entender el paso del tiempo porque ves lo pelado que está uno y otro”.
Sergio se reúne con los suyos todos los años en abril, menos en el 2020 cuando se coló la pandemia. Se trata de un fin de semana de anécdotas y recuerdos, “la pasamos bien”, comenta y reivindica, por si hiciera falta, el coraje del Grupo de Artillería: “estamos orgullosos de pertenecer, no nos rendimos, agotamos municiones, pero les tiramos bastante y retrocedieron dos veces, hicimos lo que se pudo”. Para terminar, coincide con “Remo” en que “antes no te daba bola nadie, pero ahora los pibes y los nietos preguntan y les cuento, malvinizo”.
No hay en estos relatos estadísticas y datos como los que maneja el Ministerio de Defensa, hay solo dos hombres narrando fragmentos de una derrota, pero desde cuando la historia la escriben los que ganan.