Has vuelto, organillo.

En la acera hay risas.

Has vuelto llorón y cansado

 como antes.

 («Has vuelto – La canción del barrio»)

La vida del poeta Evaristo Carriego fue breve pero intensa, Su obra es el reflejo de un artista que peleó por ser reconocido y murió sin ver alcanzado ese objetivo en la medida que pretendía. Nació en Paraná, Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883, dentro de una familia entrelazada con la historia argentina desde la conquista. Murió en Buenos Aires el 13 de octubre de 1912, ya que los Carriego se trasladaron a la Capital y se radicaron en el barrio de Palermo cuando el poeta era un niño de seis años. Su corta existencia de apenas 29 años fue arrasada por la tisis, una enfermedad que debe haber acentuado su tendencia a la melancolía.

Evaristo Carriego fue amigo del padre de Jorge Luis Borges, razón por la que éste publicó un texto (Evaristo Carriego, 1930) sobre la vida del poeta. Tratándose de Borges, nunca terminaremos de saber si es una biografía verídica o la construcción de un personaje a partir de su vida, como si se tratara de una recreación surgida de la imaginación del autor de El Aleph. Pero más allá de toda consideración sobre el nivel literario de Carriego, es innegable que su escritura y la posición que adoptó frente al hecho poético sitúan su obra como el germen de la mitología que el tango y los ritmos afines desarrollaron desde los inicios del siglo XX en el Río de la Plata. El ámbito que recrean los versos de Carriego delimita el escenario en el que se van a desenvolver las letras de los más eximios poetas tangueros que recorren la primera mitad de ese siglo.

Tal es esta precisión de perfiles, ambientes y condensación de emociones y sentimientos, que sus poemas parecen una crónica de lo que realmente pasa, en lugar de una ficción de personajes y de situaciones. La manera como Carriego vuelve a nombrar a personajes arquetípicos y muy caros a sus sentimientos nos hace imaginar que estos no son un invento del poeta sino la contemplación de lo que sucede en su entorno. El ciego, la solterona, la costurerita engañada, la niñez ajena a los dramas, la madre que envejece o el padre que sufre en silencio la dura vida que le ha tocado, se reiteran en los diferentes libros. Los sucesos de un poema son comentados en otros, como si el trabajo de Carriego sólo consistiera en registrar lo que sucedía. De pronto mezcla al ciego y al organillo de La canción del barrio con la costurerita o la enferma pulmonar que comparte el amor hacia un misterioso joven —que va de un poema al otro sin modificación— con la francesita de frágil salud. De la misma manera, aquella madre que envejece se transforma en su propia madre despidiéndose de la vida. Es tal la miscelánea de imágenes, personajes y situaciones en la poesía de Carriego que el lector siente que sus versos van deslizándose hacia una especie de novela fragmentada en estrofas. Y que, además, es una novela con el sabor a crónica de suburbio.

Alrededor de todo esto, se forma una cúpula emocional que encierra el cotidiano mundo que narra Evaristo Carriego con detalles de orfebre. Lo que exudan estas historias y las imágenes que describen son un profundo sentimiento de dolor por aquello que se ha ido o que se está yendo, unido a la nostalgia por lo que nunca fue. Lo que ya no está, o lo que pudo haber sido, es el eje emocional que se mueve debajo de sus historias. Los sentimientos sobre la fugacidad del tiempo y las frustraciones por lo anhelado y nunca concretado, tal vez partan de su propia debilidad física o de la conciencia de su escaso tiempo sobre la Tierra. Cualquiera sea el motivo que les dio origen, estos sentimientos crearon un universo único que sólo Carriego, por virtud o por defecto, fue capaz de poner en poesía de una manera tal que cierra un modo de nombrar, sin posibilidad de ser continuado, por lo menos creativamente. Los que vienen después —aquellos hijos impensados de su pluma que enriquecen las letras de los tangos, milongas, milongones y valses— toman su aire, pero le dan distintos sentidos y lo llevan hacia otros lugares. Es así como, a pesar de los múltiples destinos que ha tenido la poesía ciudadana, desde Contursi hasta Homero Expósito, pasando por Cadícamo, Discepolo y Manzi, entre muchísimos otros, los aires tangueros de sus letras siempre están robándole algo a la atmósfera sutil y melancólica que inventó Carriego.

El mundo del suburbio que describió este poeta quedó definitivamente allí, amurallado en ese registro barrial, en ese espacio ciudadano, y encapsulado en esa retórica tan especial, tan sencilla y de entrañable modestia.

 

Por Julio César Parissi. Dibujante y escritor uruguayo. Fue coguionista de Hiperhumor y de La Biblia y el calefón, colaborador en la mayoría de las revistas humorísticas desde los setenta hasta hoy. Además de cuentos, poesía e investigación periodística, ha escrito más de veinte libros de humor para niños y adultos.