El Licenciado en Sociología por la UNLP y Doctor en Historia por la UBA fue convocado por ANTI para reflexionar sobre tres grandes líneas temáticas: la realidad del sector agrario y la fallida expropiación de Vicentin; las particularidades del sistema económico y social de la Argentina; las posibles características de la sociedad pos pandemia.

“Siempre tuve una inclinación por entender cómo funcionábamos en sociedad. Sociología e historia, mis disciplinas, pero también la psicología y la economía tienen conexión con lo humano y me despiertan curiosidad”, expresa el investigador del CONICET y docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, antes de empezar a desarrollar los ejes planteados.

La Revolución de Mayo y la lucha por la independencia; la historia social latinoamericana; la transición al capitalismo y la formación de los estados, “aunque el resultado no fue el mejor para las mayorías sociales del continente” y la historia mundial del siglo XX es el punteo de contenidos que lo apasionan.

Además, la sociología histórica de los trabajadores agrícolas de la Pampa, que dio origen en 2015 al libro Las cosechas son ajenas, también forma parte de su variopinta amalgama profesional, “me interesa cuando hay lucha, intereses en juego, donde se revelan los secretos del comportamiento social”, dice Juan Manuel, palabra autorizada para analizar el sector primario de la economía.

En distintas oportunidades destacas o desmontas el mito de que el campo sea un todo homogéneo. Por estos días se alienta desde ciertos medios la construcción de un “nosotros” que estaría llevando adelante una lucha contra un enemigo invisible: ¿Cuán homogénea, sincera y efectiva es esa construcción?

La construcción de un nosotros homogéneo por parte de los sectores privilegiados, que son los que pueden imponer agenda y este tipo de discurso, me parece que no es honesta. Se trata de una construcción interesada, oculta las asimetrías, las relaciones de explotación, de poder y todo aquello que está en la cocina de sus privilegios. No es que nace gente privilegiada y no, hay mecanismos que perpetúan y producen esa dicotomía permanentemente. Como parte de ese proceso está su ocultamiento, porque si estuviera clara la forma por las que algunos se hacen ricos y otros pobres, tal vez, sería más fácil modificarlas. En ese contexto, la idea de un campo uniforme es una construcción interesada y hay que desarmarla.

¿Y la visión de los sectores populares agrarios?

El trabajador o la trabajadora rural tienen un sentimiento de pertenencia auténtico al universo de experiencias de vida e historias, personal y familiar, donde las subjetividades se hacen fuertes. En su debilidad estructural como sectores subalternos, explotados o en crisis, el pertenecer a un todo mayor los fortalece, los respalda y, de hecho, es sobre esta base que funciona y tiene sentido la construcción que mencioné por parte de los sectores más privilegiados del agro, lo cual es problemático.

En el caso de los sectores populares la construcción es verdadera, cumple una función de fortalecimiento. Para unos el campo es el trabajo duro temprano a la mañana, la carneada con la familia extendida, la anécdota cosechando o cuidando un animal, la honradez, mientras que para los otros es la producción, la productividad, la técnica. Quizá utilicen palabras similares y hablen de lo mismo, pero no tiene igual significancia. Estas cuestiones son difíciles de entender para la población urbana o demasiado alejada de la vida en el interior.

Dentro de este contexto, ¿qué consideraciones haces de la finalmente trunca expropiación de la empresa Vicentin? 

Estuve a favor de la expropiación de Vicentin porque representaba la creación de una empresa estatal de comercialización de granos y derivados. Me parece importante destacar que la oportunidad para hacerlo la dio la propia empresa, ya que como se reiteró varias veces hubiera sido más rentable intervenir Cargill. Vicentin generó delitos económicos y penales contra el Estado y el conjunto de la sociedad. El directorio debió ser apartado, investigado e incluso con miembros presos, tomar en cuenta sus opiniones sobre qué hacer con la empresa me parece que no corresponde.

De haberse efectuado la expropiación, ¿qué modelo empresarial debió implementarse?

Me inclinaba por aprovechar la oportunidad para armar una empresa estatal testigo, eficiente, que permita dar una política del agro hacia adentro y afuera distinta, ya sea en relación con los precios pagados a los productores locales, como a la posibilidad de tener divisas inmediatas y no depender de monopolios extranjeros. Además, tener la chance de comercializar alimentos a buen precio para el consumo público. En definitiva, una empresa que a partir de una intervención económica distinta en la compra y venta de productos, intervenga en el mercado en beneficio de las mayorías populares.

¿Era factible esa empresa?

Una empresa estatal puede no generar esos beneficios. YPF, por ejemplo, está en manos del Estado y no tenemos la nafta tan barata como la necesitamos. Tampoco hay un encadenamiento productivo hacia atrás con todo lo que podría empujar en materia energética. Pero por lo menos tenemos la posibilidad de discutirlo, si Vicentin o YPF están en manos de un monopolio extranjero no lo podemos debatir. Como sociedad me parecía importante tener esa instancia, sobre todo porque se daba a partir de una firma fundida y vaciada por lo peor del empresariado argentino.

***

“Desde la adolescencia me llamó la atención cómo se ponían de moda los boliches, uno era furor durante un tiempo y, de repente, surgía otro. ¿Por qué? ¿Cuándo? Estas preguntas de la juventud crecieron en términos políticos: ¿Por qué hay ricos y pobres? El clásico interrogante, ¿Por qué Argentina, con tantas condiciones para el desarrollo y vivir mejor, no logra despegar?” se pregunta el investigador y da pie al nuevo enfoque de la charla.

¿Qué impide, de acuerdo al análisis desde distintas disciplinas, el desarrollo social y económico del país?

El capitalismo argentino se estructuró a partir de la producción primaria, que desde fines del siglo XX y principios del XXI demandó cada vez menos empleo. Además, se complementó con países que compran esta producción a cambio de la venta de su industria. Es el proyecto económico estratégico con el que se funda la Argentina.

Esa estructura basada en la exportación de materias primas no es un error de cálculo o algo que salió mal, se decidió luego de un montón de luchas políticas y militares. En definitiva, el país se armó alrededor de los intereses de lo que en ese momento era la aristocracia u oligarquía terrateniente, grandes propietarios de tierras y fundadores del Estado. En aquel entonces sumamente autoritario, dominado por una minoría que no confiaba en la voluntad popular y ejercía, entre otras cosas, el fraude electoral.

Si bien hubo cierto proceso de industrialización en el siglo XX, esta especie de marca de nacimiento hizo que la industria creciera a contracorriente de lo que es la estructura económica del país y con muchas dificultades estratégicas en relación al poder del sector en el extranjero. La industria, que es lo que más empleo genera, se desarrolló de manera débil, mientras que el sector primario demanda menos trabajo comparado con hace 100 años. En consecuencia, Argentina tiene una gran masa de gente sin trabajo fijo, que vive de changas, de emprendimientos precarios, que no encuentra demasiadas fuentes laborales donde insertarse y que no es su responsabilidad individual estar en esa posición.

¿Cuál es la receta para modificar la estructura económica?

Estamos discutiendo que hay una estructura económica con cinco trabajos para diez personas. Este sistema social y económico del país hace que el 30 por ciento de la población vaya a caer, inevitablemente, en la pobreza. No depende de la suerte individual, sino de organizar una sociedad para que no haya gente sin trabajo, precarizada, con necesidades. No se trata de más o menos capitalismo, más o menos impuestos, más o menos mérito personal, tiene que ver con pensar las cosas en conjunto, lanzar un plan económico y estratégico que defienda la industria nacional, estimule las ramas de producción que dan más trabajo, mejore salarios para que la gente compre cosas y retroalimente un espiral virtuoso en la economía.

¿Qué intentos hubo en la historia Argentina para cambiar la realidad socioeconómica?

El primer gran movimiento histórico moderno, que es el radicalismo con la figura de Yrigoyen, luchó contra esto. El segundo fue el peronismo, en otra época histórica y con un sesgo más industrialista, pero también trató de darle una vuelta de rosca para salir de la trampa de la estructura económica. En los 70, las fuerzas de izquierda revolucionarias, luego derrotadas por la dictadura militar, iban en ese sentido y, si se quiere, el kirchnerismo en el siglo XXI distribuyó el ingreso, pero no apuntó tanto contra este sistema.

Mucho de lo que distribuyó se basó en la exportación de materias primas como soja, petróleo y minería, lo cual no permitió cuestionar el modelo, ya que era de donde salían los recursos para financiar la asistencia estatal de la población que estaba fuera del planteo económico. Hace demasiados años que nos movemos sobre bases precarias, insostenibles en términos sociales. Esta asistencia estatal efectivamente debiera sacarse, pero antes hay que generar condiciones económicas que dejen de hacerla necesaria, sino se cae del mapa el 30, 40 por ciento de la población.

***

Las subjetividades actuales, el análisis del comportamiento de los hombres y mujeres de este momento de la historia es otra materia de estudio e interés para Juan Manuel, “la pandemia generó esta especie de experimento social que en el futuro permitirá visualizar muchas cuestiones” reflexiona respecto del tercer y último eje de la nota.

Los periodos de crisis suelen estimular en las personas comportamientos y sentimientos inéditos: ¿Es posible rastrearlos en la actual coyuntura y especular sobre qué impacto podrían tener en la sociedad pos pandemia?

No corresponde hacer predicciones respecto de la pandemia y de la cuarentena, porque todavía está en curso y no sabemos cuánto tiempo va a durar, cómo va a ser el camino para superarla, cuestiones fundamentales para saber si salimos mejores o peores. Además, hay que ver en base a qué valores y qué se considera mejor o peor.

Por lo tanto, no estoy de acuerdo con la frase del ensayista francés Michel Houllebellecq, que dice que el mundo después de la pandemia será exactamente igual, solo que un poco peor, ni con la de Slavoj Žižek, o bien, la del sudcoreano Byung-Chul Han. Con este último filósofo coincido en que un virus, por si solo, no cambia las relaciones sociales, la economía, no hace revoluciones, no va a terminar con el capitalismo, como propone el esloveno Zizek. Solo en ese punto estoy con el asiático.

¿Hay indicadores a los que se pueda recurrir para intentar tener idea sobre cómo afectará todo esto, en lo micro y en lo macro, a las sociedades en que vivimos?

Hay algunos, el aumento de consultas psicológicas, de consumo de alcohol en algunos sectores etarios –entre los 20 y los 40 años–, paranoia en diferentes partes de la sociedad, el crecimiento de un individualismo exacerbado ante el miedo, otras reacciones solidarias ante el mismo temor. Distintos recursos o tipos de respuestas con los que diferentes actores sociales, en términos ideológicos, sociales y económicos, enfrentan la situación. No diría que hay una sola forma y que todos vamos a salir de la misma manera de la crisis. Lo más importante es seguir lo que pasa, no pensar en ensayar predicciones arriesgadas y, sobre todo, poner cuerpo y mente para bancar la situación.