La pandemia de COVID-19, con su consecuente cuarentena, complicó la educación tradicional, pero aún más a las escuelas experimentales, como Las Luciérnagas de Chascomús, donde, pese al confinamiento y distanciamiento, se buscan alternativas para extrañar un poco menos una modalidad basada en los sentidos y en el acompañamiento respetando los tiempos individuales en una formación en comunidad.

“En este momento somos 38 familias y en tiempos de ´no-aislamiento’,  concurren a la escuela 47 alumnos; 9 de 3 años, 8 de 4 años, 4 de 5 años, 3 de 6 años, 5 de 7 años, 10 de 8 años y 6 de entre 9 y 11 años. El grupo 1 es el que abarca a los más pequeños, los de dos y tres años, el grupo 2 abarca a los de 3 y 4 años y así sucesivamente. Los últimos grupos son multigrado”, comentó el grupo de maestros de la institución que sigue los lineamientos del Instituto Superior Speroni.

“Desde un punto de vista formal o legal, estamos haciendo los trámites necesarios: está presentada la carpeta en Diegep y estamos a la espera de buenas nuevas”, prosiguieron los responsables de Las Luciérnagas en charla con ANTI.

“La escuela se sostiene económicamente con el aporte de las familias y del trabajo que realizamos con la panadería y demás emprendimientos. También recibimos donaciones de la comunidad a través del formato ‘Amigos de Las Luciérnagas’. Sostenemos la escuela de forma cooperativa”, informaron.

“Estamos soñando con tener nuestro propio edificio. Para ello ya contamos con un espacio otorgado por los vecinos del barrio La Liberata que nos cedió un terreno en comodato para concretar tal proyecto. Mientras tanto, trabajamos en un espacio que alquilamos en la calle diagonal 7 de noviembre al 608, donde contamos con un entorno de lo más rural y del cual disfrutamos mucho”, adelantaron.

Por lo pronto, Daniela, Álvar, Hernán, Juan Pedro, Malena, Magalí y Mariano, maestros de Las Luciérnagas, donde también colaboran algunas madres, una de ellas cursando el magisterio a distancia inclusive, se explayaron sobre un día en la vida de esta escuela experimental, mientras que también explicaron las bondades del modelo, remarcando además los esfuerzos que hacen para tratar que el aislamiento y distanciamiento no termine con lo pregonado.

Una rutina divertida
El día comienza con las llegadas de los chicos en un horario determinado y cuando se han puesto el calzado de adentro y sus guardapolvos, se suman a una rueda donde los maestros estamos cantando. Ellos se suman al canto.
Las canciones que cantamos en la escuela son canciones tradicionales de nuestro país y de otras partes del mundo. No son canciones infantiles, sino canciones tradicionales, algunas muy antiguas como por ejemplo romances españoles del SXV y XVI. Ningún maestro estudió música, nos acompañamos de una guitarra y simplemente cantamos.
Luego del canto los niños se van con el maestro designado y trabajan en su grupo en las distintas materias (matemáticas, ciencias, lengua, etc).
A media mañana hacemos un corte y salimos a jugar al patio mientras dos chicos con un maestro se quedan preparando el té o mate cocido. Al terminar el juego entramos todos y volvemos a sentarnos en una rueda grande. Se reparten las tazas y compartimos pan, galletitas, fruta o a veces a modo de festejo hay  alguna torta!!!
En ese momento, un maestro o maestra cuenta un cuento, leyenda o mito. Es un momento muy esperado por los niños. El desarrollo de la oralidad es una cualidad muy importante a atender en la escuela. Estas historias narradas cobran vida y nos llevan a lugares sorprendentes de nuestra imaginación.
Ya llega la segunda parte del día y volvemos a sentarnos en grupos de trabajo igual a la primera parte.
La mayoría de las actividades que realizamos en la escuela están acompañadas por un clima de silencio y calma. Compartimos un salón amplio, entonces es necesario trabajar sin invadir el espacio de otro grupo que también está realizando su trabajo.
Ya se acerca el final del día. Cuando terminamos y antes de que se vayan con quienes los vengan a buscar, volvemos a reunirnos, ya sin el guardapolvo, en la rueda final. Cantamos, bailamos y hacemos juegos de rondas, mientras el maestro portero va llamando a los niños y niñas para ir con sus padres/madres.
Luego, ya sin los chicos; los maestros hacemos la limpieza y finalmente nos reunimos en una rueda para tomar unos mates y hacer la observación del día de trabajo. Compartimos las situaciones que se dan y buscamos soluciones posibles. A este momento lo llamamos «el té de maestros». También, cuando es necesario, en este momento realizamos un encuentro con la familia que lo requiera para contar cómo va el trabajo de algún alumno (es nuestro momento de evaluación).
Así aproximadamente suelen ser nuestros días de escuela. Un compartir cotidiano. Un encuentro necesario y vital. Donde cada niño, cada familia y cada maestro encuentra el espacio para crecer a su tiempo y manera.

La escuela invita
La escuela nos invita a cantar, pintar, leer, calcular, viajar y recorrer con la geografía y la historia, recitar poesías, danzar, etc. Todo sin darnos cuenta. Sólo hace falta entregarse al juego.
La escuela nos permite reconocernos y aprender a convivir. Por ejemplo, los niños más grandes ayudan y acompañan a los más pequeños y les indican dónde está su bolsita con ropa, dónde está su calzado de adentro, etc. Eso es un Tesoro!
Cada niño se desarrolla a su tiempo y cuando vemos que necesita ayuda elaboramos un trabajo para dicho fin.
En muchos años de docencia nunca vimos que los niños no puedan o quieran aprender. Todos van desarrollándose y nuestra labor es acompañar y entender el camino de ese niño.

Extrañando en pandemia
En este momento de pandemia hemos extrañado mucho a la escuela. Los chicos extrañan mucho su escuela. El trabajo transmitido por medio de los dispositivos no llega a compensar lo que brinda la escuelita. Buscamos nuevas formas para resignificar el trabajo mismo, llevando  a las casas sobres y cartas que los niños  puedan recibir, como antaño, la correspondencia. Tomar entre sus manos algo concreto y no una imagen desde un celular. A eso agregamos una visita a las casas para conversar sobre la situación de cada familia.
Conversando con los padres hemos observado que la preocupación mayor no está en los contenidos escolares sino, en la pérdida del espacio escolar con el cual ya no se cuenta. Los chicos no necesitan aprender cosas sino, darle forma a las cosas que aprenden. Necesitan jugar, equivocarse, corregir, crear, dudar, reír, llorar…Necesitan de adultos que den espacio a las emociones para que puedan reconocerlas. Entonces, necesitan de maestros que quieran estar, presentes y comprometidos, dispuestos a transitar el camino al que la escuela lo está invitando. Y acompañar a los niños y más aún a las familias.
No hay objetivo a donde ir. Sino el placer por vivir cada paso que se da.

Compartiendo e intercambiando
En este tiempo hemos compartido e intercambiado con otras escuelas experimentales de distintas provincias, muchas vivencias y reflexiones. Compartimos material de lectura, tareas didácticas, cuentos y música. Estamos en contacto y atentos a los cambios.
Una reflexión que surgió de este intercambio fue por qué usamos la literatura tradicional o popular. Fue una reflexión hermosa. Ya que todo  nuestro material proviene de esa fuente. Son tesoros de la humanidad que nos acompañan con sus imágenes poéticas y simbólicas. Porque son imágenes vivas. Porque tiene una riqueza atemporal.
Y cada historia que se cuenta es íntima y no se explica. Y cada pintura es propia y no se dirige. Vamos descubriendo el tesoro que dejaron los viejos Maestros que encontraron este camino para ser andado por cada uno.
En este momento de pandemia, los maestros nos reunimos para coordinar el trabajo que van recibiendo las familias.