“La ciudad es una buena idea, cuyo peor defecto es haberse convertido en realidad”
La privatización del espacio urbano se viene agudizando, desde la década de 1990, a un ritmo acelerado. Empujado por la especulación inmobiliaria y la búsqueda desenfrenada del rédito económico a cualquier costo, la modalidad de “barrio cerrado” es hoy una de las principales aristas de las políticas en lo que a urbanismo se refiere. Este fenómeno comenzó a gestarse y a tomar forma a partir de la década de 1990; y con el paso de los años se ha convertido en la principal “forma urbanística” en las zonas metropolitanas de las grandes ciudades: en los 90´ había 90 barrios cerrados, en 2001 la cifra llegó a 285, en 2007 a 541 y actualmente el número está en más de 900. En 2007 la superficie total ocupada por esta modalidad urbana era de 35000 hectáreas, actualmente se estima que más de 120000 hectáreas corresponden a barrios cerrados, countries y chacras.
Los argumentos que desde los grupos concentrados del poder económico, asociados inevitablemente al poder político de turno, defienden este tipo de “enclaves sociales” sitúan a la violencia urbana y la inseguridad como las principales causas que han impulsado la construcción de los barrios cerrados. Por supuesto que sus argumentos no dicen nada respecto de la concentración de la tierra, la especulación financiera y la privatización del espacio urbano. Por citar un ejemplo por demás paradigmático de esta situación, en Tigre el 60% de la tierra está en manos de las urbanizaciones privadas. De más está decir que estos emprendimientos se encuentran relacionados con el proceso de polarización social que desde el menemismo se viene agudizando sin importar la bandera política. Tigre es un modelo válido para ejemplificar esta situación, pero actualmente ninguna ciudad metropolitana o turística importante escapa a esta realidad.
En el trayecto que va desde Capital Federal a Chascomús (120km de distancia entre ambas ciudades) se contabilizan más de 20 barrios privados, countries y chacras. Bajo artificiales eslóganes se vende socialmente a estos emprendimientos inmobiliarios como reductos en plena armonía con la naturaleza, el confort y un estilo de vida alejado del ruido, el cemento y el ritmo alocado que se respira y vive en las ciudades. Sin embargo, en ese “encerrarse para sentirse libre” lo que se exacerba en realidad es una clara diferenciación entre “un adentro” y “un afuera” limitado por puertas, murallas, garitas, alambrados y seguridad privada que refuerzan la segregación urbana a partir de las relaciones que establecen hacia “el afuera”. En palabras de Maristella Svampa “los muros son uno de los grandes temas de las sociedades actuales, tienen que ver con los mecanismos de disciplinamiento, de control social. También con las desigualdades al interior de nuestra propia sociedad. Implícitos o explícitos los muros están allí”. Es innegable, de esta forma, percibir que las urbanizaciones privadas exteriorizan de manera cruda y directa fronteras rígidas no sólo en su visible materialidad, sino también en su carga simbólica entre quienes viven hacia dentro del alambrado y hacia fuera de ellos: la muralla, de esta manera, no es un dato menor ni para los de adentro ni para los de afuera.
Tomado como idea o concepto, la propuesta de barrio privado es el perfeccionamiento del individualismo capitalista, la propiedad privada, la naturaleza como valor de cambio y la mercantilización de las relaciones sociales. Estos islotes urbanos se erigen como enclaves exclusivos dentro de la ciudad, pero aislados socialmente de ella. Y esta segregación se confirma no sólo desde el límite físico que produce el alambrado, sino sobre todo, a partir de las barreras sociales que se originan como consecuencia de esta modalidad urbana. Esta es una de las líneas a tener en cuenta al momento de indagar la problemática urbana, caracterizada por la idea de “barrio cerrado”. Otra rasgo, no menos importante, y entrelazado con lo ya expuesto es el proceso de privatización y apropiación del espacio público. Este boom inmobiliario se origina en la década menemista, y toma un nuevo impulso después de los coletazos de la crisis de 2001. Con el paso de los años la concentración de la tierra se hace más evidente y toma visibilidad a partir de la especulación inmobiliaria que origina y da sustento al barrio privado como modelo urbano.