La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires dieron a conocer cartas públicas en las que informaron el cuello de botella al que asiste el sistema sanitario y el agotamiento de los profesionales del área. A propósito de esta realidad, Daniel Feierstein, sociólogo, doctor en Ciencias Sociales, Investigador del CONICET y especialista en estudios sobre genocidio, describió en redes sociales que el aumento diario de contagios no se debe a cuestiones médicas sino sociológicas, donde la negación y la proyección son los enemigos principales.
Sociedad Argentina de Terapia Intensiva
“Ahora sentimos que no podemos más, que nos vamos quedando solos, que nos están dejando solos encerrados en las Unidades de Terapias Intensivas con nuestros equipos de protección personal y con nuestros pacientes, sólo alentándonos entre nosotros. Observamos en las calles cada vez más gente que quiere disfrutar, que reclama sus derechos, la gente que se siente bien por ahora. ¿Qué pasará con ellos y sus familiares mañana? Ojalá que no se transformen en uno de nuestros pacientes que, con fuerzas, trataremos de arrebatarle a la muerte…
Solo le pedimos a la sociedad que reflexione, y que cumpla con simples pero importantes medidas recomendadas científicamente: distanciamiento social, uso de tapabocas (cubriendo nariz y boca), lavado frecuente de manos (con agua y jabón o alcohol gel), no aglomerarse, no hacer fiestas, iNo desafiar al virus, porque el virus nos está ganando! Les suplicamos no salir si no es necesario. El personal sanitario está colapsado, los intensivistas están colapsados, el sistema de salud está al borde del colapso”.
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires
“El personal de salud ha realizado y continúa realizando, un esfuerzo extraordinario. Día a día ponen en juego su salud, y la de sus seres queridos. Es esencial reconocer su trabajo y brindarles nuestro cálido homenaje. A las autoridades les solicitamos, con carácter urgente, fortalecer el sistema de salud, mediante la incorporación de personal idóneo y equipamiento adecuado, y reconocer a aquellos a quienes se desconoció y desvalorizó por mucho tiempo. Le pedimos a la sociedad y a los gobiernos, que nos ayuden a cuidar y que nos cuiden…
Estamos agotados de trabajar en este contexto y en estas condiciones laborales. La pandemia nos afecta a todos, el temor a enfermar y a morir está presente en la sociedad, y el cansancio por la distancia y el encierro es cada vez mayor. Los médicos, enfermeros, kinesiólogos, y demás trabajadores de salud, estamos, además, estresados y exhaustos, de trabajar en forma continua y sin descanso, desde hace 160 días, en un sistema que no nos reconoce, que no nos cuida, ni nos da los elementos de protección necesarios para nuestro trabajo. Nosotros también nos enfermamos, nos morimos. A nadie debiera faltarle el trabajo, pero lo que es seguro, nadie debería perder su vida por trabajar, y esto nos está sucediendo”.
Las expresiones de Daniel Feierstein
¿Por qué fracasan las estrategias para frenar los contagios en Argentina? La respuesta tiene muchas variables pero la fundamental no es médica sino sociológica. Vale escuchar a los ministros Quiroz y Ginés para tratar de comprender el razonamiento detrás de las medidas más allá de la grieta. Al hacerlo se encuentra una lógica común a ambos, que constituye una presunción errada sobre el comportamiento social.
El razonamiento es el siguiente: la gente no se banca más la cuarentena y la incumple igual. Por lo tanto, lo que debemos hacer para contener la ola de contagios es autorizar lo que de hecho ya se hace pero solicitando que se cuide y apelando a la «responsabilidad ciudadana». La premisa no es del todo incorrecta. La vuelta a fase 1 en julio demostró (siguiendo la curva de contagios) que efectivamente muchos no la cumplieron y que insistir por el camino de la prohibición no permitiría resultados positivos sin una inviable e inadmisible represión.
Pero sin querer ponerme muy técnico, podríamos decir que lo que suponen los médicos sobre el comportamiento social en pandemia es lo que Weber llama «acción racional con arreglo a fines»: que calculan que el riesgo de contagiarse es preferible al de quedarse sin otras actividades. Aunque eso podría sonar plausible (no sensato) para quien necesita trabajar porque podría verse sometido al hambre o a la pérdida de bienes, en modo alguno explica el caso de quien sale a tomar una birra, hace el asadito con los amigos o visita a la tía, foco de los contagios.
El problema de fondo no es ese sino que la población en una catástrofe no actúa según esa racionalidad ajustada a fines sino que se ve atravesada por acciones afectivas (tercer tipo en Weber) vinculadas a mecanismos de defensa psíquica como la negación y la proyección. Antes de iniciar la cuarentena, escribí en el diario Pagina12, que el principal desafío para las ciencias sociales en pandemia era cómo enfrentar la negación y la proyección. Pero iniciado septiembre (¡6 meses después!) seguimos pensando que los médicos pueden pronosticar comportamientos sociales y decidir las acciones políticas a partir de ello (como si nos hubiesen encargado a los sociólogos tratar de elaborar la vacuna).
Al cambiar la hipótesis de explicación del comportamiento, podemos entonces aventurar por qué lo que se hace sale mal. Para alguien en estado de negación, decirle que vamos mejor, que abrimos actividades y que no habrá colapso es el mejor modo de lograr que ratifiquen la negación. Y aquí retomo la pregunta que me hacen muchos: ¿por qué un especialista en el estudio de los genocidios y otras violencias estatales masivas y no en salud o epidemiología tiene algo para decir en una pandemia?
Porque después de 30 años de estudiar las respuestas ante la catástrofe, lo más regular que se puede encontrar es precisamente que la acción humana en esos casos tiende a la negación y a la proyección. Nadie quiere aceptar la posibilidad de su muerte o la de sus seres queridos.
Eso explica también el odio en las respuestas anticuarentena. Por ejemplo: en casos en que sobrevivientes del genocidio nazi lograron escapar de la deportación fueron golpeados y acusados de mentirosos en los pueblos donde intentaban contar lo que sabían o habían vivido. Es desgarrador leer los testimonios, pero con una mirada más humana resulta comprensible: ¿quién podía aceptar que el destino de toda su aldea sería ser deportado y aniquilado en cámaras de gas? El enojo y el terror se proyectaban en el emisario porque la verdad era inaceptable.
Del mismo modo podemos entender cómo fue que en nuestro país, en 1978, muchos argentinos respondieran a las denuncias de desapariciones forzadas sumándose a la propaganda oficial que las catalogaba como «campaña antiargentina» y «mentiras internacionales».
Los dirigentes políticos se encuentran así en un dilema: deben decirle a la población lo que no quiere escuchar y se arriesgan a ser el foco de odio y proyección, con lo que implica en pérdida de imagen y votos, ya que puede tener su costo político. Psicópatas como Trump o Bolsonaro directamente se transforman en la fuente del proceso de negación («es una mentira demócrata», «es una gripecinha», entre otros tantos delirios).
Aquí los intensivistas nos gritan (como los sobrevivientes) que ya no pueden más, que no tienen cómo contener el nivel de casos diarios, pero les responden con el R de 1,0x, con la creencia mágica en que «ya llega el pico» o con la desesperanza de que «no podemos hacer otra cosa». Nada aporta suponer mala intención. No creo que nadie quiera que mueran argentinos. No sirve echarle la culpa a un político, al otro o a la población. Simplemente no estamos comprendiendo lo que pasa, cuanto menos a nivel de los comportamientos sociales.
¿Por qué bajó el pico en Italia o España? R. Etchenique lo identificó con precisión: por la «inmunidad de cagazo». El miedo de la gente pudo vencer al mecanismo de negación. Pero eso tampoco es permanente ni automático y los rebrotes lo demuestran. La negación es persistente. Y una forma de negación actual es pensar «tranquis, como en España bajó pero tienen un x% de infectados debe ser que el x% es la inmunidad de rebaño, apenas lleguemos a ese número va a bajar». Pero ni aquí ni allí funciona así…
Les pido que vean los mensajes oficiales y los medios en esos países en ese tiempo. Alcaldes gritándole a la población que ya no sabían qué más hacer y que si no se quedaban de una buena vez en sus casas perderían a sus seres queridos. Contrasten eso con los mensajes oficiales argentinos: «estamos bien, la situación está controlada, ya pasamos lo peor, la semana que viene baja, el sistema de salud va a resistir, no habrá colapso, esto nos permite dar un nuevo paso», ratificaciones de los sistemas de negación.
Agregar «no dejemos de cuidarnos» produce cero efecto ante lo previo. Esa parte ya no se escucha. Quienes saben nos informan que las cosas están mejor y abren actividades, por lo tanto incluso quienes no sucumbían a la negación lo hacen: «el intensivista debe ser un exagerado».
No estoy llamando a reproducir los gritos españoles e italianos, pero sí a comprender que nuestros principales enemigos son la negación y la proyección, como en toda catástrofe. Y que eso no se resuelve ni con camas ni con respiradores.