José Eduardo Bonavita recuerda y sigue buscando a Ruben A, al que conoció mientras era Secretario de Acción Social del Municipio de Chascomús en la década del 80.

Quincuagésimo día de Cuarentena…Un acontecimiento – de los que se cuentan miles en las agendas de la Argentina de la tristeza y la pena – que me marcó y nos marcó, hace muchos años, y que derivó en la que sería para nosotros una suerte de asignatura pendiente, pero a la vez, la comprobación plena de esa condición –  de materia no aprobada – para la atención de los menores menos protegidos, ó como se dice ahora ¿cuál no? en mayor situación de riesgo…

Ruben A… en aquel tiempo un pibe que había vivido en Mar del Plata. De once años, huyó del Instituto de Menores de Villa Elisa en el que había sido alojado. Sabía que no era posible salir a buscar las estrellas. Tampoco alcanzar el horizonte. Pero Ruben, buscaba a su madre…

Era yo Secretario de Acción Social cuando me avisaron que dos menores habían sido interceptados por la Policía. Hice que fueran a la Guardería – generalmente iban al Hospital – a fin de higienizarse y almorzar mientras realizábamos los trámites… Por la tarde llegaron a la Municipalidad, diciéndome Ruben – que era el mayor de los dos– que no pensaba sino en que lo llevaran a Mar del Plata, mencionando incluso el Instituto en el que pretendía ser internado –  y que en modo alguno iría a “Movimiento y Ubicación”. Lo tranquilicé diciéndole que había transmitido su pedido pero no bien vio por la ventana – estábamos en el despacho del Secretario de Gobierno – la camioneta que llegaba en búsqueda de ambos, me anticipó que nos habían engañado. “En esa camioneta voy a “Movimiento y Ubicación” y de ahí otra vez a Villa Elisa” dijo con enfado pero sin violencia.

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Pasaron algunas semanas. Llegue a la Intendencia y me entero que en la madrugada habían encontrado a un menor en la Ruta, que pretendió esconderse cuando lo vieron. Lo habían llevado al Hospital y allí temieron que fuera violento. Pedí que lo trajeran a la Municipalidad… Era Ruben. Aquel que luego sabría, buscaba a su madre. “Nos volvimos a escapar” dijo y “yo seguí solo porque la otra vez  nos descubrieron por él”… “y ahora me descubrieron por mi” confesó admitiéndolo con más vergüenza por el fracaso que resignación ante la circunstancia… Ruben puso las cartas sobre la mesa: “Vine acá porque me trataron bien la otra vez. Pero ésta vez no me voy, hasta que no me lleven a Mar del Plata”. Me contó de la última imagen de su madre y de un celador que lo fue a buscar diciéndole que su madre estaba enferma y él habría de esperar que se mejorara, en un Instituto.

De Mar del Plata lo habían llevado a Villa Elisa – previo paso por “Movimiento y Ubicación” – y era impulsado un poco por el trato recibido y mucho por volver a encontrar a aquel celador, una suerte de “eslabón perdido” en la cadena que podría llevarlo a su mamá.

Consulté con quien era Subsecretario del Menor y la Familia de la Provincia, Isidoro Alconada Sempé, quien me sugirió el camino a seguir aunque señalándome que demoraría unos días. Así se lo dije a Ruben. “No hay problemas” me dijo. “Me quedo acá”.

Llegué con Ruben a casa en busca de ropa, pero sin dudar – ni dudar Teresita – que lo mejor sería que se quedara con nosotros.   Unas pocas horas bastaron para que esa suma de pesares sobrellevados de cualquier modo y picardías adquiridas por obligación hicieran de Ruben el centro de la casa.  Una mezcla de hombre formado en los rigores de la adversidad y un chico clamando protección. Tenía 11 años y dibujaba muy bien, despertando la admiración de María Lía y Mariu  por ello. Nadaba y sorprendía a José y Lale. Pasó un día, dos, tres. Una de esas tardes fueron los varones al centro,  por el paseo de los Reyes regalando caramelos. Sintió Ruben que alguien pretendía birlar el regalo a uno de nuestros hijos y luego de rescatar la bolsita corrieron hasta la Plaza entonces Aramburu. Felices ellos con la hazaña, mientras nosotros nos preocupábamos por la tardanza…

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El 5 de enero recibí la confirmación del Instituto de Mar del Plata. Podíamos llevarlo allí. Feliz con la novedad corrí a casa a contárselo y a preparar el viaje. “¿Justo hoy?” me preguntó. “Yo todos los años le pido un reloj a los Reyes” – dijo – “y justo se me había puesto que éste año me lo iban a traer”… “¿No puede ser mañana?”… Los Magos escucharon. En la mañana del 6 de enero Ruben tuvo su reloj. También un “rulo” que Mariu, que tenía dos años,  se cortó para que llevara de recuerdo y la amistad y admiración de todos. A todos dejó dibujos… “Estaba pensando” dijo entonces, que “quisiera conocer al Presidente Alfonsín ¿No es de acá?”.  A Teresita se le ocurrió una alternativa. Tal vez pudiera conocer a la mamá del presidente. Aceptó el trato. Fue pedírselo y confirmar para esa tarde, después de Misa, el encuentro con doña Ana María. De hecho que debía diferirse otra vez el viaje.

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… Fuimos todos hasta la calle Lavalle y Ana María Foulkes de Alfonsín le prodigó tal atención que conmovió a Ruben – ya por entonces para nosotros el “chantunazo” que era el apelativo de circunstancias al que él apelaba con mayor frecuencia – al cabo de una entrevista que finalizó con unos cuántos buenos consejos y  una caja con bombones…   “Lo que es la vida” reflexionó cuando subíamos al auto… “puedo encontrar a la mamá del presidente y no puedo encontrar a mi mamá”… “y si encuentro a mi mamá y le cuento que estuve con la mamá del presidente, seguro que no me cree”…

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Al día siguiente llevamos con Miguel Cardillo a Ruben A…. a Mar del Plata. Llegamos al Instituto y antes de entrar pidió que averiguábamos si todavía estaba aquel celador que entendía era el hilo que lo llevaría a su mamá. Estaba, pero no en ese momento. Esperó sentado en el umbral del amplio portal de acceso que llegara. Entonces si, nos dimos un abrazo, quedó él allí y emprendimos el regreso…

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Pasó casi un año. En diciembre los chicos propusieron que lo invitáramos a pasar las fiestas con nosotros. Fueron varias comunicaciones sin suerte hasta que un día atendido por un empleado administrativo pregunté por Ruben y me dijo no conocerlo. Aguardé que se fijara en los legajos: “Ruben A…” – leyó de una foja – internado el 7 de enero…. 9 de enero, derivado a Movimiento y Ubicación”… Corté sin esperar más palabras. Creo que se me cayó una lágrima. He buscado luego infructuosamente, algún dato, alguna pista. Pasaron veinte años, treinta, treinta y cinco… La mitad de mi vida…  Inevitablemente nos acordamos de él de tanto en cuando. Yo aquí, cada vez que tomo nota de un pibe que sale a buscar el horizonte. Cada vez que un chico cree que es posible alcanzar las estrellas. Cada vez que me rebela esa asignatura pendiente… Y una y otra vez, el dolor de saber que aquel día, otra vez, a Ruben hicieron añicos la ilusión… Hace un  par de años, en el anteúltimo intento, dimos con quienes pensábamos eran familiares suyos en Jujuy… pero no pudo ser… Hace un rato, me senté para contar el quincuagésimo día de la cuarentena… Desde una fotografía que siempre ronda por mi mesa de trabajo, de pie detrás de un sillón que comparten María Lía y Mariu, Ruben sonríe y hasta me pareció que me guiñaba un ojo… Entonces pensé en pedir permiso a quienes dedican un rato cada día a este Diario… y ahora que tenemos tiempo, acaso sea el momento oportuno para intentar encontrarlo por fin… O contarles de aquellos días en que a Ruben hicieron añicos su ilusión… Disculpen por eso… y cuídense. Hasta mañana…