Por Agustina Fourquet
Vanesa empezó a usar vestidos recién a los 58 años, después de haber ido al registro civil de Chascomús y pedir el cambio de identidad de género en 2018. La empleada del registro simplemente arrancó la partida de nacimiento donde figuraba que había nacido el 24 de agosto de 1960 como Juan Gegena, y le entregó una nueva. Arrancó la hoja. No la tachó, no la modificó ni la corrigió con liquid paper. Su nuevo DNI dice que Vanesa Soledad Gegena nació el 24 de agosto de 1960. Sexo: F. Quienes la conocen saben que ya no responde al nombre de Juan. Solo voltea cuando la llaman Vanesa.
La ley de Identidad de Género (N. 26.743) fue sancionada en 2012 en Argentina y define como la identidad de género a “…la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.
Antes de la Ley, Vanesa ya tenía una identidad, pero el aval legal e institucional le dio un nuevo impulso. Dejó crecer su pelo rubio platinado y empezó a usar polleras y vestidos en espacios públicos diurnos, y a ir con calzas, plataforma y maquillada a su trabajo como portera del edificio de Obras Sanitarias de la Municipalidad de Chascomús.
Tardó en hacer el cambio por sus hijos y sus cuatro nietos, que tenían entre 11 y 18 años . Pero las chicas de Obras, sus compañeras de trabajo, le insistieron “Dale Vane, hacé el cambio de identidad. Tus hijos ya son grandes, lo van a saber entender”.
Lo habló con ellos y a los tres días ya había iniciado el trámite. Toda la vida se dieron cuenta de lo que pasaba y tanto su hija como su nieta comparten el labial y la planchita con “la abu”.
“No es lo mismo ser mujer que ser travesti y andar por todos lados vestida de mujer pero que tu DNI diga que sos varón. Ahí va el cambio. A mí me piden el documento y es de mujer, mi partida de nacimiento es de mujer. Tarjeta de IOMA es de mujer. Tengo toda una vida de una mujer normal. La ley me ampara. Yo puedo adoptar un chico, puedo casarme legalmente como si te casaras vos, de la misma forma. Te corresponde todo, como si fueras una mujer, mujer, mujer”, explica Vanesa.
La niñez y el despertar
Los padres biológicos la abandonaron cuando tenía cuatro meses y la crió una familia adoptiva en una zona de chacras en las afueras de Chascomús. Desde chiquita prefería jugar con las muñecas.
“Mi mamá nunca me dijo nada. Lo veía como algo normal para que no me aburriera. Y después se dio cuenta por qué era. Yo jugaba con los batones, un pañuelo y los tacos de ella. No tenía un coche, no tenía un avioncito. En la repisa de mi pieza y en la cama eran todas muñecas. Pero nunca la vio como algo malo”.
A los 15 años tuvo su primer amor. Un romance clandestino que duró 21 años. Era el marido de una conocida. Vanesa tenía 12 o 13 y no se animaba a tener su primera relación. “Un día pasó lo que tenía que pasar. Pero consciente de lo que iba a hacer yo, ojo. No es que me agarraron de prepo y me violaron. Consciente, porque tomé la decisión que quería hacerlo”.
A pesar de que estuvo muy enamorada, nunca blanquearon la relación porque él estaba casado y luego de separado, quería preservar a sus hijos.
En paralelo, todavía como Juan, Vanesa decidió casarse con una chica del barrio cuando tenía 22 años, para ver si podía cambiar todo eso que le estaba pasando. Creía que formando una familia tradicional podría olvidarse de sus verdaderos deseos. Tuvo dos hijos, Vero y Juanma.
Aquellos años de matrimonio fueron una época muy dura. Hizo enormes esfuerzos por encajar en un molde que no era el suyo, pero fue imposible y terminó separándose cuando Vero tenía 2 años.
Con 26 años y separada, Vanesa volvió a la casa de sus padres y le confesó a su madre todo sobre su identidad: “Si yo sabía todo esto, no dejaba que te casaras. Que vos seas lo que seas no me interesa, yo voy a seguir siendo tu madre. Pero acá no me vas a venir con cosas raras, vestido o con alguien. Mi casa me la respetás”.
Ese había sido el acuerdo, pero la Vanesita, que luego de la separación decidió asumir su deseo de forma completa, salió una noche con amigos a la pizzería Cándidas y se emborrachó con whisky. “Fui a mi casa y me tiré arriba de la cama vestida como estaba. Me dormí y me olvidé de sacarme la pintura de ojos y el maquillaje”. Esa noche la madre la echó de la casa. “Me echaron de mi casa porque no los respeté y nunca me lo perdonaron. Murieron los viejitos y todo, pero nunca me lo perdonaron”.
“Cuando me echaron de mi casa, yo no tenía a dónde irme a dormir. Llegaba la noche y a mí me daba lo mismo si había un camión abandonado y tirarme a dormir ahí. Mis compañeras de ese momento se me reían. Yo era la marica pobre. No tenía plata y andaba en la calle. Y por ahí se me presentaba una oportunidad de salir con un viejo del Iporá en una pieza de chapa, y con tal de tener un plato de comida y un techo, allá iba. Me quedaba dos o tres días y después rajaba para otro lado. La pasé duro. Hasta que entré a trabajar en los planes y empecé a alquilar una piecita. Y ahora, hace 17 años que estoy acá y es mi casa. Estoy esperando que me den la escritura nueva, con el cambio de identidad”.
Como Juan, trabajó en fábricas como USAL, Masis y Primicia. Estuvo en el ferrocarril también por temporadas como banderillero. Hasta que ingresó en la Municipalidad primero con un plan, y luego a planta transitoria.
En todos sus trabajos siempre sintió un respeto único. Un respecto en todo sentido, dice. “Y ahora con el cambio de identidad más todavía, porque en todos lados donde voy ya me conocen por Vane. O voy a un negocio y me preguntan “Señora” o “Señorita” qué va a llevar”.
“Después que entré en planta temporaria, las maricas me criticaban porque me la daba de importante: ahora va a peluquería, a la depiladora, que se tiñe el pelo que quiere. Que en la casa tiene dos televisores, ventilador. Pero yo me la gano toda trabajando”.
Una vez tuvo un ataque de pánico y fue a un lugar que le habían recomendado. El hombre de la entrada le pidió nombre y fecha de nacimiento. Y ella le dijo “¿qué nombre querés el que tenía antes o el actual?” Y él le respondió. “No mi amor, vos ahora sos una mujer”. Y le dijo “¿sabés por qué nadie te traga, sabés por qué no te pueden ni ver? Por el gran logro que hiciste, de llegar a ser lo que sos hoy, una gran mujer. Ellos no se animan a hacerlo. Ellos capaz en el día andan vestidos y son Roberto, y a la noche se hacen llamar Cecilia. En cambio vos, las 24 horas del día sos la misma persona.” Y sí, es cierto”.
“Hay muchos que andan escondidos, porque les da vergüenza el qué dirán. A mí, no. Se me han acercado personas que me admiran porque tengo muchos amigos y me muestro por todos lados. Y siempre les he dicho “vos sos igual que yo, sacá la perra que tenés adentro, no tengas miedo al qué dirán”.
-¿Vos nunca tuviste miedo?
¿Sabés a quién le tuve miedo yo? A mi familia. A mi papá y a mi mamá no porque no salían nunca. Pero a mis hermanos de crianza y a mis primos. Que me vieran en el centro. Por ahí andábamos cuatro o cinco. Y que después salieran los comentarios. Los veía que venían y yo doblaba o me quedaba más atrás como mirando una vidriera, para que no cuenten qué tipo de amistades tenía. A eso le tenía miedo. Hasta que un día me dije, ya está, esto no va más. Si todos andan sabiendo ya lo que soy, ¿qué voy a andar ocultando? Yo soy muy de enfrentar las cosas, no de quedarme con el miedo.
Su amistad con Daiana Montero
A Daiana la conoció del barrio, eran vecinas y además era prima de la madre de sus hijos. La trataba muy poco porque no quería que se diera cuenta. Ya separada, se cruzaron un día en el centro y Vanesa le dijo:
– “Te puedo acompañar”.
-”Ay no”, le contestó. “Porque lo primero que va a decir la gente es que sos mi macho”.
-”¡No te preocupe!, le dijo. “Yo soy igual que vos”.
A partir de ese día nunca más se separaron.
Daiana había nacido con el nombre de Miguel Monteros, “Miguelito” como lo conocían en el pueblo. Uno de los primeros en andar vestido de mujer en la calle en Chascomús, con pelo largo platinado, de camisola, en su bicicleta, de acá para allá. Daiana no alcanzó ni siquiera a escuchar hablar de identidad de género porque el 30 de julio de 1997 su pareja la mató de un disparo en la cabeza. Tal vez el primer travesticidio de la ciudad, cuando todavía esos delitos eran tratados como “crímenes pasionales”.
Hasta antes de conocer a Daiana, Vanesa se vestía con pantalón negro, remera marrón y campera de cuero. A la semana, ya era otra. “Me vestía y me sacaba a la calle ¿viste cómo era ella para vestirse? Para ese entonces teníamos el mismo cuerpo y me prestaba su ropa. Camisolas, jeans apretados, calzas. Después me empecé a comprar yo”.
Recuerda que por aquella época, los 90, la policía las llevaba presas cuando andaban por el centro de la ciudad haciendo mandados. “Nos llevaban por cualquier cosita, porque era algo raro y no sabían qué hacer”. Alegaban ejercicio de la prostitución o actos obscenos en la vía pública figuras contempladas en los códigos de contravenciones de la época, utilizados incluso hoy para criminalizar la homosexualidad. Estaban a lo sumo dos horas detenidas y las largaban, gracias a la ayuda de algún abogado amigo. Una vez las subieron al patrullero y cuando en una esquina disminuyó la velocidad, Vanesa abrió la puerta y se bajó, recuerda. “Yo no le iba a hacer ningún favor a los policías”.
Vanesa y Daiana solían irse a La Plata una semana juntas, a la casa de unos primos que tenían amigos travestis. Se iban a bailar a los corsos de 44 vestidas de mujeres. En Chascomús nadie sabía nada, creían que estaban en la casa de la tía Pocha.
Llegó a irse hasta Uruguay con un circo viajando durante 8 meses, como niñera de la hija del domador y una bailarina. Pero volvió porque extrañaba a sus hijos. “No hay como Chascomús, para mí. Para pasear, a cualquier lado, pero para vivir, no hay como tu ciudad, tu pueblo, donde todos te conocen”.
-Hay muchas versiones sobre la muerte de Diana, que se le escapó un disparo, que la mató. ¿Qué pensás vos?
Después de cuatro años de estar preso, el Negro Dalmaso (pareja de Daiana) estuvo conmigo. Me esquivaba, no quería verme. Y un día le dije, ¿Qué pasa Negro? Y me dijo, “Yo no soy quién para haberle quitado la vida a Miguelito”, porque él le decía así. Y me contó lo que pasó. Jugando agarró la carabina, se la puso así en la boca y gatilló. No sabía que tenía la bala. Y esa bala fue la que le perforó la vena y la desangró.
-July, la hermana nos dijo otra cosa. Que tenían problemas, que estaba muy celosa Daiana porque él había conocido a otra chica.
Eso sí. Eran muy celosos los dos. Se mataban a garrotazo. El negro trabajaba en Maipú, y se compró allá una carabina y la puso en venta. El día anterior había ido un tipo a comprarla y la quería probar. La Daiana le puso la bala para que la pruebe y el tipo le dijo “mejor vengo mañana cuando esté Dalmaso y la pruebo con él, para ver el precio y todo”. La Daiana dejó la carabina cargada, y el Negro no sabía. La única bala que puso Miguelito, la Daiana, fue la misma que la mató. El tipo que fue ese día tuvo que ir a declarar.
Hasta yo tuve que ir a declarar a Dolores. Porque yo había convivido muchos años con ellos. Yo dije la verdad, que sí por pavadas de pareja siempre estaban discutiendo. Por ahí se les iba las manos. Pero no creo que sea una persona que pueda asesinar a otra.
Yo estuve muy mal. Había quedado medio trastornada. Sentía que estaba la Daiana y me decía, como cuando vivíamos juntas, “Dale marica levantate, vamos a tomar un mate, que tenemos que ir al centro”. Y yo me despertaba y no había nada. Tenía que dormir hasta con la luz prendida.
La Daiana siempre jodía que se iba a morir a los 30 años. El día que cumplió los 31, “Zafaste” le dije yo. Cumplió los 31 años el 26 de julio y el 30 la mataron.
-Y tenés alguna mujer como referente, tanto en lo estético como en su personalidad, alguien que hayas admirado?
Y, una es Susana Gimenez jajaj. La peluquera me dijo, sos una hija de puta, llegaste al color de Susana nomás. Y si, le dije, porque yo soy la-U-NI-CA , jajajja.
¿Qué es una mujer?
Hace 72 años Simone de Beauvoir ya nos decía “No se nace mujer: se llega a serlo”. Pensando todavía en mujeres que sí habían nacido con cuerpo de hembras dentro de la especie humana (úteros, ovarios y capacidad de procrear) pero sabiendo que incluso en esas mujeres, su identidad no estaba determinada por una característica biológica, sino por una construcción histórica, cultural, social atravesada además por relaciones desiguales y de dominación con los hombres.
Todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa que es la feminidad. Pero la feminidad no la secretan los ovarios, es una construcción histórica, social y cultural.
Desde muy temprano, la niña descubre el sentido de “bonita” y “fea” y aprende que tiene que agradar, y para agradar hay que ser “bonita como una muñeca”. Nos enseñan esa necesidad de hacerse admirar, de “existir para otro”.
Cuando la niña juega con la muñeca, dice Simone, “tampoco hay ahí ningún “instinto maternal” innato y misterioso. La niña comprueba que el cuidado de los hijos corresponde a la madre, y así se lo enseñan los relatos oídos, los libros leídos, toda su pequeña existencia se lo confirma…le dan muñecas … .Su “vocación” le es dictada imperiosamente”.
“Así pues, la pasividad que caracteriza esencialmente a la mujer “femenina” es un rasgo que se desarrolla en ella desde los primeros años. Pero es falso pretender que se trata de una circunstancia biológica; en realidad se trata de un destino que le ha sido impuesto por sus educadores y por la sociedad”.
Desde Simone de Beauvoir hasta acá quedó claro que sexo y género no son lo mismo, resume Daniela Suárez Tomé, en Introducción a la Teoría Feminista. Los cuerpos nacen como machos o hembras, pero sólo mediante un proceso de socialización son constituidos respectivamente como varones y mujeres. Las personas trans, son así quienes se identifican con un género distinto al asignado al nacer.
Ser mujer o ser varón, agrega Suárez Tomé ,con los roles que conlleva cada etiqueta genérica, no puede ser entendido, desde entonces, como algo natural sino como algo construido socialmente.
Una de las críticas más fuertes a este modo de concebir la diferencia sexo/género la hizo teórica feminista Judith Butler estableciendo que no sólo el género es algo socialmente construido, sino también la sexualidad.
Para Butler el género no es algo que se es, sino que se hace. Es una ilusión creada y sostenida por ideales y prácticas que buscan mantener el género uniforme a través de la heterosexualidad obligatoria.
Para Butler, resumen Suárez Tomé “mujer” no es un término que pueda ni deba definirse. Es un término abierto a la intervención y resignificación.
La activista Lohana Berkins dijo alguna vez: “De acuerdo a los genitales con los cuales nacimos, el sistema patriarcal ha decidido que tenemos que actuar de determinada manera. Nuestros nombres tienen que ser masculinos, nuestra personalidad fuerte y poco sensible, debemos ser padres protectores y usufructuar de los privilegios de ser opresores. Nosotras no quisimos sujetarnos a vivir en función de ese rol que estaba determinado simplemente por nuestros genitales y nuestro sexo. Muchas cosas hacen a una persona y no sólo la circunstancial realidad de sus genitales. Ser transgénero es tener una actitud muy íntima y profunda de vivir un género distinto al que la sociedad asignó a su sexo. No se trata de la ropa, el maquillaje o las cirugías… Se trata de maneras de sentir, de pensar, de relacionarnos, de ver las cosas”.