El artista local Matías Vértiz quiere repensar la conformación de la identidad local y reivindicar al negro. Para ello narra sus trabajos con pibes de distintos barrios de la ciudad y menciona la inminente puesta en escena de “Mamaíta”, obra teatral que refiere a una mujer negra esclava y que servirá de disparador para describir las tensiones actuales que todavía prevalecen cuando de color de piel se trata.

-Mamá, ¿por qué gritan los nenes?, preguntó, sin sacarles los ojos de encima. Eran ojos de asombro. ¡Qué libres eran los nenes que podían jugar en el subte!, habrá pensado.

-Porque son negros-, dijo la madre y sentí como si de repente me hubieran apretado el pecho. Pensé que había escuchado mal y presté atención. No sé por qué tuve miedo.

-Porque son negros. Y cuando sean grandes, van a ser ladrones. Vos tenés que tener mucho cuidado con esos chicos, ¿sabés?

Ay, nene, ojalá alguien te explique que tu vieja ese día estaba enojada y que los pibes de la calle no se juntan para jugar, sino porque tienen miedo. Los pibes de la calle no gritan porque son negros, gritan porque son invisibles.

Juan Solá

Matías Vertiz es actor, profesor de teatro y comunicador social. Reparte su tiempo entre Capital Federal, La Plata y Chascomús, pago en el que nació. Conoce de grandes urbes, pero también de las historias que se tejen en el barrio. En ese contexto, identifica como nadie la identidad de los pibes y pibas de la barriada, se involucra en sus problemáticas y aporta respuestas a través del conocimiento.

El fruto de ese trabajo fue hace algunos años la conformación de la comparsa “Negro soy”, para la cual investigó a los afrodescendientes locales e instó a los chicos a conocer su cultura y saberes y así evitar o transformar el tono descalificador de la expresión negro. En esta búsqueda pedagógica, además, dio con “Mamaíta”, obra escrita en el año 1941 por el autor local Mario López Osornio, que tiene como protagonista a una mujer negra esclavizada, la cual Matías piensa reescribir y estrenar adecuada a las tensiones actuales de la sociedad.

“Es muy difícil reconocerse como negro en Argentina, decir ‘yo soy negro’. A su vez hacen esta separación terrible que es la de negro de alma y negro de piel, a lo mejor pueden llegar a reconocerse como negros de piel, pero nadie va a manifestar que es negro de alma. Incluso ellos hablan de negro de alma, en modo agraviante, es decir el vago, el ladrón, el que no pertenece a la sociabilidad o no es respetado”, expresa el actor respecto de su trabajo de campo con jóvenes en diferentes barrios de Chascomús.

Y agrega que “cuando vino el fundador de la Diáspora Africana de la Argentina (DIAFAR), Federico Pita, estuvo buenísimo, porque comenzó la charla con los tapones de punta y les preguntó a los pibes quién era negro de piel y quién negro de alma. Lo miraron con ganas de comérselo, pero al rato estaban contando experiencias de discriminación fuertísimas”.

En aquel recordado encuentro narraron cómo van al banco y la policía los pone contra la pared para cacharlos, o bien, cómo los oficiales los arrean y les dicen que rajen para el barrio cuando están en las plazas del centro a cierta hora. “Ellos perciben que hay lugares para chetos a los que no pueden ir, como por ejemplo la plaza Libertad, enfrente de lo que era el cine. Es un lugar que me encanta y le tengo cariño, pero ellos no lo sienten propio y creen que no les pertenece. Hace años que trabajo con pibes y desde el principio identifiqué algo fuerte respecto de considerarse los negros de Chascomús”.

Por entonces estaba por reactivarse el carnaval infantil y el docente creyó oportuno generar una propuesta educativa: “El camino fue largo, les sugerí hacer una comparsa que narre la historia de los afrodescendientes de la ciudad y al principio tuve resistencia. De a poco fuimos introduciendo el tema, viendo películas sobre la esclavitud, hasta llegar puntualmente a lo que sucedió con los negros de Chascomús”, narra. En ese momento, incluso, varias familias que participaban del programa resultaron ser descendientes afro y no lo sabían, “la negación hacia el interior de la familia es la más fuerte invisibilización”.

Al armarse esta identidad nacional blanca, reivindicada, por ejemplo, “en el fallido del presidente al decir que venimos de los barcos, muchas familias en la historia del país quisieron ocultar y perder su color de piel” agrega el comunicador y menciona que afrodescendientes de Chascomús le relataron que antiguamente las familias presionaban a las hijas para que se casaran con europeos y así blanquear la piel de su descendencia, “estaba tan mal visto que los mismos negros escondían esas raíces afrodescendientes y lo siguen haciendo, algunos chicos que descubrieron su descendencia lo tomaron, pero otros no”, dice.

“Quienes lo consideraron fue porque hicimos un trabajo muy fuerte respecto del capital cultural y la riqueza de saberes de la comunidad negra. La comparsa se llamó ‘negro soy’ o ‘negra soy’ y los chicos terminaban cantando una canción y tocando los tambores”, cuenta.

A la vez, considera “interesante como una palabra se puede transformar y ser portadora de saber, de cultura. Cultura y saberes que fueron salvajemente invisibilizados. En Argentina hasta el tango tiene raíces africanas; el locro, la carbonada o la costumbre de comer achuras; la fiesta del candombe, que significaba el encuentro entre familias para celebrar y tocar los tambores, que fue lo que no pudieron arrancarles”.

Reivindicar desde el arte

La obra del autor local Mario López Osornio tiene como protagonista una mujer negra esclavizada y lleva de título el seudónimo de ese personaje: “Mamaíta”. El trabajo transcurre durante los años de la gobernación de Juan Manuel de Rosas, en el seno de una familia dividida por la disputa entre unitarios y federales. Respecto del tema, Matías cuenta que la está reescribiendo y que “va a ser un disparador para sacar a la luz las tensiones actuales. Nuestra intención es identificar porqué la palabra negro se utiliza para descalificar en Argentina, qué pasó con los afrodescendientes de Chascomús, qué lugar se le dio en la comunidad al negro o al indio y porque se repiten hoy ciertos patrones de discriminación que conciben todavía ciudadanos de primera y de segunda”.

“Me da rabia esta injusticia del pertenecer, ocupar ciertos espacios, solo por una cuestión de herencia y que esa primacía tenga que ver con un proceso histórico donde la suerte determinó que estés de un lado y no del otro. En un lugar chico se ven más fuertes esas diferencias, por ejemplo el teatro, es un lugar elitista y cuesta que sea un espacio del que se apropien todos”, agrega.

Esta situación de “darme cuenta bastante temprano que no era accesible para todos me provocó la inquietud de tratar de encontrar las causas y cuestionar porqué algunos sí, sobre todo los de apellido español, inglés o francés y otros no”, continúa y detalla qué se pierde en no reivindicar al negro, “da la casualidad que esas otras culturas que no son consideradas como generadoras de identidad local terminan siendo las que aportan muchísimas cosas al ser chascomunense. Ni hablar de los indios, que no sabemos qué etnia había acá y qué cultura tenían. Lo poco que conocemos es a través de investigaciones arqueológicas que todavía tienen un largo camino por recorrer. Hay un vacío que ya es hora de llenar, me parece que es un buen momento para cuestionar ciertos relatos y considerar otros”.

Y para finalizar, remarca qué lo anima y entusiasma de reeditar la obra de López Osornio: “Me gustaría que sirva para cuestionar o poner en discusión ciertos relatos que nos formaron y nos forman como sociedad, así como debatir ciertos privilegios que tenemos algunos sobre otros. Evaluar cómo se crearon y de qué manera se pueden transformar o modificar”.