Por Lucas Alfonsín
Estaba laburando cuando llegó el mazazo: “Se murió El Diego”. Que shock fuerte. Que pena. La puta madre.
Enseguida empezaron a caer mensajes como flechas, todos incrédulos, consternados, tristes. Todos. Fue ahí que se me vino a la cabeza el sueño de anoche, que hasta ese momento había esquivado mis recuerdos.
Estábamos en mi casa natal, calle Franklin, Chascomús. En el sueño era mi casa actual y yo estaba participando en uno de esos programas que le cumplen sueños a la gente, tipo Sorpresa y Media. Lleno de gente, productores corriendo de acá para allá, todos alterados y entre tanta corrida El Diego y yo, meta charla. Resulta que la sorpresa estaba destinada a mi hijo Toto, que en el sueño ya era adolescente, y consistía en un encuentro con el más grande (en realidad no es su ídolo ni nada de eso, pero los sueños son así). En un momento hasta cayó Charly García, que era la media sorpresa! Y, de la nada apareció una grúa enorme subiendo un piano de cola hasta la terraza. ¡Yo no lo podía creer!
Lo siguiente que recuerdo del sueño es que, también de la nada y sin ninguna conexión, aparecimos con Mariano y el Pata (dos amigos que estaban también en los preparativos) haciendo la cola para entrar a un cine… Qué bronca, no sé cómo terminó el sueño de Toto, pero al menos lo que duró fue hermoso para mí, pura emoción.
Compartiendo cosas del diez en el grupo de amigos, el gordo tiró una foto y una frase: “Lucas, vos estuviste acá!!! Cómo te envidio!!!
Y ahí volví a ir, me trasladé a ese momento. Eso también fue un sueño, pero real. En el 86 Raúl era presidente y papá su secretario privado, así que cuando volvieron los campeones tuve el privilegio de estar en la Casa Rosada.
Era un mar de personas, y en un momento dado, un señor al que no conozco pero le estaré agradecido eternamente, le ofreció a mi viejo llevarme en sus hombros para intentar acercarnos al Diegote.
Como si tuviera los huevos del Negro Enrique, el tipo se fue haciendo lugar a empujones y llegamos a un metro del barrilete. Él me miró y lentamente (así lo recuerdo) estiró su brazo haciendo un esfuerzo por alcanzarme y me agarró la mano, siempre mirándome. No tengo ni una foto de ese día, pero tengo sus ojos en mi retina. Imborrable.
Muchos años después estaba trabajando en América 2 (y el viejo CVN). Había empezado a estudiar Ciencias de la Comunicación y conseguí entrar como pasante. Pasito a pasito, llegué a ser uno de los productores ejecutivos del área de Deportes.
Así como así, un día cualquiera, Diego decidió dar una conferencia de prensa y como tenía vínculos con el canal, decidió hacerla ahí, ¡durante mi turno! Así que lo tuve que ir a recibir yo…
Me veo ahora y me da vergüenza, porque yo era uno más de los estúpidos que lo juzgaba. No me acuerdo puntualmente ahora por qué motivo, creo que porque no quería reconocer a su hijo, alguna cosa de esas.
Cuando entró por el pasillo del canal, fui a su encuentro y le estiré la mano. Me la bajó con decisión y me clavó un abrazo que me desarmó por completo. Me conmovió hasta lo más íntimo. Cuando nos separamos miró para atrás y señalándola, me dijo: “La Claudia”, así que le di un beso a su fiel compañera.
Después de eso todo se me presenta borroso, no me acuerdo siquiera de qué habló en la conferencia. Me dediqué a observar lo que generaba en la gente a su paso. Un magnetismo infernal, algo que nunca había visto ni volví a ver.
Y ahí me cayó la ficha. ¿Quién carajo soy yo para juzgar a este animal fuera de serie? Le ponen un micrófono para que opine sobre cuestiones que nada tienen que ver con su destreza y luego le caemos encima. ¿Por qué debería manejarse en su vida como lo hace adentro de la cancha? ¿Cómo mierda se hace para salir de ese lugar del que salió, llegar a donde llegó y que no se te vuelen los patos? Así y todo, nunca olvidó sus orígenes y siempre fue coherente con las causas nobles, siempre del lado de los que no tuvieron privilegios.
Nunca más osé juzgarlo. Mi admiración y respeto por el más grande de todos los tiempos. Gracias por tanto genio, te vamos a extrañar siempre.