Rosario vive en Tahití, la isla más grande de la Polinesia Francesa y Federico en Vale do Capao, Estado de Bahía, en Brasil, 11 mil kilómetros al Este. La Polinesia Francesa es uno de los destinos turísticos más exclusivos del mundo, donde un jugo de naranja puede llegar a costar 15 dólares, mientras que Capao es una reserva natural bellísima en la que es habitual la “troca” (trueque). Rosario y Federico –junto con Gabriela, la hermana del medio que ¡por ahora! reside en Chascomús– comparten el apellido Enjalrán, pero además un fenomenal espíritu aventurero.

“A fin de año renuncio y me voy” les dijo Federico a sus padres en el 2017 hastiado de su trabajo en una casa de electricidad y del vertiginoso ritmo de la vida platense. Ese verano había visitado un amigo que daba clases de surf en Uruguay e hizo el click; aprovechó la estadía de descanso para aprender la disciplina, tantear el lugar y decidirse a cruzar el charco. Meses después era uno de los 500 habitantes permanentes de La Pedrera, instructor de surf en temporada alta y constructor en el invierno.

Pero la vida da sorpresas y una tarde como cualquiera, en una esquina perdida de la banda oriental, una niña de apenas tres años, de nombre Aruma, le hizo una pregunta corriente y habitual, “¿cómo te llamás?”. Fue el comienzo de una compinche relación que a los pocos días incluyó interrogantes de otro tenor, ¿querés ser mi papá?”, le soltó entre risas y “Bochi” quedó descolocado.

Los encuentros en La Pedrera se hicieron usuales, un poco por la geografía y otro tanto por las ganas de Luna, Federico y, sobre todo, la pequeña Aruma. Tiempo después madre e hija coincidieron en el barrio y el destino estuvo marcado: “se alojaron al lado, conversábamos a la mañana y un día la invité a tomar una cerveza. A los pocos meses quedó embarazada de Willka”.

La relación tuvo un impase. Luna recogió su valija, la misma con la que había recorrido Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina, antes de llegar a Uruguay y se mandó a mudar. ¿El nuevo destino? Brasil. “Unos meses previos a que naciera Willka retomamos contacto y me invitó a venirme con las nenas y proyectar comprar una camioneta para recorrer Sudamérica, desde entonces estoy acá”.

“Acá” es el Valle Do Capao, en la Chapada Diamantina, a 430 km. de Salvador, en el estado de Bahía, donde “Bochi” llegó después de cinco días en ómnibus: Retiro – Río de Janeiro; Río de Janeiro – Salvador; Salvador – Palmeiras; trayecto de una hora en combi hasta Capao. “No tenía expectativas respecto del lugar, quería conocer a la nena y no pensaba en otra cosa”, dice al recordar aquel viaje de ¡120 horas!

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Rosario es la hermana mayor, la más cosmopolita, su pasaporte incluye extensas recorridas por España, Francia, Italia, Grecia, India, pero como a Federico, el amor le definió su lugar en el mundo. Y no es un sitio cualquiera, las costas de la Polinesia Francesa, en el medio del océano Pacífico, es un lugar paradisíaco, de aguas increíblemente bellas y por las que transitan en sus yates Steven Spielberg, Tom Hanks y Barack Obama.

“Toda la vida soñé con conocer este lugar, pero mi primo, que vivió 17 años acá, siempre me decía que era carísimo, que hiciera otros viajes”, cuenta Rosario desde Papeete, la capital de Tahití, la más grande de las islas de la Polinesia Francesa. Por esas cosas del destino, el familiar que desaconsejaba vacaciones en las islas, viajó a Argentina con un amigo francés, de las afueras de París, se lo presentó y promovió el nuevo romance. Desde entonces, Ian y Rosario, conviven en este paisaje de ensueño.

Su nueva pareja había navegado en velero hace varios años en busca del renombrado paraíso y una vez en las islas, no se fue más. En la actualidad es profesor y le va bien, pero para los extranjeros es difícil: “el poco empleo es en la administración pública. Tienen prioridad los locales, después los franceses y por último los ciudadanos europeos. Tengo una visa de trabajo y lo que se denomina patente, similar al monotributo, que me permite dar clases de yoga. También realizo registros akashicos, incluso para Argentina por internet, pero una paga de acá equivale a siete de allá”.

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Lo de “Bochi” es la changa, la denominada “diaria” en Brasil, “el trabajo no falta: masa para panes rellenos, hamburguesas vegetarianas y veganas, limpieza de terrenos, huerta, reparación de techos, de todo”, enumera. De todas maneras, repite que “lo importante es estar con mis hijas” y aprovechar “la libertad que tienen los niños para jugar en la calle, alejados de la tecnología. Es un lugar donde no hay policía, ni bancos, la naturaleza es la gran atracción. Si bien conecto y vibro mejor en el mar, Capao tiene ríos, cascadas y paisajes hermosos”.

La gente de Capao, “aunque cuando hablan rápido y cerrado no se les entiende nada”, es otra cuestión que destaca, “es muy servicial; se pierden billeteras, celulares, mesas de trabajo y siempre aparecen; se te queda el auto en un zanjón y hay cinco, seis personas dispuestas a ayudarte”.

Además, cada luna creciente Federico participa de la denominada fiesta del reinado, en la que se planta ayahuasca, bebida tradicional indígena​ utilizada en varios países de Sudamérica, “en esos encuentros se consagra la medicina”. Todavía recuerda el 24 de diciembre de 2019, en la que formó parte por primera vez del rito, “fue muy fuerte, se trató de un retiro en familia como de una semana, hice una limpieza corporal importante, tuve visiones y pude vibrar con la naturaleza”.

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La charla con Rosario en la mañana cálida de la Polinesia Francesa y en la tarde gris de Chascomús, dadas las 7 horas de diferencia, equivale a un “dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo”, porque la mayor de las Enjalrán no ha parado de viajar: San Sebastián, Bilbao, Terragona, Madrid, Barcelona, Ibiza, Florencia, Venecia, Atenas… y siguen los check in.

 Pero hay un viaje que destaca como “el mejor”, ese lugar en el que “todos deberíamos estar una vez en la vida” y cuando la cabeza occidental imagina alguna tradicional capital del primer mundo, Rosario sorprende y menciona la India: “viajé para realizar un proceso espiritual encerrada con 700 personas durante un mes. Cuando terminé recorrí bastante, desde el sur hasta Nueva Delhi, la sensación es de amor y de odio. Para los latinos es una locura, autos en todos los sentidos, incluso nos tomábamos la mano para cruzar la calle. Pero a la vez del descontrol, está el Ganges, la casa y la tumba de Gandhi, la vestimenta y, sobre todo, la riqueza espiritual”.

Todos estos viajes y caminos no condujeron a Roma, como bien dice el dicho, sino a la bella Polinesia Francesa, compuesta por decenas de islas cuyo recorrido no es sencillo. Rosario rememora que la primera sensación fue “decepcionante”, porque “en Tahití la postal no está”, pero que en 2018 pudo recorrer y descubrir lugares maravillosos: “el atolón de Tetiaroa”, descubierto por el actor Marlon Brando en la década del 60 y donde se creó The Brando, uno de los ecoresorts más exclusivos, “vale 3000 dólares la noche”; Moorea, “la más bonita a mi criterio”; Huahine, “la Polinesia pura, de raíces profundas y donde más se resistió la conquista francesa”; Makatea y Raiatea, “otras dos bellezas”.

De cara a lo que viene, comenta que a su pareja “le gustaría vivir en Patagonia, porque quedó encantado con Bariloche”, mientras que ella sueña con comprar un barco, aprender y recorrer, “la experiencia en el mar es linda, la armonía con la naturaleza, la sensación de inmensidad y de que no depende de uno”, destaca y opina que “tiempo hay, no se trabaja mucho en Polinesia, a razón de 20 horas por semana y se gana bien”.

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Se le cuela el portuñol a “Bochi”, habla de “pandemía”, con tilde en la i, dice también que Capao “fue un paraíso en ese sentido”, con las clásicas restricciones pero poco tiempo de cierre total. A través de un subsidio estatal bancaron el alquiler y “con lo que saliera” cubrieron el resto de los gastos.

Después se puso en marcha la solidaridad colectiva y los habitantes se reunieron para armar bolsones con artículos de limpieza, almacén, frutas y verduras, “cada 15 días recibíamos productos”. Además, sobre la avenida principal, en el frente de las casas, “la gente dejaba comida, la donaba, ibas y pegabas lo que necesitabas, fueron gestos lindos durante la pandemia”.

Este espíritu hace que “en esta parte de Brasil, por lo menos, no veas gente pidiendo en la calle, no hay hambre, no falta la comida, es una locura”, comenta Federico, nadador y futbolista en Deportivo y Tiro Federal en su infancia chascomunense, que veinte años después anhela comprar terreno y construir una casa para Aruma y Willka, “estamos en ese proyecto con Luna, somos amigos, nunca fuimos novios, pero nos llevamos bien y queremos lo mejor para las chicas, eso es lo principal”.

“Con papá y mamá nos conectamos una o dos veces por semana y pudieron venir a conocer a las nenas en noviembre de 2019, pero siempre fui bastante desapegado y de extrañar poco”, cuenta respecto de la relación con Esther y Luis. ¿Y con las hermanas? “Cada tanto nos comunicamos, estuvieron en marzo del año pasado, pero se vino el tema de la pandemia y debieron irse rápido”.

“Estaba en Brasil y alcancé a llegar a Chascomús antes del cierre de la frontera”, confirma Rosario. Después de mes y medio de cuarentena en la ciudad lagunera, el 3 de mayo partió con Ian para Francia, donde estuvieron durante dos meses en el continente, hasta que se reabrieron las fronteras en Polinesia, “el día que llegamos a París quería ver la torre Eiffel desierta, después conducimos 700 kilómetros por una carretera vacía hasta la casa de unos amigos que nos dieron alojamiento”.

Una vez en el Pacífico la pandemia la vivieron con tranquilidad, “los negocios en tiempos normales cierran temprano, así que no hubo grandes modificaciones”. A partir del 1 de mayo esperan la llegada del turismo americano, que viene con dólares frescos, “se vive mucho viaje de luna de miel; dos, tres días en Tahití y vuelo a Bora Bora, pero acá hay muchas cosas interesantes para descubrir”.

Chascomús – Vale do Capao, 4.000 kilómetros; Vale do Capao – Polinesia Francesa, 11.000 km; Polinesia Francesa – Chascomús, 9000 km. Esther, Luis y Gabriela –siempre con la valija armada– en el pago chico; Federico entre ríos y cascadas en el norte brasileño; Rosario plena en el archipiélago turístico top a nivel mundial, porque a pesar de las distancias, solo se trata de vivir.