No somos los mismos de antes, no pensamos igual que los adultos, conformamos una generación que trasciende y que no se rinde. Escuché comentarios tales como «la juventud no es la misma”, “estos chicos no saben de valores”, «no les importa la educación». En algo tienen razón, no somos los mismos, evolucionamos y queremos que los demás lo hagan. Buscamos reestablecer normas sociales en las que no encajamos. Es triste ver cómo las personas se acostumbran a una sociedad injusta, donde día a día se ven noticias lamentables y nadie hace nada porque creen que no pueden. Quiero decirles que sí, que es posible.

Estamos en el siglo XXI, tenemos derechos, podemos pensar distinto, nadie nos tiene encerrados en un frasco. Se terminó la época de hacer lo que nos dicen, somos libres de elegir, decidir qué dejar para las otras generaciones, definir cuál es nuestra huella en este mundo.

Crecí en un contexto de adultos con frases hechas: “los jóvenes se creen que van a cambiar el mundo, pero se van a dar la cabeza contra la pared»; “no saben lo que hacen, para ellos es un juego». Estas personas eran las que estaban encerradas en el pensamiento de “sociedad perfecta”, donde todos debemos hacer caso sin quejarnos. La juventud no es así. La pandemia demostró que basta una persona para desatarse, lo mismo puede pasar para impedir algo, una revolución por ejemplo, alcanza con un individuo que se oponga, el caso 0, que convenza a miles y evite un gran cambio.

A mis 16 años formé un pensamiento, no puedo exigir que la sociedad cambie si no empiezo por mí. No quiero vivir en un lugar donde la injusticia esté a la vuelta de la esquina y nadie hace nada. Resulta que es más importante la vida de los famosos que si el vecino necesita algo. La gente ve una discusión en la vía pública y continúa caminando como si nada, en vez de intervenir y evitar la violencia. Modificar estas cosas son principios de mi generación y no se detendrán con un no, al contrario, nos impulsará, porque para convencer y ver resultados hay que trabajar duro.

No quiero desperdiciar mi vida cuando puedo ayudar a muchas personas. No quiero satisfacción personal, busco que la gente sonría por alguna acción que hice. Considero que eso es humanidad, sentirte feliz al ver la felicidad del otro. Nunca podría disfrutar de la grandeza sin compartirla.

No somos iguales porque los jóvenes pensamos en una sociedad, no en individuos. Trascender es ir más allá del no, de la injusticia, del pensamiento que dicta que somos chicos para hacer grandes cambios, decido ser parte de la generación que no se conforma.