Tamara Fasce y Darío Cerquetti describieron las sensaciones de transitar el Covid internados en el hospital local, donde la muerte, a pesar del esfuerzo del personal de salud, se volvió un escenario cotidiano. Testimonios para tomar conciencia y entender que la pandemia no terminó.

Darío Cerquetti tiene 42 años y es marino mercante. A fines de mayo, el imprevisto contagio de Covid determinó su internación por ocho días en el hospital local. En su inesperada estadía compartió sala, en distintos momentos, con seis personas, de las cuales tres fallecieron, “cuando alguien se iba de la habitación, hacia terapia por ejemplo, ingresaba gente nueva. Por la cantidad de contagios se daba el sistema de camas calientes, se iba uno y entraba otro”, relata Darío, ya desde su casa, donde espera el alta definitiva porque los hisopados continúan dándole positivo y con carga viral.

La autorización para dejar el hospital la recibió después de una tarde y una noche sin oxígeno, con los pulmones respondiendo bien. Ese día se despidió de todos, uno de los compañeros le pidió una selfie, atinaron a chocar los puños pero terminaron abrazados, se prometieron visita y buena comida, “desde entonces me comunicaba día a día, pero se sucedieron las malas noticias”, rememora.

Cuando se fue, las demás personas internadas en la sala peleaban por sanar. La primera pérdida se la informaron por teléfono, “fue una pena, luchó para estar de nuevo con su compañera y no pudo”. El imprevisto mensaje “fue tremendo, a raíz de la noticia hablamos de realizar un pacto de hermandad y de poder contarle al mundo lo que era vivir esta situación horrible”.

Para levantarles el ánimo, “porque las horas en el hospital no pasan nunca”, Darío consiguió un lote de revistas de Patoruzú, Isidoro Cañones y Condorito, “estaban encantados con esas lecturas”. Pero llegó otro desaliento, uno de los muchachos se descompensó y falleció, “golpazo, tan convencido de salir, siempre positivo, en ese momento te das cuenta que el virus en algunos casos no da chances, es letal”.

La tercera muerte, la más dolorosa, Darío la cuenta así: “me despierto a las cinco de la mañana, tengo la garganta seca, escucho golpes en la puerta. Abro la ventana, miro hacia afuera, no hay nadie y me vuelvo a acostar. De repente suena el teléfono, es el hermano de unas de las enfermeras que nos atendió, habla de una crisis por falta de oxígeno, otra vez la muerte. Entiendo que los ruidos fueron una señal, cumplir el sueño de conocer mi casa y despedirse”.

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“Me siento muy bien, me dieron el alta, pero no quería moverme del hospital, me sentía segura”, expresa Tamara Fasce, que padeció una tromboembolia pulmonar (coágulos de sangre en la arteria pulmonar que impiden el paso de oxígeno) en marzo y cuando estaba en plena recuperación tuvo síntomas de Covid: “estuve varios días con fiebre y tos, me hisoparon y una vez confirmado el positivo, dados los signos vitales y la enfermedad de base, decidieron internarme en terapia”.

Tamara, que pertenece al cuerpo de bomberos local, cuenta su cuadro actual por mensaje de  texto, porque el virus todavía no la deja hablar con normalidad, se agita y le cuesta, “cuando estás mal no pensás en nada y no sabés qué día es, por momentos tenés miedo, sobre todo cuando las compañeras de sala fallecen, las mismas con las que compartías todo el día. Esas situaciones son tristes y feas”, escribe.

“La atención es excelente en todas las áreas: sala, guardia, terapia intensiva, tanto de los médicos, como de las enfermeras y mucamas. La verdad que no les alcanza el tiempo, éramos muchas personas internadas y el personal por momentos resulta insuficiente”, destaca.

Respecto de su actividad y de cómo la ayudó en este difícil trance menciona que “permitió no rendirme y anhelar subir al camión otra vez” y valora el seguimiento virtual de sus colegas “siempre estuvieron al pie del cañón, sobre todo con mensajes para levantar el ánimo, mientras que mi familia estaba desesperada por verme”. Para terminar, cuenta que el contagio provino de una amiga y rescata con mayúsculas “vivir, porque un día estás y al otro no, nadie sabe cuando se termina la vida”.

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Cerquetti, que durante la internación narró la cotidianeidad del hospital día a día en redes sociales, retoma, quiere hablar de las enfermeras, “merecen un reconocimiento especial, laburan muchísimo e incluso tienen que tomar decisiones repentinas. Es duro, ellas se encariñan con los pacientes después de tantos días de atención y además asumen el riesgo de llevar el virus a la casa. Es difícil que la persona muera cuando hicieron hasta lo imposible por impedirlo”. Agrega que “la atención es excelente, la manera de proceder, las charlas y las bromas. Ayudan psicológicamente, aspecto que debiera considerarse, estamos solos en ese sentido”.

“La situación es traumática” opina, piensa que “hay que incorporar asistencia psicológica, ya que es vital la motivación para recuperar o afrontar casos severos que requieren más tiempo. Esta ayuda permitiría al paciente suplir la falta de afecto y aliviar al personal sanitario”.

Darío, que no tiene enfermedades de base y es deportista, respeta el virus desde siempre e incluso perdió a su abuela el año pasado, “entiendo lo que pasó ella, por momentos es una pesadilla: el dolor, la debilidad, la falta de respiración, no poder hablar, los pinchazos, la administración de antibióticos cada cuatro horas. Sentís miedo, cuando pasan los días pensás que te vas en soledad”.

“Es un infierno, jamás imaginé que el virus sería tan severo, no solo por mis síntomas sino también por el sufrimiento de los demás, se pasa de aspectos positivos a negativos en poco tiempo y la debilidad no te permite hacer demasiado”, expresa. En su caso, más aliviado que sus pares, fue el asistente de la pieza, “el día era llevadero, tranquilo, pero cuando llegaba la noche, que debía ser el momento de la calma y el descanso, resultaba todo lo contrario, tos y malestar; cuando estuve sin la necesidad de oxígeno pude ayudar”.

Cada tanto repite que “el virus existe y es letal”, entiende que el encierro en una casa agobia, “pero peor es estar en el hospital en soledad pensando en la posibilidad de vivir o morir” e insiste en “cuidarse y no poner en riesgo a la población más vulnerable”.

Y en el final, aconseja a las familias que pasan por esta situación “dar todo, acompañar al paciente y permitirle poner su mente en positivo. La internación provoca depresión y desgano, porque los tiempos de recuperación son largos, hay que evitar llegar a ese estado”.