Martín Becerra, profesor e investigador Conicet, UNQ, UBA, experto en medios, políticas, TIC y sociedad, comparte nota del periodista Julien Nocetti en La Vanguardia de España, titulada “Europa, colonia digital de China y EE.UU.”, considerando en su posteo: “Proteccionismo 2.0, puja EEUU vs. China y boicot de Trump a Huawei: lo que se juega en esta guerra tibia tiene a Europa como espectador y bocado, dice esta nota. ¿Existe la ‘tercera vía’ para Europa? ¿Qué queda para América Latina?”. La publicación es la siguiente:
La tecnología 5G lleva consigo en su próximo despliegue numerosas fantasías. Se le pronostican cualidades impactantes, usos que no dejarán de renovarse en nuestras industrias y también en la vida cotidiana. Pero tras esos anuncios efectistas, también están en juego importantes cuestiones geopolíticas. El 5G lleva consigo una verdadera batalla de inversiones, seguridad y prestigio tecnológico entre EE.UU. y China.
El 5G, infraestructura crítica
El 5G no consiste sólo en aumentar, en principio de aquí al 2025, la velocidad de comunicación entre individuos, aunque es cierto que también la telefonía móvil va a beneficiarse de un mayor rendimiento y un menor tiempo de latencia. La consecuencia de la velocidad y el rendimiento del 5G son sus múltiples usos nuevos, que son tan imposibles de anticipar como lo fueron en su momento las aplicaciones de internet. Las fábricas digitalizadas y, sobre todo, la multiplicación de la producción en 3D, el telediagnóstico y la cirugía a distancia, el conjunto de redes inteligentes y la generalización de la internet de las cosas, empezando por la conducción autónoma que es el aspecto más popularizado, la superioridad de las nubes digitales sobre los servidores localizados, la inteligencia artificial y la modernización de los servicios públicos son algunas de las consecuencias previsibles. Quien posea u obtenga datos y algoritmos en tiempo real dominará la industria, los servicios y también numerosos aspectos confidenciales de la vida humana. La fiabilidad y la seguridad de los flujos de datos, los riesgos de robo, piratería o sabotaje serán mucho más grandes que en la dimensión anterior de internet.
La infraestructura del 5G puede considerarse crucial. Transformará la economía, con consecuencias positivas y negativas. Provocará un rápido salto generacional en las compañías y los servicios que adopten la fabricación digital y, por lo tanto, penalizará a las compañías o regiones que queden fuera de su despliegue. Así como el 4G permitió la aparición de los gigantes de internet, el 5G llevará a la aparición de nuevos agentes. Por otra parte, la digitalización generalizada plantea problemas de protección de datos de una magnitud sin precedentes. Cabe imaginar tanto el riesgo de sabotaje de las redes de distribución y los servicios públicos como la toma de control a distancia de automóviles, dispositivos médicos o fábricas enteras. El 5G es, por lo tanto, una promesa de productividad, pero también un riesgo de pérdida en la competitividad de sectores enteros de las economías europeas y, también, una cuestión de seguridad nacional.
Huawei: nuevo avatar de las tensiones entre China y EE.UU.
La dimensión geopolítica del 5G se manifiesta sobre todo en las renovadas tensiones sino-estadounidenses; en particular, en torno del espectacular auge del gigante chino de las telecomunicaciones Huawei, que ha sabido conquistar el liderazgo tecnológico en el ámbito del 5G.
En la larga lista de tensiones entre Washington y Beijing, la fecha del 15 de mayo de 2019 marca una ruptura. En esa fecha, el enfrentamiento pasó de lo comercial al terreno de lo tecnológico y geopolítico. Al incluir a Huawei en la lista negra del Departamento de Comercio, Donald Trump colocó a la joya de Shenzhen bajo un régimen de sanciones que lo obligaba a revisar por completo su cadena de suministro. La orden prohibía toda venta no autorizada de tecnología estadounidense a Huawei, desde semiconductores hasta sistemas operativos para móviles (como Android). De mantenerse sin cambios, la orden presidencial podría asestar un golpe casi fatal a la compañía china, que depende de esas tecnologías críticas para la fabricación y puesta en servicio de sus teléfonos inteligentes y, lo que es más importante, su infraestructura de comunicaciones 5G.
Una segunda orden presidencial, firmada al mismo tiempo, prolongaba la actuación de Donald Trump y confería a las autoridades estadounidenses el poder de bloquear en el terreno tecnológico cualquier transacción vinculada, por más que remotamente, a un “adversario extranjero” (definido como un Estado, una empresa o una persona física) susceptible de comprometer las infraestructuras críticas, la economía digital y la seguridad nacional de Estados Unidos. Si bien no se mencionaba explícitamente a China ni a Huawei, esa medida constituye una importante palanca para controlar el acceso de las empresas chinas al mercado estadounidense en unos términos lo bastante generales como para permitir una instrumentalización con fines geopolíticos.
¿Qué está en juego con Huawei?
Emprendiéndola en Canadá contra la directora financiera de Huawei (e hija del fundador) en diciembre del 2018, el sistema de justicia estadounidense, que solicita su extradición, apuntó a los niveles más altos de la nomenklatura política e industrial china. Huawei, la joya del imperio, es el tercer grupo electrónico más grande del mundo en términos de facturación (105.200 millones de dólares en el 2018), por detrás de la estadounidense Apple y la coreana Samsung. Desde el 2018, por primera vez en la historia del grupo, el negocio de consumo, dominado por los teléfonos inteligentes, supera la actividad histórica de los equipos de red orientados a los operadores de telecomunicaciones. Principal titular de patentes del mundo desde ese año, Huawei gasta en investigación y desarrollo un 14% de su volumen de negocios anual (14.700 millones de dólares en el 2018, es decir, más que esos mismos presupuestos combinados de sus competidores europeos Nokia y Ericsson). Y, lo más importante, la empresa china es el principal proveedor mundial de equipos 5G, un conjunto de tecnologías en red diseñadas para funcionar juntas (sin estar unidas por cables), que van desde los electrodomésticos hasta los hospitales, pasando por los robots industriales y los automóviles automatizados.
El 5G es una promesa de productividad, pero también un riesgo de pérdida en competitividad de sectores enteros de las economías europeas y una cuestión de seguridad nacional
Más allá de los riesgos para la seguridad nacional citados por Washington (espionaje a través de las redes, sabotaje de infraestructuras), los temores de los dirigentes estadounidenses están también relacionados con una dimensión más simbólica. Huawei, con sus conocimientos tecnológicos, unos fondos casi ilimitados y un respaldo político al más alto nivel, cuenta con las principales ventajas para convertirse en protagonista de la revolución prometida por el 5G. Esa inversión del curso de la historia digital, hecha tradicionalmente por Estados Unidos, remite a una circunstancia fundamental de la evolución del orden internacional: por primera vez en la historia moderna, una compañía china toma la delantera en una tecnología punta.
Al prohibir tratar con Huawei a las compañías estadounidenses y aquellas cuyos productos contienen más de un 25% de componentes estadounidenses, Donald Trump pone fin a la expansión internacional de Huawei y nos recuerda que Estados Unidos tiene desmesurados poderes sobre las cadenas de valor tecnológicas mundiales por medio de la extraterritorialidad de su justicia.
La búsqueda de liderazgo tecnológico mundial de China
Entre las ambiciones internacionales de China, el factor tecnológico desempeña un papel eminente. Instrumento de poder y prestigio, medio de promover su propia visión del orden internacional, la tecnología es para Beijing una herramienta al servicio de la búsqueda sin complejos de una posición dominante. En el 2015, el plan Made in China 2025 anunció el tenor de las intenciones de liderazgo chino: respaldar el aumento de gama de la economía china, reducir su dependencia de las tecnologías extranjeras y desarrollar sectores estratégicos como las baterías eléctricas, la inteligencia artificial y el 5G. En otras palabras, el desarrollo y la sofisticación del mercado interno deben contribuir a mostrar el poder digital chino. El objetivo de Beijing es desafiar el monopolio tecnológico de los países occidentales (en especial, el estadounidense) cerrando la brecha con Estados Unidos y luego superando a ese país en el 2050.
En el caso Huawei, Estados Unidos también intenta combatir el modelo chino de internet. China no oculta que busca extender su esfera de influencia gracias al 5G. Las autoridades respaldan activamente esa tecnología y en el 2013 crearon una institución formada por reguladores, compañías y científicos encargados de diseñar y supervisar todos los aspectos del proceso. Como con las otras tecnologías rupturistas (IA, criptomonedas), China pretende imponer sus propias normas y estándares técnicos relacionados con el 5G.
EE.UU.: el mantenimiento de la supremacía
El caso Huawei ilustra al mismo tiempo el proteccionismo tecnológico estadounidense, que contrasta con la doctrina de ese país en materia digital, y el temor de Washington a perder su superioridad tecnológica ante Beijing. Desde hace dos décadas, Washington ha convertido el control de los datos en el eje prioritario de una estrategia económica centrada en torno a sus gigantes tecnológicos y su estrategia de seguridad. Esos dos elementos se han combinado siguiendo una larga tradición de política de puertas abiertas orientada a abrir los mercados y mantener la supremacía estadounidense. Simbolizada por Barack Obama, esa política se ve ahora puesta en entredicho por Donald Trump.
El caso Huawei es un ejemplo típico de militarización de la interdependencia, una forma de debilitar al adversario a través de los vínculos de interdependencia económica tejidos entre dos países. En esta ocasión, ambos bandos han subestimado ampliamente la interdependencia tecnológica sino-estadounidense.
El caso Huawei ilustra al mismo tiempo el proteccionismo tecnológico de EE.UU. -que contrasta con su doctrina en materia digital- y el temor de Washington a perder su superioridad tecnológica ante Beijing
Es algo que se refleja en la atención que recibe ahora el sector de los semiconductores (uno de los más globalizados), convertido por ello en rehén de las tensiones bilaterales con el consiguiente riesgo de desestabilizar las cadenas de suministro y provocar reestructuraciones o coaliciones de intereses. Así, el esfuerzo chino por recuperar terreno apunta a conseguir la soberanía sobre el conjunto de la cadena de valor de los semiconductores en el 2025. En octubre del 2019, China anunció la creación de un fondo de inversión de 26.000 millones de euros dedicado a asegurar su soberanía en materia de semiconductores; y ello en un contexto de sanciones estadounidenses destinadas a privar a empresas chinas como Huawei de componentes clave, desde software (como Android) hasta elementos de procesadores, por no mencionar la dependencia china de patentes, máquinas e ingenieros estadounidenses. Con todo, Silicon Valley conserva el liderazgo en ese sector; un sector susceptible, por otro lado, de caer víctima de los repetidos conflictos entre sus principales agentes (Qualcomm, Apple, Intel). De todos modos, Estados Unidos y sus aliados (Corea del Sur, Japón, Taiwán y países europeos) representaron en el 2017 casi un 79% de la producción mundial de chips electrónicos, frente a un 15% de China (1).
Hace unos años, la inteligencia estadounidense se alarmó por los planes de Huawei de tender cables submarinos y temió que Estados Unidos perdiera su supremacía en materia de inteligencia de origen electromagnético. A través de los puntos de entrada a tierra y de interconexión de los cables, los estados pueden llevar a cabo operaciones de espionaje, piratería e intimidación. Según esa lectura, el temor estadounidense de perder una ventaja competitiva en materia de vigilancia ha sido empaquetada dentro una guerra comercial más amplia entre Washington y Beijing. Con sus fuertes restricciones a Huawei, el Gobierno de Trump busca nuevas oportunidades de militarizar la interdependencia entre los dos países. La partida se juega ahora en el nivel de presión ejercida: al conceder a Huawei tres meses para continuar usando ciertos servicios de Google, la Casa Blanca aprisiona al gigante chino en un cepo que pretende apretar o aflojar a su antojo, dependiendo del resultado esperado del acuerdo comercial propuesto por Donald Trump con el Gobierno chino.
¿Hacia la aparición de dos bloques tecnológicos?
Corolario de una diplomacia estadounidense más coercitiva, las tensiones sino-estadounidenses en torno a Huawei ilustran de modo acelerado la lógica de fragmentación observada desde hace una década en el terreno digital. El caso Huawei (su carácter brutal, sus giros, su alcance) refleja el final de la época de la tecnología global, caracterizada por la difuminación de las fronteras y el poder inédito en la historia de agentes tecnológicos que superan los marcos nacionales, en beneficio las lógicas de bloques, un fuerte rechazo del multilateralismo y un proteccionismo exacerbado de una y otra parte.
¿Nos dirigimos hacia la aparición de ecosistemas tecnológicos paralelos, reflejo de las opciones políticas de los dirigentes estadounidenses y chinos? En realidad, la aparición de una guerra fría tecnológica no nace con el caso Huawei, por más que sea su expresión más intensa. También supera la simple cuestión del 5G puesto que abarca el campo de la inteligencia artificial o la computación cuántica. Además, la analogía con la guerra fría tiene un límite evidente en la estrecha interdependencia entre los dos ecosistemas, muy imbricados. Por más que Donald Trump logre aislar a Huawei, miles de millones de datos transitarán por los cables submarinos de fibra óptica y por los satélites que conectan los dos entornos rivales.
La materialización de dos bandos tecnológicos distintos se produce también en materia de relato. La acción del presidente estadounidense en el caso Huawei ha tenido el efecto de romper el monopolio de ese país en lo referente al relato global en relación con lo digital. Hasta ese momento, Washington se había posicionado (a pesar de avatares coyunturales, como las revelaciones de Edward Snowden en el 2013) como heraldo de la libertad de circulación de información y datos y acusaba a los estados autoritarios, como China y Rusia, de balcanizar internet. Ahora China critica una política estadounidense que pretende fragmentar todo el campo tecnológico; en especial, debilitando la confianza en las cadenas de suministro.
La codiciada Europa
Las tensiones sino-estadounidenses en torno a Huawei y el 5G no deben ocultar algo que también está en juego: Europa. Porque si bien el choque digital sino-estadounidense tiene como objeto el liderazgo tecnológico en el siglo XXI, en la actualidad Europa es su teatro principal. Huawei obtuvo esencialmente en el Viejo Continente la mayor parte de su crecimiento en el 2018 (un aumento del volumen de negocios de un 19,5% con respecto al 2017); desde el 2013 es, además, el mayor mercado en el mundo por detrás de China, y simboliza de ese modo los primeros éxitos de un enfoque tecnológico cualitativo convertido en prioridad por las autoridades de Beijing.
Por parte estadounidense, se trata tanto de contrarrestar los desacomplejados actos de poder por parte de China como de mantener a Europa bajo su tutela digital. La ambición de Donald Trump es llevar a cabo una desconexión económica entre Occidente y China; no sólo en lo que respecta a la tecnología 5G, sino en todo el ámbito digital (política de datos, ciberseguridad, etcétera).
Por último, por parte europea, las iniciativas de Donald Trump corren el riesgo de sentar un precedente: Europa se da cuenta de que el futuro mismo de sus joyas industriales depende del humor del presidente estadounidense. De modo que este actúa desde una posición muy expuesta, al tiempo que da paradójicamente a los europeos la oportunidad de enfrentarse a sus propias vulnerabilidades. En este sentido, las consecuencias del caso Huawei y las rivalidades de poder ligadas al despliegue del 5G podrían resultar en nuevas alianzas. Ha sido sorprendente observar la formulación de diversas amenazas estadounidenses contra aliados tradicionales (Reino Unido, Alemania y Francia, en particular) en el caso de que estos permitieran a Huawei participar en el despliegue de las redes 5G. Incluso en el seno de la alianza de inteligencia Five Eyes (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos), los puntos de vista no han sido del todo homogéneos.
¿Utilizarán los europeos la cuestión del 5G como medio para estructurar una hipotética tercera vía, evitando de ese modo enemistarse con Beijing mientras el propio Donald Trump, en plena guerra comercial, ha concluido acuerdos con ciertas empresas chinas (ZTE)? ¿Podrán los fabricantes europeos de equipos que compiten con Huawei (Nokia y Ericsson) imponerse sobre el gigante tecnológico chino, en Europa y fuera de ella? De esa capacidad dependerá en buena medida el futuro de la ecuación tecnológica europea. El caso Huawei bien podría pasar de ser una pugna comercial y convertirse en un punto de inflexión para un continente que todavía no ha abandonado su condición de colonia digital.
Nota al pie
1. Fuente: Semiconductor Equipment and Materials International (SEMI), “Material and Fab Data-base”, diciembre 2017.