En una vieja bicicleta que encontró enterrada en la casa de un vecino, el periodista de Berisso Diego Dimitroff ya recorrió 10 mil kilómetros por pueblos y barrios para contar las historias que nadie ve.
A fin de año, con un dejo de preocupación, el periodista Diego Dimitroff publicó en su Facebook: “Estoy disfrutando de un paseo en bici por el Terraplén Costero de Berisso, en este atardecer nublado. Tenemos muchísima belleza y naturaleza en nuestra ciudad. Como pocos lugares. Hay que cuidar el monte. Vi muchos árboles cortados”.
Días atrás, a 17 años de la tragedia de Cromañón, había viajado en su bicicleta desde Berisso hasta Once y recorrió el “Pasaje de los pibes de Cromañón”, posteando unas fotos y un breve relato. Y poco tiempo antes había ido hasta Magdalena, donde escribió: “Entre calles de tierra, pinos, eucaliptos, aroma de campo, flores y cantos de pájaros visité la cancha del club Unión y Fuerza de Magdalena, que disputa el torneo de Primera División de la Liga Chascomunense de fútbol”.
La de Diego Dimitroff es de esas historias simples, mínimas, sencillas, que tanto han filmado Carlos Sorín, David Lynch o el turco Nuri Bilge Ceylan. Aventuras nada extravagantes, nada de viajar de un punto lejano, nada de preparar una bicicleta todo terreno de última generación para llegar a otra provincia, incluso a otro país.
Diego es periodista, tiene 46 años y en un año, con su bicicleta Philips modelo inglesa, de 1941, recorrió 10.000 kilómetros, 70 canchas de fútbol, 50 estaciones de trenes y pueblos, espacios históricos del conurbano bonaerense y de Capital Federal, y más de 50 villas y asentamientos. Así, con su impronta de amante de lo retro, de rescate de los lugares olvidados que yacen a pocos metros, a pocos kilómetros de distancia, ha llegado a estar entre las historias más leídas del portal de Facebook “Bycicle World”, que tiene 46 mil integrantes en el plano internacional.
Todo comenzó en julio del 2020, en etapa de pandemia y encierro. “Lamentablemente estaba atravesando un estado de profunda preocupación y tenía algunos problemas de salud. Los resultados clínicos que había arrojado el análisis de sangre eran testimonio de que debía tomar cartas en el asunto: tanto los índices de colesterol, glucemia y triglicéridos me dieron negativos. Una enzima hepática, cuyo valor más alto era 30, había arrojado 94!!!!! El plus: mi peso era de 103 kilos cuando normalmente no superaba los 89″, cuenta Dimitroff, que hace poco tiempo, cuando volvió a hacerse análisis de sangre, dice que los números trajeron alivio: pesaba 81 kilos y los resultados eran los mismos de sus 20 años.
Una tarde, mientras arreglaba el techo de su casa, vio en el terreno del vecino unos fierros que le parecieron, por su forma, a una bicicleta. Estaban tapados con tierra, arbustos y cubiertos de pasto. Al consultarle al vecino si era una bicicleta este le respondió que sí, que era de su padre que había fallecido hacía más de 30 años y que estaba enterrada en estado de abandono desde 1968. Diego se conmovió con la historia y cuando supo que el vecino había contratado un contenedor para tirarla junto a otros fierros viejos en una limpieza del terreno, se animó a pedírsela. “Llevatela, pibe”, lo animó el vecino, y a través de un paredón le pasó la bicicleta, que en las manos de Diego se convirtieron en un manojo de caños oxidados, tierra, agua e insectos de todo tipo.
Lentamente la fue arreglando. No fue fácil: debió tirar las ruedas, la cadena, el piñón y el plato. Pero el cuadro, manubrio, pedales, guardabarros y asiento fueron restaurados. “Esa bicicleta inglesa de 1941, que había estado cinco décadas enterrada, que había fallecido con su dueño (Don Luis Dántola) empezó a tomar forma y vida. Los primeros recorridos fueron cercanos: a las playas de Berisso de Palo Blanco, Bagliardi y Municipal. Despues comencé a visitar barrios de Berisso, Ensenada y La Plata. Siempre con barbijo, alcohol en gel, y los cuidados necesarios. En poco tiempo había visitado todos los barrios del gran La Plata. Me transformé en un aventurero amateur, cuando antes de eso la bici era algo que no existía en mi vida”, enfatiza quien es padre de un hijo de 18 años, está casado con Laura y a la vez es hijo de Domingo y Olga, parte de una generación de inmigrantes en Berisso.
A los viejos fierros ingleses los bautizó como “Negrita” y dice que, por estadísticas que pudo recopilar, se trata de la bicicleta más antigua actualmente en el país en haber recorrido tantos kilómetros. Sus postales abarcan el Río de La Plata, a lo ancho y a lo largo, desde Punta Indio hasta Tigre, todos los barrios porteños, y los puntos sur, norte y oeste del conurbano bonaerense, capaz de entrar a la Villa 31 como a la Isla Maciel, como de llegar a la puerta de la Quinta de Olivos, a las ruinas de una estación de tren abandonada en medio de la llanura bonaerense, a bares históricos o a circuitos culturales de los pueblos chicos. En todos y cada uno de ellos, la “Negrita” es la testigo que encabeza los álbumes: ya armó cerca de 400 historias, entre textos y fotos, volviendo a enamorarse del oficio de contar historias.
En su mirada, las aventuras más apasionantes parecen surgir de los sitios cercanos, aquellos que por una u otra razón, suelen ser olvidados por los mismos pobladores. Como una suerte de los diarios de motocicleta, aquel mítico registro del Che Guevara, Diego cuenta en su Facebook los detalles de su transformación personal en cada experiencia que vive. En su caso, sale con lo básico: una botella de agua, la SUBE por si debe hacer algún trasbordo en tren, documentos y un kit para la bicicleta. “Lo primero que pensé con mi experiencia fue la cuestión del consumo. Vivimos en una sociedad del reemplazo inmediato de las cosas, donde hay que comprar, gastar y reemplazar todo el tiempo lo viejo por lo nuevo. Esta bicicleta estaba por ser destruida, y volvió a salir al ruedo para contar nuevas historias. Intento divertirme, ser feliz, formarme y aprender que, con poquito, podemos pasarla bien”.
Dice que no busca romantizar la pobreza ni demonizar a las clases pudientes, pero que con la bicicleta se propuso, sobre todo, entrar en asentamientos y villas para conocerlas de cerca, para ir más allá del relato estigmatizante que algunos medios de comunicación suelen construir sobre sus habitantes. “Me encontré con historias de laburantes, de gente amable que comparte lo poco que tiene. Siempre buscando el lado humano. En la Villa 21 los nenitos corrían detrás de la bicicleta, me mostraban los distintos pasillos. Donde peor la pasé fue en Puerto Madero donde unos policías me pidieron documentos. Lo que parece bello es a veces donde peor lo pasás. Y lo que parece muy negativo es donde mejor la pasé”.
“Nuestro primer paseo del 2021 fue en bicicleta hasta Plaza Moreno de La Plata”, posteó a comienzos de año pasado en su Facebook. En sus viajes suele armar un texto a modo casi de guía turístico. “Allí se encuentra la Catedral de la Inmaculada Concepción, reconocida por El Vaticano como una de las 10 más importantes del mundo. Los primeros ladrillos comenzaron a levantarse en 1885 y la idea inicial era que sus 112 metros de altura permitieran que la Catedral sea admirada desde cualquier punto del trazado de la ciudad y alrededores. Tal es así que es el templo neogótico más importante del continente sudamericano y la construcción religiosa más alta de toda América”.
Luego, en un paseo por el Bosque platense, posó ante murales y estatuas de Carlos Gardel, René Favaloro y Diego Maradona. “Probablemente, junto con el Papa Francisco, son los máximos embajadores culturales y héroes modernos que ha tenido la Argentina en los últimos 150 años. Cada uno en su área son mis mayores referentes. Le sumaría a Perón, Evita, el Che y el Pampa Larralde”, cuenta Diego, fanático de Villa San Carlos y trabajador del Astillero Río Santiago.
Su amor por el fútbol lo ha llevado, además, a ser turista ocasional de las canchas de la Liga Amateur Platense. Allí también encontró diferencias de clase. “Consideré que los clubes son un instrumento de representación, identidad, contención e integración y que la Liga me ayudaba a conocer mejor los barrios. Observé el crecimiento de muchas instituciones que hace veinte años estaban dando los primeros pasos, algunas de las cuales sólo tenían fútbol infantil. Pero el saldo fue preocupante en barriadas populares, que sobreviven el día a día, con pocos servicios y calles intransitables. Hablando con ellos noté pocas expectativas de crecimiento social. Son personas que hacen lo que pueden para comer, que merecen mejores condiciones de vida, laburantes que se rompen el alma y por ahí no alcanza y habitan en casas precarias donde se padece el frío, la lluvia o el calor. Sobre todo me dio tristeza ver a tantos pibitos trabajando, lejos del goce que significa la infancia o adolescencia. Y ellos, los que peor la pasan, son quienes mejor me trataron, ofreciéndome agua, un inflador para la bici, empanadas, un choripán. Esa nobleza te llena el corazón”.
Diego es pragmático y no se anda con vueltas: dice que lo único que le interesa es continuar recorriendo los pueblos de Buenos Aires y mantener la bicicleta en estado para sus próximos trayectos.
Lo que empezó como una pequeña aventura para mejorar su estado físico y salud fue creciendo en pasos que tejió solo, en el camino: primero conoció su pueblo más en detalle, luego las ciudades cercanas, y después se extendió hasta las grandes urbes. Hoy quiere seguir descubriendo historias cotidianas, encontrar la singularidad en lo ordinario.
Sus registros lo llevan a pensar que ya recorrió toda la región del Capital Federal y el gran Buenos Aires, y ahora desea conocer otras provincias, como Santa Fe y Córdoba, y sobre todo, la Ruta 40: sería el primer argentino en hacerlo con una bicicleta de esa antigüedad.
“Me escribe gente alentándome en la experiencia, para que no decaiga en mi aventura, y en cada posteo la gente suma sus comentarios, construyendo un relato colectivo. Como ciclista no me interesa hacer un ejemplo de andar en bicicleta ni querer romper récords ni sumarme a grupos profesionales que buscan la excelencia. Es simplemente darle vida a un objeto tan antiguo y tan sano como un rodado de dos ruedas, que nos hace mejorar el cuerpo, estar al aire libre, en contacto con la naturaleza. Y sobre todo en contacto con la gente de a pie, en un tiempo de hostilidad, de contaminación ambiental, de estrés, de desconfianza en el vecino, de temor a vincularse socialmente. Contagiar esa experiencia y descubrir nuevas historias en mi oficio de comunicador para mí ya es gratificante”.
Por Juan Manuel Mannarino
Fuente: Infobae