Quienes lo conocen saben de su simpatía por Independiente, Ferrari, Led Zeppelin, The Beatles y Creedence, quienes no, seguro lo cruzaron alguna vez en modo deporte y reconocen su particular fisonomía. Él es Manuel Héctor Barros Etchegoyen, ¿quién? El “farol”, y ésta es una breve semblanza sobre su vida.
Por la Avenida Juan Manuel de Rosas, como tantas veces, Manuel Héctor desafía el calor de la mañana de verano y realiza su cotidiano trabajo aeróbico. Manuel Héctor es el “farol”, 67 pirulos, un millón de kilómetros a pie, al trote, en bici, en uno, dos o tres turnos, “por un tema de adicción, para dejar el pucho y desintoxicarme”, cuenta este ícono urbano de pelo y barba larga, que viste zapatillas fila, short negro, torso desnudo y vincha roja.
Si bien nació en Capital Federal, este hábito saludable lo convirtió en una persona reconocida en Chascomús, todos saben del «farol», de su simpatía por el rojo (ya sea por Ferrari o Independiente) y de su militancia por el deporte, “empecé a caminar y al tiempito a trotar; mañana, tarde y noche, ando, ando, ando… mi vida es estar en movimiento, me hace bien”, narra el “lobo estepario”, como se define, porque a pesar de la simpatía que le transmiten los vecinos, su vida privada y familiar transcurre en soledad, “tuve oportunidades, pero soy vago”, justifica entre risas.
A la vera de la laguna, paisaje que valora y disfruta como nadie, después de recorrer Juan Manuel de Rosas y Escribano, farol se refiere a esta condición de ciudadano VIP: “No me interesa estar en la galería de las personalidades, quizá sí en la de personajes. Y no porque me identifique en ese rol, sino que la gente me lo hace sentir, con una foto o la joda del parecido a Papá Noel”.
En la actualidad Manuel Héctor –¡cuántos lectores estarán conociendo su identidad!–, está jubilado y disfruta “de la vida y de cada momento”. Su historia laboral incluye “Che pibe” en la parrilla restaurant “El farolito”, de donde proviene el apodo, Villa del Sur, Masis y Texes. En la época de la colimba, en su afán por demostrar personalidad y carácter, él mismo quitó el diminutivo y el sobrenombre mutó a “farol”, “año 1974, Monte Chingolo, experiencia con sensaciones encontradas, de amarguras y mucha diversión”. Además, en el CV del ocio hay apego por el rock internacional –Led Zeppelin, The Beatles y Creedence– y, por supuesto, pasión por Independiente y Ferrari, sobre todo en la década del ´80.
“Ver a Lole Reutemann con Ferrari, en el autódromo ciudad de Buenos Aires, o al Bocha en Independiente fueron grandes satisfacciones”, destaca con su vozarrón propio de ex fumador. Y agrega: “Bochini, por el amor a la camiseta y la humildad, es el mejor de todos. En Argentina hay pocos, actualmente ninguno, que haya jugado toda su carrera en el mismo equipo. Fue el que más disfruté; los bosteros, por ejemplo, tuvieron a Maradona como mucho 50 partidos, el Bocha jugó siempre en el rojo y lo vi más de 300 veces”.
¿Y partidos? “La Copa Libertadores que le ganamos a Gremio en 1984, la eterna pica con Boca, pero sobre todo, el 2-0 a Racing en 1983, con goles de Giusti y Trossero, en el que Independiente sale campeón y Racing desciende a la B Nacional, creo que no se va a dar nunca más”, recuerda, consciente que 20 años después la debacle futbolística también le llegó al rojo, “el fútbol es así, nos tocó a nosotros, hay que estar en las buenas y en las malas, por lo menos el hincha de verdad”.
El termómetro aprieta, debe pisar los 30 grados, “farol” reflexiona: “Estoy disfrutando como deportista, cuando juega Independiente lo veo después o lo escucho por radio, esa etapa ya pasó. Se puede tener una televisión impresionante, pero la cancha es otra cosa… bombo, trapo, paravalancha y dale rojo”. De esos años en Avellaneda tiene los mejores recuerdos, incluso muchos hinchas de aquella época lo encuentran en Chascomús y se sorprenden, “para ellos soy de allá, me reconoce gente de Capital y Gran Buenos Aires, y eso que pasaron 25 años, es una satisfacción”.
“A `farol´ lo encontrás en la calle, es callejero por derecho propio” sintetiza para explicar su nula afición a los teléfonos y a la tecnología. La casa es “para dormir y comer, después calle, calle, calle, y en los ratos libres, calle”, cierra con una carcajada, antes de emprender por milésima vez su caminata, mientras la gente pasa, le toca un bocinazo, le hace una arenga, o simplemente le gritan ¡farooolll!