Para los soviéticos fue uno de los últimos enfrentamientos antes de la desaparición de la URSS. Para Argentina fue dejar atrás una relación futbolística cercana con las naciones del bloque comunista. Clubes y selecciones que recorrieron el país para jugar amistosos entre la década del 60 y mediados de los 80.
Por Andrés Burgo
El 23 de mayo de 1991, hoy hace 30 años, Argentina enfrentó por última vez a la selección de Unión Soviética, el brazo deportivo de la utopía comunista que terminaría de desintegrarse seis meses después, el 25 de diciembre. Si para nuestro fútbol aquel olvidado 1-1 en Manchester no fue más que un amistoso de transición en la nueva etapa sin Diego Maradona, suspendido por doping, para los soviéticos significó una de sus funciones finales antes del estertor definitivo, el 13 de noviembre contra Chipre. Entre argentinos y soviéticos comenzaba a quedar atrás una relación cercana -sorpresivamente cercana, al menos vista en retrospectiva- que puede ampliarse al resto de los países comunistas: una gran cantidad de seleccionados y clubes del bloque alineado con la Unión Soviética visitaron Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mar del Plata para jugar amistosos entre la década del 60 y mediados del 80.
Si solo se puntualiza en las copas de verano de Mar del Plata, ya la primera edición -la de 1968- contó con la llamativa participación de Vasas de Hungría y de la selección de Checoslovaquia. La doble presencia fue tan singular y exitosa que al año siguiente fueron contratados otros dos representantes de ambos países, MTK de Budapest y Slovan Bratislava. En 1979 volvió Checoslovaquia, seguido en 1980 y 1981 por Hungría, hasta que en 1986 se presentó la selección de Polonia y finalmente, en 1987, Spartak de Moscú. En otros torneos estivales fuera de Mar del Plata, la selección olímpica húngara y los equipos checoslovacos Sparta Praga y Spartak Trnava jugaron contra River y Vélez en la Copa Ciudad de Buenos Aires 1969, mientras que Estrella Roja de Yugoslavia enfrentó a Central, Newell’s y River por la Copa Ciudad de Rosario 1971.
En la última dictadura, entre noviembre de 1976 y mayo de 1982, la selección argentina jugó 16 amistosos en Buenos Aires y Mar del Plata contra ocho selecciones de países comunistas: Bulgaria (cuatro partidos) Unión Soviética (tres), Checoslovaquia (tres), Polonia (dos), Hungría, Yugoslavia, Alemania del Este y Rumania. Nuestros clubes también aprovechaban esas visitas al este de la llamada Cortina de Hierro: Belgrano recibió en Córdoba a Checoslovaquia en 1979 y Talleres se enfrentó dos veces contra Hungría (1977 y 1981) y una ante Bulgaria (1979).
El periodista y relator marplatense Juan Carlos Morales, autor del libro 40 años de Torneos de Verano, apunta a la conveniencia económica como una de las principales causas de las visitas de tantos equipos y selecciones que solían estar invisibilizadas detrás de la Guerra Fría: “Eran baratos de traer”. Uno de los principales organizadores de los amistosos en Mar del Plata, Oscar “Gordo” Martínez, ofrecía un caché fijo. “A los extranjeros se les pagaba 20.000 dólares. Por esa plata vinieron Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Peñarol de Uruguay, Gremio de Brasil y muchos clubes más”, explicó hace pocos años otro histórico empresario marplatense relacionado al fútbol, Jorge Mignini.
Según agrega Julio Macías, historiador del fútbol argentino, “los equipos y las selecciones que vinieron en los 60 y 70 lo hicieron de la mano de un empresario, Samuel Ratinoff, que tenía el contacto detrás de la Cortina de Hierro”. Ratinoff, Martínez y Mignini murieron. Otro histórico organizador del fútbol de verano, Albino Valentini, agrega una cuestión de calendario: “En enero, los equipos del este de Europa no tienen competición. Sus canchas están llenas de nieve. A ellos les convencía venir al calor para mantenerse en actividad”. Pero además, para la contratación de aquellos clubes cuyos nombres hoy resultan extraños también había asesoramiento de entrenadores argentinos. Durante la copa de verano de 1969, Martínez declaró en el diario La Capital de Mar del Plata: “Di Stéfano (Alfredo, entonces técnico de Boca) es un hombre muy conocedor de Europa y él me aconsejó arreglar con estos equipos”, dijo el empresario en relación a Slovan Bratislava, MTK de Hungría y un tercer equipo europeo invitado, aunque del lado capitalista, Rapid de Viena.
Como los torneos de verano en el balneario bonaerense comenzaron durante el régimen militar de Juan Carlos Onganía, la llegada al país de los equipos socialistas no era tan sencilla, en especial para el pionero, Vasas de Budapest, un club de izquierda, cercano al sindicato de Obreros Metalúrgicos y apoyado por el gobierno comunista húngaro. Empresarios marplatenses se enteraron de que Vasas jugaría en Chile en enero de 1968 e intuyeron que su presencia, sumada a Racing (entonces campeón del mundo) y a River, le daría una cuota de exotismo a un triangular. Los húngaros llegaron a Argentina en febrero tras haber pedido un visado especial que incluía una rigurosa declaración de datos personales. Según reconstruyó el cronista Alfredo Ves Losada, “el celo de Migraciones del gobierno que había derrocado a Arturo Illia dos años antes no era nuevo: hacía pocos meses había impedido el ingreso al país de la selección de básquetbol de la Unión Soviética”. La primicia periodística del singular arribo de Vasas le correspondió al diario socialista marplatense El Trabajo. Otro reconocido periodista de la ciudad, Vito Amalfitano, puntualiza ese contexto: “Mar del Plata tuvo muchos gobiernos socialistas”.
Vasas llamó la atención del público argentino como lo que era: un equipo al otro lado de la Cortina de Hierro. Su entrada en calor en el campo de juego se pareció más a una clase de gimnasia artística que a los típicos preparativos de futbolistas. Los espectadores agotaron las entradas y Vasas apabulló a Racing (3-1) y River (3-0) para consagrarse campeón.
Sin enfrentamientos futbolísticos durante los tres años de democracia entre 1973 y 1976, los partidos contra las selecciones del bloque de los países alineados a la Unión Soviética volvieron con el regreso de la dictadura. “Hubo mucho intercambio con los países del bloque socialista -contextualiza Macías- seguramente por la vinculación del Partido Comunista con el régimen de Jorge Rafael Videla”. Así como la Unión Soviética se posicionó en contra de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile -y no envió a su seleccionado de fútbol a Santiago para jugar un partido para la clasificación al Mundial 74, pocas semanas después del golpe de Estado contra Salvador Allende-, desde Moscú no hubo una posición clara respecto a Videla y el resto de los represores argentinos. Los militares se sumaron al boicot de los Juegos Olímpicos Moscú 80 pero la selección de fútbol jugó varios amistosos contra los países comunistas, como local y visitante: como si fuera un prólogo, el triunfo argentino entre la nieve de Kiev, con Hugo Gatti atajando con gorro de lana, fue el 20 de marzo de 1976, cuatro días antes del golpe.
Los 80 y la pérdida del exotismo
En una de sus visitas a Argentina, en 1982, Unión Soviética empató 1-1 con la selección en el Monumental y luego se desplazó a Olavarría para enfrentarse en un extraño amistoso a Loma Negra, el millonario capricho futbolístico de Amalia Lacroze de Fortabat. Aún más insólito que ese choque fue que el equipo bonaerense ganó 1-0 y le cortó a los soviéticos un invicto de 14 partidos. Ya con el regreso de la democracia, en 1987, el Spartak de Moscú llegó a Mar del Plata con su gran figura Rinat Dassaev, uno de los mejores arqueros del mundo, para enfrentarse a River y Boca. Aunque no estuvo en Argentina, un futuro crack del Spartak, Alexander Mostovoi, explicaría cómo eran esas giras: “En Moscú hacía frío y nos íbamos a jugar amistosos. A los hoteles entraba gente y nos decía: ‘¿No te quieres ir a jugar a nuestro país?’. Y nosotros, que éramos jovencitos: ‘¡Claro! Pero ¿cómo?’. Entonces la gente que venía con nosotros nos pusieron a dos o tres para que controlaran, como si fueran del KGB. Siempre estaban allí, en los desplazamientos. Si íbamos a pasear por la ciudad, venían detrás de nosotros, a una cierta distancia, y era también lógico, porque vivíamos en el comunismo y nos íbamos al capitalismo, a países que eran como enemigos”.
Retoma Valentini, organizador de torneos de verano desde fines de los 80: “La cuestión exótica se fue perdiendo. Recuerdo haber visto un partido de Unión Soviética con Argentina en el Monumental, en 1961, y nunca olvidé cómo Carmelo Simeone (defensor argentino) se volvía loco para marcar a dos tipos que parecían misiles de tan veloces, (Slava) Metrevelli y (Mijeil) Meskhi. Después esa rareza se fue haciendo normal. Ya para cuando Enzo Francescoli le hace el gol de chilena a Polonia, en 1986, la gente empezaba a querer ver clásicos entre los equipos argentinos”.
En los 369 partidos que jugó desde 1923 tras la revolución bolchevique, la selección soviética dejó una reputación de futbolistas mecanizados y difíciles de enfrentar, un puñado de cracks (Lev Yashin, Oleg Blojin, el propio Dassaev), algunos títulos (la Eurocopa de 1960, el Mundial Juvenil de 1977, la medalla de oro en Seúl 1988), otras finales perdidas (contra el Sub 20 de Maradona en el Mundial juvenil 1979) y un enfrentamiento mundialista contra Argentina en 1990, el día de la fractura de Nery Pumpido y una mano de Maradona que el árbitro no sancionó como penal.
Ya para el 23 de mayo de 1991, en el 1-1 entre Argentina y Unión Soviética del que hoy se cumplen tres décadas, la liga soviética se estaba desmembrando: los cracks se habían escapado al exterior, los equipos de Lituania pertenecían a otro país -el muro de Berlín había caído hacía un año y medio- y había jugadores que llegaban borrachos a los partidos. La última gran actuación futbolística de un club de un país comunista sería a la semana siguiente, el 29 de mayo, cuando el Estrella Roja se consagró campeón de la actual Champions League.
De aquel partido en Old Trafford, al menos dos futbolistas argentinos, Fernando Gamboa y Gustavo Zapata, intercambiaron camisetas con dos soviéticos, Andrei Kanchelkis (número 8) y el citado Mostovoi, el 10. Las remeras, ya sin el clásico CCCP que había caracterizado a la indumentaria soviética durante décadas, fueron compradas por un coleccionista argentino, Hernán Giralt, que con el tiempo las revendió a Europa. De aquella cercana relación, nada más queda.
Fuente: elDiarioAR