El tecla es el tecla hace mucho, desde que trabajaba en una redacción de Capital y se hizo famoso por la velocidad con la que gatillaba las oraciones en la PC. Podría haber sido el flaco, pesaba 65 kilos en aquella época, o bien, el negro, dada su tez morena. Pero le quedó el tecla, los compañeros no se atrevieron a meterse con su aspecto así que recurrieron a una de sus bondades como periodista. No son las únicas, también es curioso y ama las palabras.
Durante diez años trabajó en Policiales y Deportes, de lunes a viernes en comisarías y juzgados, y el fin de semana fútbol, tenis, rugby o lo que indicara el calendario deportivo. Se aburrió, se cansó de la mala paga y prefirió viajar 500 kilómetros, instalarse en un pequeño pueblo costero, ganar menos, pero estar cerca de otra de sus pasiones, el mar.
Esta tarde de mayo, después de dos meses de aislamiento, el tecla aprovecha su condición de esencial y camina por la playa, no hay nadie. Tiene la mente en blanco, tampoco le surgen temas para replicar en el diario local, medio en el que trabaja desde que llegó de Buenos Aires. No se alarma, sabe que la idea aparecerá y las 8 páginas de “La trastienda del mar” saldrán a todo color. De repente, la inspiración, el habeas data mental le regala un hilo de donde tirar: docentes en tiempos de pandemia.
Se detiene en la orilla, imagina los testimonios de unos y otros… La docente del campo que una o dos veces por semana circula en su camioneta, en el barro, exponiéndose, para que la decena de alumnos de la escuela tengan sus alimentos y que el cese de la actividad no repercuta en la nutrición. El asiento trasero repleto de cuadernillos con actividades por que en esta zona no existe conectividad, zoom o classroom. Quizá solo whatsapp para intercambiar videos, audios, fotos, información oficial de cada decreto, cuidados personales y acompañar de esa manera a las familias. Entre tranqueras los docentes son un miembro más.
Se ve redactando expresiones de este estilo: “Contamos con una comunidad diversa, algunos con estudios primarios o secundarios, otros que no saben leer. La pandemia generó mucha angustia, lo que menos tienen es ganas de realizar tarea. Pero ahí estamos nosotros para hacerles entender que la continuidad pedagógica pasa por otro lado, que somos educadores, pero sobre todo compañía a nivel humano”. Que linda nota, se entusiasma el tecla, conoce docentes que están dejando la piel y le van a dar una mano.
¿Cómo es tu experiencia enseñando de manera remota? ¿Cuál es la devolución de los chicos? ¿Qué rol ocupan los padres en este contexto? El periodista apunta posibles preguntas, se le escapa una mueca satisfecha, tiene el tema. Se acuerda de Juana, la sensitiva profesora de Letras que tiene un taller literario y hace que los chicos escriban para el diario. Debe estar de lo más afectada piensa, ella es de los besos y los abrazos con los alumnos. Y aunque sabe que el aislamiento es para cuidarlos debe creer que todo esto les cambiará la niñez y la adolescencia. La tilda como posible entrevista.
Otra amiga, por ejemplo, dicta historia en varias escuelas de la región y es una defensora de la profesión. Debe estar renegando con la tecnología especula el tecla, “que no estamos preparados” seguramente le dirá y fruncirá el seño para agregar “el capital humano es excelente, nunca se bajan los brazos y nos ponemos la escuela al hombro. Tengo la esperanza que cuando esto pase el sistema educativo cambie o, al menos modifique, algunas cosas”.
Se le ocurre otra línea, indagar en la interna pedagógica que mantienen educadores en la actualidad. Se rie, es el superclásico académico de la pandemia. Por un lado, el que entiende el concepto de “educación en emergencia”, demuestra empatía y acompaña a los chicos con exigencias coherentes; por el otro, el que trabaja como si estuviera dictando un curso a distancia y propone consignas de este tipo: Resolver las diez preguntas de manera grupal (mínimo cinco participantes) y elaborar un video en el que los integrantes del grupo desarrollen los conceptos fundamentales. Fecha de entrega, en tres días”. Por este lado hay pimienta, se pone interesante concluye el tecla, que lleva dos horas proyectando la nota a metros del agua.
“Manos a la obra” se dice. Teléfono, block, lapicera y a iniciar los contactos. – “Hola, pensé esta nota y quería conocer tu experiencia”; – “¿Pep?, el tecla te habla, ¿Cómo se está trabajando en la escuela?” Hace dos o tres llamadas más, envía un par de mensajes, enseguida comprende que no hay párrafo posible. “¡Tecla! Nos informaron que antes de contar tenemos que ser autorizados”, le comenta una Directora; “Te digo mi experiencia, pero no me nombres”, le dice otro profesor. “No me sirve” piensa él, si lo que quiere es rendir homenaje, enaltecer la tarea que desarrollan en tiempos tan atravesados. De repente, Luca Prodan y Sumo en la cabeza, “Mejor no hablar de ciertas cosas”. Pero, ¿Por qué?
El tecla se pone metafórico en la orilla, piensa que las noticias, a veces, son como las olas: surgen, envuelven y, de repente, se esfuman. En la vuelta a la redacción de “La trastienda…” tiene una revelación. No cuenta con entrevistas, datos ni informes, pero hay una historia y debe narrarse. “Crearé un personaje” concluye. A las siete de la tarde prepara un café con dos de azúcar, se sienta frente al word y escribe: “el loco es el loco hace mucho, desde que trabajaba en una redacción de Capital…”.