En una sala de teatro estilo italiano, un hombre alto y delgado, con una cabellera tupida y canosa observaba desde un costado del escenario el ingreso de la gente y su elección en las butacas de la platea. El director esperó a que el numeroso elenco, convocado hacía unos días, se acomodara en los asientos, invitó a los técnicos, maquilladores y asistentes a que se unieran a ellos con un ademán sencillo de su mano y alzando el brazo le indicó a su asistente que encendiera la luz del escenario. Con otra señal ordenó que se distribuyera libros entre los convocados, recorrió con la vista toda la platea y con un tono pausado expuso al auditorio el porqué de su convocatoria.
Con voz firme, direccionada a la última fila, dijo que los había convocado porque tras un exhaustivo análisis con sus asistentes, habían hecho una selección de actores y actrices para una obra singular. Recorrió el auditorio con la vista y les dijo que tenían ante ellos una pieza de teatro magnífica del año mil ochocientos veintitrés sobre cuyo autor poco sabían porque no existía registro de otras obras de su autoría ni antes ni después. Bajó la vista al piso del escenario y caminando lentamente, resaltando cada vocablo dijo que existía una teoría del mundo teatral que afirmaba que luego de esta obra decidió abandonar la dramaturgia. La obra se titulaba «El sitio» y sus nueve proyectos de estreno fracasaron. Se la consideró una obra maldita y quedó archivada hasta hace unos meses cuando, por una casualidad, el director se enteró de su existencia. Volvió a levantar la vista y observándolos les dijo que para la compañía aquí reunida era un desafío montarla. Enfatizó que no creía en las maldiciones que sellaban la suerte de ciertas obras y que esto era una gran prueba que debían sortear todos para poder demostrarle al mundo entero cómo una estúpida superstición puede privarnos, como lo hacen algunas religiones, de una obra de intenso dramatismo, de profundo mensaje humano y de alto contenido espiritual.
Se acercó a una pequeña mesa colocada al costado del escenario, tomó un vaso de agua, bebió un sorbo, hizo una breve pausa y les anticipó que llevar a cabo ese proyecto requería, como podrían apreciar cuando la leyeran, del trabajo de muchos actores y actrices, iluminadores, asistentes y vestuaristas. Contó que la había leído tantas veces que estaba en condiciones de interpretar cualquiera de sus personajes en escena, agregando como curiosidad que en cada lectura había descubierto nuevas significaciones a su contenido.
Caminó hasta el centro del proscenio y le dijo a un auditorio silencioso y expectante que los productores con los que se había reunido estaban dispuestos a cubrir los costos de producción y ensayos que según sus estimaciones les llevarían un año de trabajo duro. Volvió a observar la platea para comprobar que seguían con atención su relato para decirles que estos productores estaban tan convencidos como él de ponerla en marcha y que para el director era un proyecto tan ambicioso como apasionante.
Tomó un papel que le acercó un asistente y leyó que el primer estreno frustrado de «El sitio» data de mil ochocientos veintinueve y fue cancelado por la muerte del director en un accidente. En los ocho posteriores hubo distintos episodios registrados según mis investigaciones: desde el incendio de la sala donde se estrenaría hasta la muerte de integrantes de sus elencos. Hizo un silencio breve para remarcar que el ambiente teatral es muy receptivo a las supersticiones, a las cábalas y muchas veces practicaban ciertos ritos desconociendo su origen. Deteniéndose con la mirada en algunos integrantes del elenco dijo que los que nunca habían trabajado con él debían saber que si bien él vivía el oficio como su única religión no se dejaba influenciar por cuestiones relacionadas a la fortuna, que no juzgaba a quienes creyeran en las maldiciones, en los fantasmas y en prácticas esotéricas. Hizo un silencio pronunciado y aclarándose la garganta dijo que todo aquel que luego de leerla y conocer los antecedentes de la obra decidiera no participar o tenga dudas o hasta cierto miedo, podía decírselo en los próximos ensayos, enfatizando que él no creía que «El sitio» atrajera las desgracias, fueran a morir todos o algunos en misteriosas circunstancias o provoquen con la puesta en marcha de los ensayos algún tipo de daño sobre terceros o participantes indirectos del proyecto.
Hizo un ademán con su mano derecha como si señalase el libro que habían entregado a los actores diciendo que su argumento, como toda obra clásica, era simple. Transcurría en una aldea medieval donde se produce una epidemia devastadora. La aldea es aislada y obligada a una cuarentena para evitar que la enfermedad se propague por todo el territorio. Los religiosos hacen una lectura de la situación en base a sus creencias, los estudiosos, los médicos y quienes no se dejan influir por relatos bíblicos otras distintas según la raíz de sus conocimientos. Cada familia vive de manera particular el contagio de sus integrantes. Los más ricos montan un cerco rodeando sus propiedades y se ven obligados a delinquir de manera organizada para hacerse de los alimentos necesarios. La epidemia se propaga de prisa y sin pausa provocando el terror entre los habitantes de la aldea pero sus daños pueden ser menores si los compararan con las irracionales decisiones que toma cada uno de los lugareños.
Esbozó la primera sonrisa del encuentro y les dijo que les entregaba el libro para que lo leyeran y volviesen a reunirse el próximo martes a la misma hora en la misma sala. Dijo que quería que vinieran a la reunión con una decisión tomada sobre su participación y evacúen en ella todas las dudas que puedan surgir sobre su lectura. Adelantó que en la próxima reunión iba a asignar los roles que asumiría cada uno de los presentes. Los invitó a pensar y a entender que sería un año en el cual sus esfuerzos estarían dedicados a la obra de manera exclusiva y que no tenía dudas de que montarla fijaría un antes y un después en sus vidas.
Estimó y compartió el pensamiento de que le parecía lógico que todos sus amigos y familiares preguntasen en qué estaban trabajando. Les pidió que fuesen los más reservados posible del proyecto que encararían en breve, que no comentaran sobre su argumento, que no mencionasen el título de la obra. Les sugirió que describiesen datos generales que pudieran ser comunes a cualquier pieza teatral. Adelantó que programarían tres ensayos semanales intensos, de seis horas de duración. Les aseguró que contarían con todo lo necesario y que habría para todos un antes y un después desde su estreno y que no tenía dudas de que darían un paso importante en sus carreras profesionales.
Los miró a todos en silencio y luego los impulsó con entusiasmo diciendo que estaba dispuesto a desafiar la superstición con este elenco, que tendrían un año duro de trabajo y en breve vendrían las semanas de fiestas de fin de año. Según su percepción diciembre era un mes inusual para comenzar a ensayar pero creía que en el 2019, cuando la estrenasen, el mundo entero hablaría de este trabajo.
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