“El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse. En nuestra época no es posible “mantenerse alejado de la política”. Todos los problemas son problemas políticos, y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia. Cuando la atmósfera general es perjudicial, el lenguaje debe padecer”. (George Orwell)
Friedrich Nietzsche sostiene que la verdad es “una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos: en una palabra, un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, traspuestas y adornadas poética y retóricamente, tras largo uso el pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas” (1). De esta forma, la verdad sería una instancia producto de un pacto entre los hombres, establecida como valor social ya que los vincula entre sí por una pretensión o necesidad: determinar la verdad permite abstraer la mentira. Y diferenciar la “verdad” de la “mentira” es menester en la obsesión de los poderosos por naturalizar hábitos y costumbres particulares, en normas y reglas generales. Debido a ello, legislar el lenguaje, dotarlo de reglas semánticas y sintácticas, proporciona las primeras leyes de la verdad.
De esta manera, no es un exabrupto intelectual intentar ligar al lenguaje con el Poder, familiarizándolo con conceptos tales como “hegemonía”, “dominación”, “intereses culturales”; por el contrario, parece ser un ejercicio inevitable si damos por hecho la premisa de que el lenguaje como construcción social es un concepto histórico, multideterminado por elementos económicos y culturales. Y más si tenemos en cuenta que la fundación de la Real Academia Española (RAE), sólo por citar un ejemplo para darle fuerza a la idea, fue una necesidad que el poder político de la corona española tuvo que llevar a cabo para homogeneizar al mundo hispanoparlante y de esa forma oponerse a otros poderes culturales del resto de Europa o Estados Unidos. De ahí el conocido lema de la vieja institución de “limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua”. En el siglo XXI el concepto de verdad está estrechamente vinculado a los medios masivos de información (y, sobre todo, a la fascinación representada en la actualidad por las redes sociales, marcapasos por excelencia). Lo que no fue dicho por los mass-media (y las redes sociales) no tiene existencia real, todo debe pasar previamente por el fragmentado y fragmentario prisma de los medios de información, pues en ellos se construye la verdad, o sea, la realidad cotidiana. De ahí que aquella cita de Nicolás Maquiavelo sostenida allá por el 1530, en su obra “El Príncipe” de que “el Príncipe prudente debe elegir en sus Estados a hombres sabios, únicos con permiso para decirle la verdad y sólo respecto a lo que él les pregunte”, está crudamente vigente en la sociedad actual de la omnipresencia estatal en cualquier manifestación de vida. El poder material se complementa a la perfección con el embrujo de la persuasión. El policía se camufla y se mimetiza en el ciudadano responsable y atento que encarna el periodista moderno del denominado “cuarto poder” (y viceversa).
Es innegable de esta forma que con el correr de los años, y como consecuencia del acelerado desarrollo de las tecnologías aplicadas a la información/comunicación, la escalofriante realidad descripta por George Orwell en, por ejemplo, su obra “1984”, donde los pensamientos, sentimientos y acciones de los protagonistas son constantemente manipulados y controlados por el poder central encarnado en el INGSOC, tiene atisbos reconocibles en nuestra sociedad altamente informatizada. Borrar de la mente y del hábitus (2) pensamientos y acciones negativas que obstaculicen el normal funcionamiento del modelo dominante, fijar culturalmente los valores de la burguesía como naturalmente propios del desarrollo social para poder reproducirlos generación tras generación y legitimar un discurso particular con el solo objetivo de perpetuar la explotación y opresión desde el plano persuasivo es el motor y razón de ser de la comunicación/información de la era de las tecnologías aplicadas. Mientras desde las políticas económicas de los estados se beneficia y salvaguarda al capital financiero, en las cabezas “del ciudadano medio” retumban una y otra vez las apologías del consumismo que los medios repiten hasta el hartazgo para que la rueda siga girando.
Y, mientras tanto, desde distintos enfoques teóricos se formulan ingeniosamente infinidad de conceptos para definir la preponderancia alcanzada por los medios de información y sus tecnologías aplicadas. Es común escuchar hablar de “aldea global”, “galaxia Gutemberg”, “cibercultura”, “ciberespacio”, “sociedad informatizada”, etc. Sin embargo, ninguno de esos nuevos conceptos hace hincapié en el aspecto opresivo y excluyente en la relación medios de información-poder/receptores-opinión pública.
Siguiendo esta línea argumental es que creo se debe ampliar el espectro al analizar al Poder y sus implicancias sociales. Quedarnos meramente con la concepción material del Poder es no reconocer que hoy día el terreno simbólico adquiere crucial importancia al momento de adjetivar la vida en sociedad. ¿U hoy alguien duda de que el poder económico puede perpetuarse reproduciéndose a través de la dominación en el cuerpo social? ¿Y cómo lo logra si no es apelando al poder simbólico?
El Poder, y las relaciones emanadas de él, se nos imponen de diferentes maneras. Llevar el análisis más allá de la concepción material de la dominación social se hace imperioso al momento de interpelar y analizar al Poder. Reconocer que las condiciones que hacen “verdaderas” las cosas también son determinadas por la discursividad, es un primer paso para comprender la fuerza de lo simbólico en la cotidianidad.
(1) Nietzsche Friedrich. “Introducción teorética sobre la verdad y la mentira en el sentido extramoral”.
(2) Hábitus: “Estructuras estructuradas predispuestas a actuar como estructuras estructurantes”. Se desarrollan como guiones mentales. Es la historia hecha cuerpo, es lo social incorporado. Es a la vez historia individual e historia colectiva. (Ver “El capital simbólico”. Bourdieu Pierre)