Los perros merodean la cintura de la noche que observan muda la resistencia de los fieles, el encuentro más cercano de un pueblo que sangra gota a gota la necedad de serviles hombres de fuego, llueve de repente sobre el jardín, mueren las estrellas en el mar de los ciegos mientras montañas de sal se derrumban, todo debe comenzar otra vez, la historia de siempre. Galopan los lomos de obreros enjaulados en la miseria del hombre, nadie sobrevive, caen los cuerpos sobre el barro de la ciudad, la esquizofrenia azota los ojos de bandidos en los basurales, ellos escapándole a los sonidos de sus tripas que se derriten y pinchan como espuelas, la voz muda riega el sol del mañana a punto de nacer.
La tierra espera sobrevivir a los enojos que descosen su cuerpo como la vieja pelota de fútbol de puro cuero abarrotado; jueves eterno sobre la cicatriz danzante de una madre que toma en sus brazos la muerte de su niño, llora irremediablemente mirando desde el costado, una luz tenue que la cobija a los fantasmas; un silencio de repente es lo que dejó. Todo va a una velocidad desconocida por el tiempo, no hay nativos al costado de esa laguna porque han olvidado el camino. Que la vida no se te escurra de las manos, que no se escape en una corrida solitaria saltando las vallas de madrugada hacia ese mar eterno de ideas florecidas, porque solo sobreviven al viento aquellos hombres que piensan.
El viejo nogal se revuelve entre los primeros rayos de luz que se nutren del polen mañanero, el rancho de barro y angustia parpadea solitario a lo lejos mientras suena lenta una chacarera, caminata al costado de la vida; puedes tomarte el tiempo necesario para que la soledad no se marche, que se detenga al menos por un instante sobreviviendo al balcón de la muerte que celosa ya no quiere correr; es fácil hablar del pasado sin siquiera saber lo que está por venir, la mentira se disciplina en las noticias podridas solo por cerrarle un ojo a la serpiente, que ha pasado que no se ha parado a pensar en la caída, sollozan detrás de paredes cubiertas de balas que estrujan los cuerpos de la pobreza, mientras caminas erguido escupiendo las dunas de tus propias miserias.
Quedan solo las flores que brotan desde una travesura que esquivan las ganas de llorar al ver que todo pasa y nada queda, bajando la mirada hacia el abismo solo un vaso vacío socavando ese espacio de ternura que se desangra a un costado de tu corazón; sigilosa manera de huir. Nadie detendrá la historia de los que inventaron ese mundo de sueños para escaparle al miedo, mendigando que le pongan la vista encima. La historia cuenta que mueren los peces flacos sobre el agua gris del río y los cobardes arden en la guarida de su conciencia, flores muertas, el desierto de sus ojos no hablan del niño sin rumbo que duerme bajo los techos de sus propias contradicciones.