Hace aproximadamente 30 años el fitólogo argentino Juan José Hirschmann aseguró haber descubierto una terapia con la que lograba disminuir y en muchos casos desaparecer tumoraciones de origen cancerígeno de plantas, en especial los cactus. El investigador prosiguió sus experiencias en animales y con la ayuda de otros profesionales desarrolló las diferentes fases de investigación científica, hasta que a comienzos de los años 90 eclosionó en diferentes medios de comunicación con la novedad de un supuesto nuevo tratamiento para una enfermedad que aqueja a millones de personas en todo el mundo como es el cáncer. El método Hansi (Homeopático ​​​​​​​activador natural del sistema inmunológico) generó desde entonces debate entre profesionales y académicos, escepticismo en varias personas, así como ilusión y esperanza en otras. Su creador es un personaje en sí mismo, vive en un pacífico barrio privado del partido de Brandsen pero cada tanto recorre las calles de Chascomús, donde repite y defiende su procedimiento alternativo: “Esta terapia hizo que se me vinieran encima muchas cosas, pero lograr curar hace que valga la pena”.

Juan José Hirschmann está cerca de cumplir 80 años, está casado con la mujer de toda la vida y tiene dos hijos. Después de una agitada trayectoria, plagada de historias y vivencias, encontró su lugar en el mundo en este paraíso cerrado a 20 km. de Chascomús. El río a la vera de la casa, verde, aire fresco y tranquilidad, la que parece no haber tenido durante 30 años tras descubrir, accidentalmente, una supuesta cura para el cáncer. Se recuesta ahora en el cómodo sillón del living, de cara a la ventana, se le encienden los ojos, señal que empieza a hablar de su método, por momentos parece un relato inverosímil, pero sobre la mesa descansan una decena de carpetas con recortes y menciones que quieren avalar y ratificar su testimonio.

“Cuando nos mudamos mi hijo se hizo muy amigo de un muchacho de Chascomús. Habitualmente hablaban sobre mi medicamento y él no le creía. Hace unos meses empezó con fuertes dolores de cabeza y le diagnosticaron un tumor cerebral de seis centímetros, incurable según el doctor que lo atendió. Entonces lo recibí, le expliqué el tratamiento y lo realizó con más dudas que certezas, 25 días después no tenía molestias, repitió el examen y no tenía señales del cáncer”, narra.

Se hace un silencio, parece el guion de una película, pero él no se inmuta. Describe secuencias de los encuentros con el enfermo, su angustia inicial y la alegría por las recientes novedades, “no es el único caso” se envalentona, “la quimioterapia vende de 40 a 60 millones de dólares por día en el mundo y los intereses en juego son muchísimos. Los propios profesionales convencen a los pacientes de acercarse a esta terapia, incluso bromeamos que la gente se cura a pesar de la quimioterapia”.

La teoría dice que Hansi combate las enfermedades que alteran el aparato inmunológico: Cáncer, HIV, Alergias, síndrome de fatiga crónica, artrosis y psoriasis. Se trata de un estimulante del sistema inmunológico, que activa las células NK (natural killer), cuya función es atacar a las células extrañas al organismo. Los especialistas afirman que no existen incompatibilidades con otras acciones terapéuticas como la quimioterapia o la radioterapia.

Los detractores basan su crítica en que los compuestos extraídos del cactus no actúan químicamente, sino energéticamente, además de que hasta la fecha ningún organismo oficial de salud pública se haya pronunciado a favor del producto.

“En Argentina casi les tuerzo el brazo” cuenta Hirschmann. Repasa las carpetas, muestra uno, dos, tres recortes: “Renovada ilusión por nueva droga contra el cáncer”; “Polémica por nuevo tratamiento”, expresaban entonces las principales portadas de los diarios del país. “En el lugar donde trabajábamos se formaban colas de varias cuadras, al principio los vecinos se quejaban, pero cuando entendían de qué se trataba prestaban frazadas y ofrecían café, daba mucha pena la escena”.

En ese momento el tratamiento ganó la escena pública y el debate con las autoridades sanitarias estuvo a la orden del día. Daniel Perlusky, Subsecretario de Salud de la provincia de Buenos Aires, fue entonces el responsable de intervenir en el asunto. Luego de luchas y discrepancias, de autorizaciones y posteriores prohibiciones, la terapia se autorizó momentáneamente.

“Cuando intentaron prohibirlo manifesté mi voluntad de hacer despelote, les dije que iba a llevar 300 o 400 pacientes con denuncias a la puerta del ministerio. Aflojaron. En realidad nunca tuvieron interés en chequear la efectividad de la fórmula, les ofrecí 40 dosis para que profesionales de la salud pública las aplicaran, solo pedía supervisar la forma en que se hacía y recibir los informes del seguimiento. No lo aceptaron”.

Si bien en Capital Federal funciona el Instituto de Medicina Integral Juan José Hirschmann sus hijos están convencidos que “el día que me muera el medicamento se muere conmigo”. Sucede que la leyenda negra del Método Hansi está signada por una seguidilla de situaciones violentas que sus descendientes no quieren repetir. Quizá la más recordada fue la de Hirschmann sorprendido en la madrugada porteña, obligado a conducir por las autopistas 25 de Mayo y Buenos Aires – La Plata, para que a la altura de Florencio Varela fuera golpeado por tres desconocidos hasta quedar inconsciente, sin que se llevaran ni el auto, ni la plata, ni los documentos, “tuve varios atentados, me quemaron la casa, me rompieron las dos piernas, no tengo forma de probarlo pero estoy seguro que tiene que ver con mis investigaciones. De todas formas me gusta quedarme con lo bueno”, afirma.

Otro aspecto cuestionable que generó dudas y le quitó legitimidad al método fue la fractura en la relación con Jorge Crescenti, profesional que había desarrollado la fórmula junto a Hirschmann en los primeros años de investigación, “modificó el Hansi original y dañó a mucha gente” rememora Juan José, quien a raíz del episodio decidió trabajar por separado y no volvió a tener vínculo con el doctor.

Hirschmann es locuaz, habla sin pausa y va del pasado al presente sin proponérselo. En estos saltos temporales y geográficos menciona convenciones en Nigeria y reconocimientos en Estados Unidos, mientras que a cada expresión le busca la correspondiente certificación en los desordenados papeles que casi fueron cenizas hace semanas, “estuve a punto de quemar todo pero mis hijos me hicieron entrar en razón, `es tu vida viejo, déjate de joder´, me dijeron”.

De repente recuerda otra historia: “Una noche termino de atender, serían las 3 de la mañana, a media cuadra del sanatorio veo una piba en el cordón de la vereda llorando, `mamá se muere, tiene cáncer de pulmón y nadie me da pelota´ me dice. `Quizá pueda hacer algo por vos´, `¡Usted es el doc!…´ gritó. Hizo el tratamiento y se curó”.

“Actualmente no quieren que vaya al sanatorio y tienen razón, llevo mucha gente invitada. Me dicen que se lo dan gratis a uno, dos y tres, pero que el cuarto lo tengo que pagar yo porque la farmacia no entrega más producción. Es un medicamento caro, no más que otras terapias, el tema es que las obras sociales no lo cubren”, agrega.

Para el final guarda lo más sustancioso, deja que la mirada clara se pierda una vez más a través del ventanal y declara: “Por momentos tuve que defender mi ciudadanía a capa y espada, me acusaron de traidor a la patria. Han pasado muchas cosas, curé al papa, al número 3 de la CIA, a treinta enfermos de SIDA, en fin…”. Y antes de cualquier muestra de incredulidad sentencia: “Ante la duda buena es la esperanza”.