Por Lucio Plorutti Dormal

La felicidad es difícil de definir. He sido muy feliz. De hecho, el más feliz del mundo incluso. También he sido, simplemente; feliz. Y también he conocido la falta de felicidad, la frustración que produce; la bronca que concede, etc. Primero, probablemente primero conocí la falta de placer. La falta de alimentos, de abrigo, de cariño, de afecto, de seguridad, etc. Suele ser así la vida de todos. Pero yo lo recuerdo. Desde muy pequeño.

En Mil Novecientos Noventa después de Cristo mi felicidad fue coartada. ¿De qué manera? La misma de siempre en mí caso particular. Los Cortes y los Traumas que producen. Pasé de vivir en una casa con jardín, de un barrio que era como el patio de mi casa; con bosques frondosos, colinas, centros comerciales, alcantarillas, arroyos, pantanos, y muchas cosas más; hasta un entorno lleno de amigos polifacéticos y culturales, étnicos y religiosos, artísticos, científicos, institucionales, deportivos…de todo esto que recuerdo con alegría pasé a vivir en cubos cerrados por pesadas puertas y ventanas con rejas metálicas, en distintos niveles, grises como el asfalto, como el uniforme de escuela y su patio de cemento alisado, con transportes seclusos de todo tipo y tamaño, entre multitudes ensimismadas y herméticas, odiosas y resentidas, envidiosas, ventajeras, conspiradoras, etc.

Fue como una sutil muerte de mi infancia ése cambio y contraste. Apenas el cielo azul y verde árbol del otro lado del patio, de la reja, etc. me proporcionaban algo de ilusión en lo que podría haber sido pero me fue amputado. Pero la alternativa no tardó en llegar. El “escape” a un paraíso alejado no en distancia, sino en instancias y recorridos, lugares y “no lugares”, etc. Atravesar el río, el desierto verde, los arroyos, kilómetros y, al final; llegar a ese lugar magnético y fantástico, abierto y de escala barrial. Mucho más humana que la gran ciudad, donde uno podía vivir sin preocuparse por los chorros o, peor aún; los rastreros. Donde no hacía falta cerrar el auto con llave o tener rejas en las ventanas, que eran más amplias; más luminosas las calles, las plazas, y la costanera. Donde la ingenuidad de la infancia aún estaba intacta. Intermitentemente, fui volviéndome Chascomunense.

En Mil Novecientos Noventa y Uno tomé una decisión sencilla y fácil de hacer. Viviría mi vida en el pueblo de mi ascendencia paterna, donde también la familia de mí madre iba para escaparse. Ellos en el Distrito o Partido de Chascomús, nosotros en el propio pueblo. Fue acá donde no solamente recuperé mi identidad personal, sino también la genealógica. Y en este pueblo lacustre pude desarrollar mi verdadera esencia positivista. En Capital Federal todo era lacrimología, sacrificio, y dolor. El St. Brendan´s College fue la peor prisión que he conocido. Los “compañeros” eran, en general; lo más lejano a ello. Y las actividades extra curriculares como estudiar Francés en la Allianze o practicar natación como federado de Obras Sanitarias de la Nación implicaban estar más tiempo afuera del departamento de Loreto que el resto. Iba para cenar, estudiar, y dormir. De diez a doce horas girando entre trenes y colectivos, vestuarios y natatorios cerrados; etc.

Chascomús, en cambio; era la comarca de la bicicleta. El “colectivo” era algo ajeno. Iba hasta el cementerio, al inglés les hablo; y hasta lo hacía “a pata”. Caminaba desde “el barrio” hasta “Fátima” y más allá más de dos veces por día. Entraba y salía de clubes varios, lacustres y urbanos. Como en Baires, me la pasaba afuera de casa. Pero en un contexto equilibrado entre lo antrópico y lo natural. Hasta llegar a la laguna. Ahí natura era monarca y señora. Ahí la Pacha Mama era Dios.

Iluso yo querer quedarme ahí los domingos y los otoños, inviernos y primaveras. Había que volver al tumulto del hostil anonimato todas las semanas. Y hasta dejé de ir porque comencé también a conocer alternativas varias. Pero en 1993 se definió todo para mí. No sólo estaba enamorado de esa geografía, de su flora y su fauna. También me encantaba la morfología, la forestación urbana, y la gente. Hasta hubo personas específicas que acapararon mi encanto y mi pasión más humana, más primal. El amor romántico, el filial, las amistades, las familiares. Todo cuajaba. Pero esa “ilusión” también fue desmembrada de mi ser. Nos tuvimos que volver a USA. La historia de mi vida, en partes.