La pandemia COVID-19 y las políticas implementadas han impactado de lleno en el estilo de vida de millones de personas y han dado lugar a nuevas prioridades en lo que se refiere a las medidas de prevención y cuidado en nuestras vidas, poniendo un especial acento en el cuidado de nuestra integridad física y emocional.
El aislamiento o cuarentena representa un factor de riesgo para nuestra salud mental. Dado que la calidad de vida depende del contacto social y del acceso que tenemos a relacionarnos con los demás, al verse alterada nuestra cotidianeidad de una manera sustantiva, todos nos convertimos potencialmente en población vulnerable sin presentar ninguna manifestación o patología previa de base.
El confinamiento durante tantas semanas consecutivas y la imposibilidad de conectarnos con los demás pueden generarnos ansiedad, miedo, estrés, angustia, tristeza, pensamientos negativos y otros malestares. Es normal que esto suceda. Si a esto se le suman factores externos como el fenómeno de la infoxicación o la desinformación como amenaza permanente, un contexto socioeconómico adverso, y escenarios de vulnerabilidad psico-social, es probable que se despierten ciertas sintomatologías que podrían requerir la intervención de un profesional.
La realidad es que, en muchos aspectos, ya no somos los mismos que éramos meses atrás. Nuestra vecindad, nuestra comunidad, ya no es igual a la que conocimos. No son cambios físicos, no son variaciones de aspecto. Estamos hablando de mutaciones profundas en los hábitos y las costumbres. Frente a estas transformaciones estaremos obligados a adaptarnos, asumirlos como parte de esta nueva realidad cotidiana, y retomar nuestras vidas mientras aprendemos a gestionar la incertidumbre, el malestar y quizás el temor que nos despierta ese mundo tan igual pero tan desconocido a la vez.
Quizás lo más difícil será acostumbrarse a las relaciones sociales más restringidas, que nos llevarán a limitar la socialización sólo a aquellas personas del círculo más cercano. Achicar nuestro espectro social podría producir un impacto negativo al propiciar la aparición de sentimientos y emociones relacionadas con la soledad.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, los trastornos mentales podrían multiplicarse por dos con relación al período pre-pandemia. Sin caer en alarmismos, estamos ante una crisis social y sanitaria de dimensiones traumáticas. Los episodios de angustia y ansiedad que se han despertado en las primeras fases de la cuarentena podrían derivar en situaciones de estrés postraumático, depresión, conductas de riesgo o consumos problemáticos de sustancias.
Frente a este diagnóstico, quienes trabajamos hace años en el campo de la salud mental tenemos mucho para aportar. Es imperioso generar una fuerte sinergia cooperativa entre el estado municipal, las instituciones especializadas, las organizaciones de la sociedad civil y los actores territoriales, para fortalecer las redes de atención y prepararnos ante los nuevos desafíos post-cuarentena.
*Clementina Pared es Directora del Centro de Adicciones y Salud Mental “Creando Espacios de Salud” (Márquez 38, Chascomús)
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