Por Felipe Pigna

Hace algunas varias décadas, cuando éramos chicos, allá por los años sesenta, Papá Noel no un personaje protagónico de nuestras infancias. Los padres tenían un solo oficio, el de Reyes Magos, y los pibes teníamos la misión de ayudar a armar el arbolito, el pesebre y ocuparnos de los camellos a los que había que dejarles pasto, agua y, para que no extrañaran el desierto, arena.

Papá Noel se fue haciendo más presente proporcionalmente a nuestra incorporación al «Primer Mundo» que también nos traería, con tantas otras cosas, la fiesta de Halloween. Entonces empecé a preguntarme de dónde salió este gordito simpático y sempiternamente risueño. Así me fui enterando que fue el producto de una larga transformación. El original, San Nicolás, nació muy lejos de Noruega, los trineos y la nieve, en Patara, actual Turquía, en el año 305. Nicolás era un muchacho rico hasta que en medio de una epidemia murieron sus padres y, adelantándose diecisiete siglos al Concilio Vaticano II,  optó por los pobres, por repartir toda su riqueza entre ellos, cosa no muy frecuente entre los adinerados de todas las épocas. Se hizo monje e ingresó en el monasterio de Sión. Debió abandonar la vida monacal cuando heredó de su tío el obispado de Myra.

Desde que se ordenó como obispo, la biografía de Nicolás comienza a sazonarse con historias de resurrecciones, heroicos actos de justicia más humana que divina y, sobre todo, relatos sobre su notable generosidad, su facilidad para los regalos y las dádivas. Cuentan que lo sorprendió la noche por aquellos caminos y tuvo que hacer noche en una posada. Despertó envuelto en una pesadilla: tres jóvenes eran brutalmente asesinados. Pero cuando se levantó descubrió que su sueño era más que una premonición: los cuerpos estaban siendo preparados para salarlos y servirlos como fiambre. Logró detener al asesino, lo entregó a las autoridades y resucitó a los tres muchachos.

Otra leyenda narraba la historia de tres bellas hermanas casaderas que por vivir en la miseria y no disponer de la obligada dote estaban a punto de ser vendidas como esclavas por su padre a un mercader que las iba a prostituir. El asunto llegó a oídos de Nicolás quien merodeó la casa y notó que las chicas tenían la costumbre de dejar sus medias secándose en la chimenea. Cada noche fue dejando en el par correspondiente a cada una de ellas el dinero suficiente para escapar a la esclavitud. Cuando estaba colocando la última de las monedas en una de las medias, fue sorprendido por el padre de las muchachas, quien difundió el episodio acrecentando la fama de caritativo del obispo. Las medias en la chimenea tendrán muchos años después imprevistas derivaciones navideñas.

Nicolás tuvo algunos entredichos con las autoridades romanas por oponerse a las persecuciones y ejecuciones llevadas adelante en su obispado. Llegó a enfrentar al gobernador Eustacio, que lo encarceló. Recuperó su libertad y pudo participar en el Concilio de Nicea en 325 donde defendió la santísima trinidad en una época de intensas discusiones enmarcadas por la prédica de la herejía arriana que planteaba que Jesús no tenía el mismo carácter divino del padre sino que se trataba de una divinidad subordinada a él. Lo cierto es que Nicolás combatió al arrianismo y defendió el principio de Dios uno y trino.

La fama de Nicolás se fue extendiendo por el mundo romano y se cuenta que tres capitanes condenados a muerte por el emperador Constantino pidieron que el obispo los salvara y que la noche anterior a la ejecución, el emperador soñó con Nicolás pidiéndole clemencia. Al otro día los presos fueron liberados. Nicolás murió el 6 de diciembre de 327, pero su recuerdo y su imagen mítica fue creciendo hasta convertirse en San Nicolás.

Los relatos más o menos legendarios sobre sus milagros comenzaron a multiplicarse, a convertirse en patrimonio de cada lugar de Europa donde se recreaban para darles a las historias y leyendas sobre el santo un carácter local. En 1087, marinos italianos exhumaron los restos de San Nicolás para salvarlos de los piratas sarracenos y los llevaron al puerto italiano de Bari donde descansan desde entonces en el templo de San Esteban. A partir de entonces San Nicolás de Bari fue uno de los santos más venerados de Italia y de Europa.

A partir del siglo XIII se difunde la tradición de San Nicolás repartiendo regalos a los niños en cada aniversario de su fallecimiento. Durante la Reforma protestante lanzada por Martín Lutero a comienzos del siglo XVI, cobró fuerza la tradición el Christkind, nada menos que el propio niño Jesús obsequiando juguetes el mismo día de Navidad. Pero la costumbre que tenía como protagonista a San Nicolás siguió vigente y superó el embate aunque la fecha de entrega de regalos terminó pasando al 24 por la noche. En Holanda ya en el siglo XVII San Nicolás aparece en las tradiciones vestido de obispo, con barba blanca montando en un burrito blanco y acompañado de su ayudante el «Negro Pedro», que portaba una bolsa llena de golosinas para los niños, no para todos, sólo para los que se habían «portado bien» durante el año. Para los que no estaba la otra utilidad de la bolsa cuando quedaba vacía: servía para secuestrar a los niños malos que eran llevados a España, el peor lugar del mundo según los habitantes de los Países Bajos que llevaban años guerreando con los reyes ibéricos. Cuando los holandeses colonizan América del Norte y fundan Nueva Ámsterdam -actual Nueva York- llevan consigo la tradición de San Nicolás aunque, quizás adelantado algunos prejuicios que arraigarán fuerte del otro lado del mar, Pedro el Negro no logra cruzar el Atlántico y se queda en Holanda. La nueva tradición que se va haciendo fuerte en lo que serían los Estados Unidos celebra un San Nicolás, al que llaman Sinter Klass y por deformación terminan nombrando Santa Claus, y con ese nombre logrará una enorme popularidad en toda Norteamérica.

En 1809 Washington Irving publicó su libro Historias de Nueva York. Allí describe a San Nicolás llegando en un caballo volador con su bolsa de regalos dispuesto a repartirlos por las chimeneas de las casas de los niños buenos.

El 23 de diciembre de 1823 el profesor de estudios bíblicos y pastor protestante Clement C. Moore publicó un artículo titulado Un relato sobre la visita de San Nicolás, en el que comenzó a darle a San Nicolás-Santa Claus su imagen actual. Su medio de locomoción era ahora un trineo conducido por los renos Bailarín, Saltador, Zalamero, Bromista, Alegre y Veloz. Pasó de flaco y alto a gordo, bajo y de cara colorada.

Pero estos eran relatos a los que les faltaba la ilustración, un buen dibujo de Santa Claus, o Santa como lo empezaron a llamar por entonces. Allí entró en escena Thomas Nast, el dibujante oficial de las famosas tiendas Harper’s, quien publicó entre 1860 y 1880 los dibujos que se harían famosos en todo el mundo donde podía verse al Santa de Moore, con su trineo, su gordura, su cara bonachona y bolsa de juguetes, obviamente juguetes de Harper’s.

En Inglaterra, Santa comenzó a ser llamado Father Christmas, es decir Padre Navidad, y en Francia Père Noël, y de allí pasará a España curiosamente conservando el vocablo francés Noel para llamarse Papá Noel.

En 1931, los Estados Unidos se preparaban a pesar una de las peores navidades de su historia. La crisis desatada en octubre de 1929 estaba haciendo estragos y millones de norteamericanos estaban sumidos en la miseria y la depresión.

Para levantar el ánimo nacional e incrementar sus alicaídas ventas, la empresa Coca Cola le pidió a Habdon Sundblom, un dibujante de Chicago de origen sueco, que recreara la imagen de Santa sin alejarse demasiado del clásico de Nast. La Coca lo quería alegre, simpático, bien alimentado, con un traje vistoso, entrador, esperanzador y, sobre todo, vestido con los colores de la bebida Cola: rojo y blanco. Sundblom recorrió la ciudad en busca de un modelo, un viejito que diera el aspecto del Santa de Harper’s, hasta que encontró en un boliche a Lou Prentice, un jubilado que no sabemos si voluntaria o involuntariamente le daría su imagen al reciclado Nicolás para que sea el Santa que todos conocemos y de quien los islandeses afirman que vive en el pueblo de Hveragerdi; los noruegos lo hacen vecino de Drammen y los finlandeses, de Rovaniemi. No queda claro dónde vive, pero todos coinciden en que tiene un taller de juguetes en el que trabaja todo el año hasta Navidad, cuando sale de gira.

Aquel Nicolás del siglo IV obispo de una región de la actual Turquía, más conocido como San Nicolás de Bari, nunca se imaginó que terminaría siendo la imagen más popular de la Coca Cola.

Fuente: El Historiador