*Publicada en revista Gatopardo (México), abril de 2009.
Son los últimos meses de 2008, y ya el calor se hace sentir en el empedrado. En la calle, la caravana sigue ruidosamente al son de la “Za Za”, la misma marcha que la banda creó e interpretó sesenta años atrás para Manuel I, y que tenía como única y repetitiva letra, su título. El paisaje cambió, y más aún lo hizo la sociedad. El calvo nuevo Rey sonríe y saluda, seguido de una corte y sus ministros, ahora a todo color. La nueva monarquía, los herederos del trono celebran su tercera fiesta.
El Rey, despojado de atuendos protocolares, es Julio César Medley, un hombre de 66 años, nacido y crecido en Chascomús. “Y aquí he de morir”, dice mientras camina por una callecita a metros de la laguna. Su historia coincidió en varios puntos con la del viejo reino. “Entre 1964 y 1967 tuve un bar llamado El Chiqui, a unos metros de donde había estado El National. Sólo duró tres años, pero quedó muy guardado en el recuerdo de muchos”. En 1967, bajó las persianas, cuando él tenía sólo 24 años y mientras moría, a muchos años del derrumbe del reino, aquel otro pilar, el Bebe Wallace.
En 2005, los antiguos parroquianos de El Chiqui homenajearon a Med-ley con una cena, y quisieron recordar el antecedente. Sin el alcohol como fetiche, ahora la Orden es “del Café y la Gaseosa”, y tiene menos de transgresor y novedoso que de fecha anual de festejo de la amistad, con elección de reina incluida el tercer domingo de cada octubre. Los nuevos cargos están prácticamente huecos y son enunciaciones, títulos, sin la dedicación de antaño, pero con el fin noble. “Queremos continuar con esto, que apunta a una sociedad en la que hay tantas agresiones. A la amistad, al humor; un aporte para que las futuras generaciones sigan participando. Y buscar gente joven para que lo puedan continuar”.
El castillo duerme en parte derrumbado, con sus ventanas y puertas saqueadas. Una de sus torres principales se mantiene erguida y se ve desde el portal, ese que permanece semicubierto por vegetación amarillenta. La fachada, tan pintoresca, conjuga su aire medieval con graffitis del siglo xxi, y el solar que ponía orgullosos a los cortesanos perdió el techo hace años. El sol y la lluvia son ahora implacables con los trozos de madera que penden del techo, y con los baldosones de gastados blanco y negro. Un cartel que ordena “no pasar, peligro de derrumbe” se encarga de poner la distancia definitiva con los curiosos. De la plaza de toros no queda rastro alguno, sólo un gran círculo con árboles que ralean. La zona es menos inaccesible que en aquellos días. Ahora el camino asfaltado pasa cerca y a unos 100 metros se pueden ver algunas casas y quintas con algo de movimiento. Parece un resto arqueológico en la pampa bonaerense.
Su derrotero fue simple: caído el reino por causas naturales, dejó de tener vida y sentido. Con el tiempo, algunas viudas de los ministros quedaron con la posesión, sin fines a la vista. En 1975, la mutual Casa del boxeador decidió comprarlo con el compromiso de mantenerlo y cuidarlo. El último punto fue, en verdad, relativo. Derruido, la gota que colmó el vaso llegó en 1999 cuando se desmoronó una de las torres principales y gran parte del techo. Ya lo habían saqueado más de una vez.
Desde allí, el ping pong de la burocracia: el municipio no podía hacer nada porque era territorio privado, la provincia, por lo mismo, los privados, porque no tenían fondos, y así.
El último salto se dio con la ley provincial 12.416, del 27 de abril de 2000, que marcó la expropiación a la mutual, el traspaso a la provincia, y abrió la senda para el paso al municipio, a la gente de Chascomús. La única condición para el trámite —la historia se repite— fue el reacondicionamiento y manutención del castillo. Se concretó en febrero de 2005.
El castillo no está igual que entonces, está bastante peor. La razón parece ser tan entendible como infinita: con las urgencias que tiene que afrontar un municipio, refaccionar el castillo pasa a un segundo plano. Y ahí entra la nueva monarquía, constituida como asociación civil. “Buscamos un permiso para una explotación con el compromiso de la restauración. Buscar darle vida a todo el predio, sin tocar el castillo, que conserve el espíritu que tuvo, como una especie de museo; de alguna forma tiene que estar al resguardo”, dice Julio I.
En diciembre de 2008, la legislatura de la provincia de Buenos Aires declaró de Interés Provincial “la iniciativa de vecinos y autoridades municipales orientadas al resurgimiento del Reino de la Amistad y las acciones tendientes a la restauración y puesta en valor del Castillo de la Amistad”.
Tito vive el nuevo reino con pasión de decano, con el orgullo de ser el único prócer con vida. Toda su vida fue empleado de correos y se ganó el cargo actual de Director del Correo Real, de la Orden de la Estampilla. Patricio Wallace (hijo) ostenta el título de Barón. En 2008 murieron Héctor Halty y Edgardo Tieri, dos participantes de la vieja guardia —que se completa con la figura de Bonifacio Guerra— homenajeados en las páginas del flamante número 3 de El Nuevo Heraldo, el renacido periódico para la nueva etapa, de octubre de ese año. Carlos Guerra, otro soldado del viejo reino —que incluso llegó a ser el eslabón perdido, cuando lo proclamaron como un efímero Carlos I— murió a fines de 2005.
Angelito no tuvo hijos, y Manolo, aquel caricaturesco rey querible, cuyo mandato se desdibujó con la muerte de Canatelli, se casó ya grande y su esposa lo conminó a abandonar toda broma protocolar y grandilocuente. Nunca nadie le había quitado formalmente su trono, pero su cargo se desvaneció junto con el reino. Al tiempo se fueron del pueblo, y todos aquí perdieron su rastro.
El Reino de la Amistad está a flor de labios de todos en Chascomús. La mayoría jamás pudo vivirlo, y los que sí, son claros. Como Mingo Lejona, y sus ojos que empiezan a brillar: “En esos años Chascomús fue una fiesta. Hubo gente que se tomó el reino en serio, y en realidad fue una gran broma: fue el Reino de la Broma. Los que no lo vieron ni lo ven así, no entendieron nada los que quisieron hacer aquellos próceres de la amistad”.
Por Sebastián Benedetti
Periodista, técnicamente Licenciado en Comunicación Social, Especialista en Periodismo Cultural y Docente en la UNLP – UNICEN. Sus notas, crónicas y coberturas de viajes fueron publicadas en Página/12, La Nación, Brando, Rumbos, La Pulseada, Diagonales, Gatopardo (México) y Séptimo Sentido (El Salvador). Autor, entre otras publicaciones de los libros Estación Imposible y Lado B, Historias desde las fronteras de la realidad (incluye esta crónica y puede encontrarse en https://perio.unlp.edu.ar/archivoperio/node/8268).
Las ilustraciones del libro Lado B, entre las cuales se encuentra la portada de esta crónica, fueron realizadas por Eduardo “Taladro” Cejo.
(*) Con la llegada del mes de Julio ANTI les propone celebrar la amistad. Para ello, nada mejor que la nota de Sebastián, publicada hace más de una década, pero de vigencia eterna. Serán cuatro entregas dominicales por el mismo precio, nada, así como no tiene valor contar con buenos amigos.
Leé la primera parte de la historia en: Chascomús: el reino absurdo (I).
Leé la segunda parte de la historia en: Chascomús: el reino absurdo (II).
Leé la tercera parte de la historia en: Chascomús: el reino absurdo (III).