Una profesora de Chascomús tuvo la idea de convocar a un soldado italiano de la Segunda Guerra Mundial, vecino lagunero desde la década del 50, que contó su verdad del conflicto bélico, bastante distante del relato oficial, ese que surge de los aliados vencedores, luego animadores de las denominadas Cold War I, II…
Se dice que la “la historia la escriben los que ganan”, pero a veces hay filtraciones en el relato, como cuando una profesora de Historia de Chascomús decidió convocar a su clase a un soldado italiano de la Segunda Guerra Mundial.
En aquella oportunidad, con su nieta entre los alumnos, uno de los 25.000 jóvenes voluntarios, de los sbarbattelli (imberbes), de los Gioveni de Benito Mussolini que lucharon en el norte de África, contó su verdad.
Ante la sorpresa de los presentes, que conocían la “versión oficial” del enfrentamiento entre los “buenos” de los Aliados (Reino Unido, Unión Soviética, Estados Unidos, China…) y los “malos” del Eje (Alemania, Italia, Japón…), este tano grandote brindó el lado b de la guerra que se cobró millones de vidas, con horrores como el Holocausto y el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki.
Aquel siciliano oriundo de Palermo, que con 18 años peleó en Libia para el alemán Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, y que en ese entonces, al momento de la charla, era parte del Coro Mixto del Conservatorio de Música de Chascomús, Pino Santino, Giuseppe en Italia y José en Argentina, aseguró por ejemplo que el mejor soldado era el germano y las armas, las enemigas.
Además, el mayor de 7 hermanos, que tuvo que trabajar desde chico para ayudar su madre viuda, demostró su poca simpatía por los ingleses y reconoció la desigual alianza con los alemanes, que contaban con lo que escaseaba por el campamento propio, las provisiones, pese a lo cual nunca renegó de haberse alistado voluntariamente y lamentó haber estado preso al momento de morir Mussolini.
Quien supo trabajar de albañil previo al conflicto bélico, para el cual tuvo instrucción militar en Savona, Liguria, y en el que protagonizó, tras partir desde Nápoles, la batalla en Bir el Gobi en África, destacó que los mejores amigos son los de la guerra y uno de ellos fue Antonio Sgaramella.
Tras la rendición de Mussolini, en mayo de 1943, Pino contó que fue tomando prisionero por los británicos en Túnez, pasando el resto de la guerra en un campo de concentración en Malta, mientras que Sgaramella fue enviado a Argelia.
De la destrucción a la construcción
Terminado el relato y la Segunda Guerra Mundial, ya de regreso a Italia, que estaba en ruinas y su familia, en la extrema pobreza, Santino decidió viajar a Argentina, aprovechando la búsqueda de inmigrantes con oficios del presidente Juan Domingo Perón, para generar recursos y ayudar a los suyos. Partió el 24 de abril de 1950 desde Génova en el buque Corrientes V, y llegó el 16 de mayo.
En principio, Pino trabajó en La Plata para la empresa ítalo-argentina Ciaco y luego se trasladó a Chascomús a construir el primer Barrio Obrero “Eva Perón”. Junto a Gigi De Angelis decidieron quedarse, mientras que su contratista siguió para Mar del Plata. Vivió en pensión de Tasca y Aubía en calle Ricchieri, donde conoció a Vina Tasca, maestra socialista de familia radical con la cual se casó en 1954.
En la ciudad donde pasó de la destrucción a la construcción, ya sea de casas y otras obras (Pesca y Náutica, Club de Pesca La Plata, Tiro Federal, Balneario Municipal), pero sobre todo de una vida, de familia y amistades, el aficionado a las bochas y la pesca, que también supo ser arquero del Tripero (le atajó un penal al cañonero lezamense de Alumni, Fermín Guillone, el mismo día de su compromiso matrimonial), recuperó lo que le dejó la guerra, su fratelli.
Es que además de moldear un lugar junto a otros compatriotas que pasaron por la misma situación (Ciuci, Capasso, Mártire, Tanzi, De Angeli, Vaccaro, Campatelli, Balzano…), Santino, que el 1 de febrero de 2022 cumpliría 100 años, tuvo una de sus mayores alegrías en Chascomús, al reencontrarse con su compañero en África tras años de ambos suponerse muertos.
Y tal casualidad, la de dos italianos que pelearon juntos en el desierto de un continente extraño y coincidieron en un pueblo del fin del mundo, estuvo ligado a otra pasión de la península, el ciclismo, ya que Sgaramella, convertido en verdulero, salió a ablandar un camión por la Ruta 2 y se metió en el nuevo hogar de Pino siguiendo una carrera de bicicletas, en la cual su compañero de guerra estaba alentando a un amigo y peón con su voz particular, que fue finalmente la que provocó el reconocimiento, el abrazo y el llanto.
Y así, como la historia la escriben los que ganan, el Nono, como le dicen los seis nietos – y cuatro bisnietos – que le dieron sus tres hijos, tiene su capítulo en el Sur del mundo y de su país, a donde regresó en varias oportunidades tras haber cumplido con el mandato familiar y superado la Segunda Guerra Mundial.